Los efectos de la falta de divisas
Hacia mediados de 2011, cuando se formulaban las previsiones para el desempeño de las variables económicas en 2012, señalábamos en artículos periodísticos, entrevistas radiales y televisivas la necesidad de liberar el tipo de cambio, tanto para acomodar los desequilibrios internos como para enfrentar una configuración negativa de los parámetros externos.
Entre los factores domésticos que iban a afectar nuestro desempeño mencionábamos el deterioro de la cuenta corriente del Balance de Pagos, debido a un incremento de la demanda interna, que excedía la oferta productiva a pesar de formidables precios externos.
Se computan también aquí la pérdida de reservas internacionales y el efecto acumulativo sobre la actividad productiva y el empleo que implicaba la sistemática revaluación del tipo de cambio ocurrida en los últimos cuatro años. Para exponer un ejemplo práctico, el gasto público primario aumentó 224% y el tipo de cambio del dólar, 36%.
Naturalmente, la corrección cambiaria debería venir acompañada de una política fiscal y monetaria compensadora que evitara la espiralización inflacionaria. Entre los factores externos que se computaban estaba la desaceleración de la economía mundial y los menores precios de las commodities, asociados a la devaluación del euro y a una menor demanda agregada mundial.
Debe recordarse que el gobierno nacional, luego de las elecciones y de manera inmediata, comenzó a ajustar las políticas públicas con una combinación de menores subsidios fiscales, menor transferencia a estados provinciales, un menor desborde monetario y, como eje principal de su accionar, un racionamiento cambiario y comercial donde se asienta el principal resorte de la acción de gobierno. Este esquema organizativo tenía como pilar de su viabilidad la expectativa de una espectacular cosecha, cuyo impacto compensaría tanto la pérdida de precios internacionales como los desfases acumulados por el atraso cambiario, la crisis energética y la desconfianza en los derechos de propiedad.
El riesgo mayor de la estrategia adoptada era que el "cosechón" esperado no se verificara. En tal caso se habrían perdido meses vitales para que tanto la industria como los servicios, así como las decisiones de portafolio, compensaran, aunque más no fuera parcialmente, los desvíos ya preexistentes, evitando la crónica escasez de divisas que afectó a nuestro país como una limitación muy negativa en los tiempos de la sustitución de importaciones. Desafortunadamente, el evento adverso más temido ha ocurrido.
La suma de la caída de precios (-10%) respecto de 2011, como la caída de volúmenes (-20%), implica una pérdida de recursos externos provenientes del sector granario de más del 30%. Si a esto se suma el deterioro de la sequía en el sector no granario, el desequilibrio excede los 10.000 millones de dólares sobre los valores esperados, prácticamente todo el superávit comercial de las previsiones implícitas en el programa macroeconómico.
Recuérdese que la crisis energética implica un desequilibrio creciente por menor producción doméstica y mayor demanda, del orden de 3000 millones de dólares, a los actuales precios del gas y el petróleo.
Por otro lado, para agravar el problema, el sesgo de sustitución de importaciones que ha impregnado la política pública de los últimos años ha reducido sensiblemente el espacio para disminuir bienes de consumo externo, ya que prácticamente gran parte de la importación es insumo del proceso productivo.
La falta de divisas se hará sentir con intensidad y la severidad de la escasez no hará lugar a ninguna cosmética.
La pregunta vital es dónde se corregirá este desequilibrio.
Será un menor nivel de actividad, una mayor brecha cambiaria con el dólar marginal, una pérdida significativa de reservas o una modificación cambiaria o, lo más probable, una mezcla de todo esto.
La pregunta no admite una respuesta sencilla, ya que la demora con la que se actúe repercutirá en la magnitud de la corrección necesaria.
Un punto que ayudaría mucho es liberar las exportaciones de restricciones cuantitativas, en particular las que afectan al sector agropecuario.
Esto permitiría sacar energía y recursos en un momento en que ellos serán muy necesarios.
© La Nacion
El autor fue ministro de Economía y candidato a presidente de la Nación
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