Los errores que Macri debería evitar
Todo gobierno no peronista ha de tener en cuenta las fallas de la Alianza que facilitaron el "golpe blando" que alejó a De la Rúa del poder, entre ellos la falta de liderazgo, el escaso manejo de los poderes fácticos y un débil control del territorio
La eterna búsqueda de la Argentina por convertirse en un país normal tiene ahora una nueva oportunidad: la asunción de Mauricio Macri. El nuevo presidente llegó con un estilo respetuoso, tolerante y conciliador, y una convocatoria irrestricta al "arte del acuerdo", que es la política en su fase arquitectónica.
El contraste con su antecesora Cristina Kirchner no puede ser más evidente. La ex presidenta se fue con su ciclo a cuestas y también con su estilo arrogante, faccioso y confrontativo; ella entiende la política sólo en su fase agonal, como lucha de intereses e ideales que nunca puede derivar en un acuerdo que contenga a todos.
La falta de normalidad de la Argentina se expresa en que es un deseo repetido en todas las campañas electorales y en todos los discursos de asunción. Néstor Kirchner, por ejemplo, prometió "un país en serio, un país normal" el 25 de mayo de 2003.
Un indicador de esta falta de normalidad es que en estos 70 años de peronismo ningún presidente civil no peronista pudo terminar su mandato. No pudieron Arturo Frondizi, Arturo Illia, Raúl Alfonsín ni Fernando de la Rúa.
¿Podrá Macri?
La historia no se repite, pero nos puede enseñar qué debería hacer un presidente no peronista para terminar bien su mandato y romper ese maleficio de nuestro sistema político. La historia –no la memoria, que es otra cosa– nos cuenta, por ejemplo, por qué cayó el radical De la Rúa el 20 de diciembre de 2001, hace catorce años.
Él había ganado en primera vuelta en 1999; asumió con más del 70% de aprobación, pero poco más de un año después esa cifra se había reducido al 15%. Siguió deslizándose por la pendiente y renunció cuando todavía le faltaban casi dos años de mandato.
De la Rúa –también uno de sus efímeros sucesores durante la gran crisis de 2001, el peronista Adolfo Rodríguez Saá– asegura que fue víctima de un "golpe no tradicional" protagonizado por sectores del peronismo bonaerense, encabezados por el ex gobernador Eduardo Duhalde, con la complicidad de dirigentes del radicalismo bonaerense, liderados por el ex presidente Alfonsín.
Cristina Kirchner está convencida de eso y lo dijo varias veces. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que fue ministra de Trabajo con De la Rúa, también asegura que hubo un golpe no tradicional. Con matices, opina lo mismo Hernán Lombardi, flamante titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos.
Pero los golpes de Estado no tradicionales son difíciles de probar; no hay militares que salen de los cuarteles, toman el gobierno e instalan a un general.
En mi último libro, Doce noches, cito varios indicios a favor de esas denuncias. Por ejemplo, los saqueos en el Gran Buenos Aires, que fueron todos organizados por dirigentes territoriales del peronismo. También incluyo los indicios en contra.
Me interesa acá el fracaso de De la Rúa y de la coalición entre la Unión Cívica Radical, el Frepaso y otros partidos menores, la Alianza. Un fracaso que puede alertar al no peronismo sobre los errores que debería evitar si no quiere irse del gobierno por la puerta de atrás.
Una de las razones de la caída de De la Rúa fue su falta de liderazgo para enfrentar una pesada herencia y un contexto internacional muy desfavorable. No era el jefe de la Alianza y ni siquiera de su propio partido, donde quien mandaba era Alfonsín.
De la Rúa y Alfonsín encarnaban las dos almas que convivieron desde siempre en el radicalismo: una más "conservadora" y otra más "progresista". Al principio del gobierno, Alfonsín lo respaldó y se llevaron muy bien. Luego, cuando los problemas económicos se agravaron, se fueron alejando. Al final del gobierno de la Alianza, Alfonsín lo llamaba "El aletargado".
Sus aliados también lo subestimaban, en especial Carlos "Chacho" Álvarez, el vicepresidente, quien renunció al poco tiempo, pero no para irse definitivamente del gobierno, sino con la expectativa de volver y con más poder.
Macri ha buscado eludir ese problema. Nunca aceptó un pacto o una coalición con el radicalismo, y los cuatro dirigentes radicales que ocupan posiciones importantes en su equipo de colaboradores fueron llamados de a uno por el Presidente.
Pero todavía no solucionó otro problema, que su predecesor no tuvo: está en minoría en las dos cámaras del Congreso. El gobierno de la Alianza no contaba con mayoría en el Senado, pero sí en Diputados.
Precisamente, la reunión con los gobernadores y su promesa de rever cómo se reparten los impuestos entre la Nación y las provincias buscan sumar a los jefes provinciales y remediar esa minoría parlamentaria. Un mecanismo indirecto, que podría ser demasiado inestable, además de muy costoso para el tesoro nacional.
La gobernadora María Eugenia Vidal ha puesto en práctica otro instrumento en la provincia de Buenos Aires: una coalición parlamentaria con el Frente Renovador, que le da mayoría en ambas cámaras, aunque debió ceder la presidencia de Diputados a la fuerza de Sergio Massa.
La segunda enseñanza que deja la caída de De la Rúa es que resulta fundamental que un gobierno no peronista entienda la economía real, pueda negociar con empresarios y sindicatos (los "poderes fácticos" o "poderes fuertes") y solucione los problemas del bolsillo sin descuidar o sacrificar a su propia base electoral.
De la Rúa ganó con la promesa de mantener la paridad entre el peso y el dólar. No podía devaluar. Además, Carlos Menem le había dejado un déficit fiscal superior al previsto; las medidas del ministro José Luis Machinea –que representaba el ala "progresista" de la coalición– apuntaron contra la base electoral de la Alianza al aumentar impuestos a los sectores de mayores ingresos y recortar jubilaciones superiores a los 3100 pesos/dólares mensuales.
El razonamiento de la Alianza era el mismo de Cambiemos para postergar hasta marzo los cambios en el impuesto a las ganancias: los que nos votaron nos van a aguantar. Pero De la Rúa perdió ampliamente las elecciones legislativas de 1999, donde sus candidatos en su fortaleza porteña ni siquiera ganaron las internas de la UCR.
El colapso sobrevino cuando De la Rúa acorraló los depósitos bancarios y autorizó el retiro de sólo 250 pesos
dólares por semana. Los principales afectados fueron –otra vez– quienes lo habían catapultado de la jefatura de gobierno porteña a la Casa Rosada, que el 19 de diciembre de 2001 marcharon espontáneamente a la Plaza de Mayo a reclamarle que se fuera.
El mandato económico de Macri es poner en marcha al país; la devaluación, que integra la herencia recibida, es un desafío crucial: cómo lograr mayor competitividad evitando un salto inflacionario. La negociación con empresarios y sindicatos es parte de la solución y él tiene a su favor que conoce bien a los "poderes fácticos".
Una tercera causa del fracaso de De la Rúa fue la incapacidad del no peronismo para comprender la dimensión territorial de la política. Es gente muy respetuosa de las instituciones, y eso está muy bien. Pero la política incluye el control de los municipios y las provincias. La consecuencia fue que en los momentos más calientes –en la Argentina coinciden con vísperas de las Fiestas de fin de año– De la Rúa no pudo evitar los saqueos en el Gran Buenos Aires con su onda desestabilizadora.
Lo bueno para Macri es que ahora su fuerza política gobierna también la decisiva provincia de Buenos Aires, algo con lo cual De la Rúa no contó. Pero la ola amarilla no incluyó a municipios del Gran Buenos Aires donde los saqueos han sido más frecuentes, como Moreno, que pasó ahora a manos de La Cámpora.
Tanto en el final de Alfonsín como en el de De la Rúa los saqueos comenzaron en Trujui, la localidad más pobre del partido de Moreno, a sólo 48 kilómetros del Obelisco.
Editor ejecutivo de la revista Fortuna, su último libro es Doce noches. 2001: el fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo