Los dos nacimientos de Gardel
Por Alicia Dujovne Ortiz Para LA NACION
PARIS
Los fríos, desapasionados y simples documentos nos lo dicen con impiedad: Charles Romuald Gardes, futuro Carlos Gardel, nació el 10 de diciembre de 1890 en el hospital de la Grave, en Toulouse, y fue bautizado al día siguiente en la capilla de ese hospital. El dato no tiene nada de novedoso: figura en todas las biografías serias del cantor criollo y ha sido vuelto a poner sobre el tapete por Juan Carlos Esteban en su reciente libro: Carlos Gardel, encuadre histórico .
Esteban, periodista y economista reconocido, ha escrito este libro claro y fundamentado para oponerse a "la actitud beligerante y jacobina de ciertos autores rioplatenses que están abroquelados en un campanario", campanario desde el que emiten la leyenda del Gardel uruguayo. Un Gardel que no habría sido hijo de la tolosana Berthe Gardes sino ( sucesivamente y en fechas diferentes) de las tacuaremboenses María Leila Oliva o María Bentos de Mora o de "una viejecita" de Pampa, Uruguay.
Además de su libro, lleno de argumentos incontestables, el autor, miembro del Centro de Estudios Gardelianos de Buenos Aires, me ha enviado tres documentos dignos de figurar en un excitante relato de ficción. El primero, fechado en marzo de 2004, es la respuesta de la jueza Fabiana Schafrik, del Poder Judicial de la Ciudad de Buenos Aires, a ese centro de estudios gardelianos que solicitaba la exhumación de los restos mortales de Carlos Gardel y Berthe Gardes para someterlos a la prueba del ADN.
La solicitud destacaba que la filiación del artista había sido puesta en tela de juicio y que "poderosos intereses económicos vinculados al tango [habían] provocado disparatadas afirmaciones sobre la nacionalidad de Carlos Gardel". La jueza respondió con una negativa, no por estar en desacuerdo con el planteo, sino por considerar que la justicia argentina y la uruguaya se pronunciaron sobre el caso cuando murió Gardel, aceptando como válido el testamento ológrafo en el que Gardel declaraba haber nacido en Toulouse y ser hijo de María Gardes (Berthe era el segundo nombre de la inmigrante francesa). En otras palabras, el hecho de que a los "jacobinos abroquelados" se les ocurriera inventar leyendas no es razón suficiente para remover los restos de madre e hijo.
Simétricamente, otro documento de agosto de 2004 enviado por Esteban muestra que también en la otra orilla del Plata quieren exhumar cadáveres. En este caso, los de Carlos Escayola y María Leila Oliva, supuestos padres del verdadero Gardel, enterrados en el cementerio de Tacuarembó.
Recordemos la historia imaginaria narrada por dos autores uruguayos (y desestimada por otros autores de esa misma nacionalidad): Berthe Gardes llega a Tacuarembó en 1883 (o en otras fechas, todas imprecisas), trabaja de planchadora en la estancia del tal Escayola y recibe en adopción el niño que éste ha tenido en 1881 o 1883 con una jovencita llamada María Leila. Después se vuelve a Francia con el niño, y tiempo más tarde regresa a la Argentina con un hijo propio que se llama… Charles Gardes. Renuncio a dar detalles sobre la historia de este fantasmita de igual nombre que el de carne y hueso, y nacido en la misma fecha, porque tantos años de racionalidad francesa me han bloqueado el fácil acceso al realismo mágico, del que alguna vez, allá en mis juventudes, he sabido gozar.
Ese segundo documento que me ha hecho llegar Esteban es nada menos que una carta dirigida al presidente del Uruguay, Jorge Batlle, en respuesta a un editorial del diario El País, de Montevideo, publicado en julio último y titulado "Carlos Gardel es uruguayo". El colega editorialista se asombra de dos cosas: de que "los argentinos prefieran que Gardel sea francés con tal de que no sea uruguayo" y de que el gobierno de su país no se interese en confirmar la filiación del Gardel de Tacuarembó, ignorando los términos de un petitorio presentado ante la Cámara de Diputados para que desentierren a Escayola y a Oliva y les analicen el ADN.
En su carta al doctor Batlle, Esteban desmonta sistemáticamente la estructura de esa historia imaginaria. Así, por ejemplo, las supuestas fotos de un Gardel oriental niño, exhibidas por esos autores, resultan imposibles si nos atenemos a las fechas de nacimiento que ellos mismos le atribuyen, según las cuales el fotografiado debería ser un muchacho diez años mayor. Y por si falta hiciera, el testamento ológrafo de Gardel, calificado por esos mismos autores de patraña, acaba de ser nuevamente autentificado por el doctor Raúl Torre, doctor en Policía Científica de la Universidad de Los Angeles.
Tercer documento recibido de manos de Esteban, quien a su vez lo recibió de Georges Galopa, vicepresidente de la asociación Carlos Gardel de Toulouse: la circular del consulado de Francia en Buenos Aires del 17 de noviembre de 1915 y la del Ministerio de Guerra francés del 23 de febrero de 1916, obtenidas por el investigador tolosano. Como todos sabemos, en 1920, antes de viajar a Europa por primera vez desde su llegada al país, el propio Gardel se declaró originario de Tacuarembó y obtuvo la ciudadanía uruguaya. Vagamente sospechábamos que lo había hecho para eludir la justicia militar de su país, en guerra entre 1914 y 1918. Esas circulares revelan que, en efecto, al no haberse presentado ante el consulado de Francia, cuando cumplió su mayoría de edad, para recibir su convocatoria y partir al frente, Gardel había quedado automáticamente ubicado en la categoría de rebelde o insumiso en tiempo de guerra. Pisar el territorio francés y quedar preso habría sido todo uno. Las apariciones triunfantes del Zorzal criollo en los escenarios parisienses vestido de gauchito, con sus puntillas y sus bombachas de satén negro, habrían sido reemplazadas por un oscuro calabozo.
El correo gardeliano anda muy activo estos últimos tiempos. Durante mi estada en Toulouse, en 1995 (por pura casualidad me tocó vivir a pocos metros de la casa natal del cantor, 4 rue du Canon d’Arcole), frecuenté a los miembros de la asociación Carlos Gardel de esa ciudad. Ya por aquel entonces, una profesora tolosana, Christiane Bricheteau, se dedicaba a rastrear infatigablemente a los antepasados de Carlos Gardel. Cementerios, archivos, nada escapaba a su espíritu científico, ardiente y crítico a la vez, que la llevaba a cotejar los datos entre sí, a observarlos con lupa y a desecharlos en caso de que no hubiera pruebas. Ahora acabo de recibir el fruto del esfuerzo: una edición de la autora en la que aparecen recopilados viejos documentos escritos a mano con la letrita aplicada de aquellos tiempos, y fotos de familia y de lápidas cubiertas de maleza encontradas a fuerza de olfato y de tesón.
La historia que surge es la siguiente: los más antiguos antepasados conocidos de Carlos Gardel fueron sus tatarabuelos, Bernard Gardes y Jeanne Bonhomme, que se casaron en Toulouse en 1779. Sus bisabuelos se llamaban Jean-Marie Gardes y Marie Pascale Bonnefoy, y sus abuelos Vital Gardes y Hélène Camarès. Esta pareja inaugura el período agitado de una familia tolosana, hasta entonces tranquila y sedentaria, con ramificaciones en la vecina ciudad de Albi, donde los hombres trabajaban en la construcción y las mujeres cosían o planchaban. En 1868, Vital y Hélène se divorciaron. El documento de separación, hallado en los archivos departamentales de Haute-Garonne, es como para enmarcarlo: las mayúsculas se enroscan sobre sí mismas a la manera de tímidos caracolitos para explicar que los malos tratos infligidos a su esposa por el colérico Vital, yesero y militar reservista, son causa suficiente para decretar la separación y dar a la madre la tenencia de los hijos: Berthe, de tres años, y Jean-Marie, de cinco.
Berthe había nacido el 14 de junio de 1865, en el barrio de Saint-Aubin, en Toulouse. Si conoció la violencia familiar durante sus tres primeros años, el resto de su vida tampoco fue apacible. En 1870, su madre, Hélène, se casa con un colorido personaje llamado Louis-Alphonse Carichou, que se la lleva lejos: a Puerto Cabello, en Venezuela. La investigadora no sabe (y al ignorarlo no lo afirma) si Berthe y su hermano, entonces de ocho y trece años respectivamente, formaron parte del viaje. Lo que sí ha descubierto Bricheteau es que el misterioso Charles Gardes del que alguna vez se ha hablado fue Carlos Carichou, hijo de Hélène y de Louis Alphonse, nacido en 1876, y que murió heroicamente por su país el 11 de octubre de 1918. Puede que Berthe haya pensado en él al ponerle a su hijo el nombre de su medio hermano.
En todo caso, a los veinticuatro años Berthe vive en Toulouse, en casa de su iracundo y divorciado padre, y trabaja de planchadora en el taller de Jeanne-Marie Blanc - Lasserre, en la rue des Sept Troubadours (un nombre premonitorio, dado el oficio de su futuro hijo). La relación amorosa entre Berthe y el hijo de la patrona, Paul Lasserre, un año menor que ella y aún no casado –contrariamente a lo que a menudo se ha afirmado– no ha sido comprobada (otro cadáver del que podríamos proponer la exhumación, ya que Madame Bricheteau halló su tumba en un cementerio próximo a Toulouse). Pero es vox populi entre los miembros de la familia Gardes, que aún viven en sus casas de siempre, como Henri Brune, al que yo misma tuve la ocasión de frecuentar y que, de jovencito, en los años treinta, acompañó a Gardel durante las cuatro visitas a su ciudad natal. La historia de Berthe y de Paul fue tan típica que ya por anticipado parecía formar parte de un tango: la planchadorcita que da el mal paso, el hijo de buena familia, contador de profesión, que no reconoce al bebé y que, ocho años más tarde, se casa con una joven de su clase. Efectivamente, en el certificado de casamiento se lee, siempre con esa letra compungida de los empleados municipales: "Marie-Anne Broyer, rentista".
Madre soltera y para nada rentista, la pobre Berthe fue alojada por su primo hermano Marius Barrat en la casa de la rue du Canon d’Arcole. En la planta baja, estaba la panadería del otro primo, Jean-Claire Barrat. De la madre, Hélène Camarès, y de su pintoresco segundo esposo, Carichou, por ese entonces ni noticias, salvo que en algún momento la pareja vivió en Bordeaux y en otro se fue al Africa. Nada que les diera a la sufrida planchadora y a su pequeño hijo un marco familiar y social suficientemente protector como para que se justificara quedarse en Toulouse. Eran épocas de emigración: el propio hermano de Berthe, Jean-Marie Gardes, había pasado alguna vez por Buenos Aires; y en la capital argentina estaba la amiga de Berthe, Anaïs Baux, que tenía un taller de planchado. En 1893, Berthe viaja a Bordeaux para tomar el barco a Buenos Aires con Charles Romuald. En la Dirección Nacional de Migraciones de nuestra ciudad aparecen estos datos: "vapor Dom Pedro, N° de orden 121; Berthe Gardes, francesa, viuda, 27 años, planchadora, católica, pasaporte N° 94, N° de orden 122; Charles Romuald Gardes, francés, dos años".
El trabajo de Juan Carlos Esteban y de Christiane Bricheteau aporta detalles concretos a un conjunto del que ya se conocían las grandes líneas. La jueza Schafrik no se equivoca al argumentar que la Justicia hizo su trabajo al considerar legítima heredera de Carlos Gardel a su madre, Berthe Gardes. Esta es la sencilla realidad.
Existiría, sin embargo, otra manera de encararla, menos histórica que humana. Toulouse reivindica con razón a Carlos Gardel, pero no lo necesita para vivir. Buenos Aires no necesita reivindicarlo: Gardel es Buenos Aires, indisolublemente unido a ella por una historia común. En cambio, Tacuarembó necesita el sueño de Gardel. Ha soñado tan fuerte, que su sueño se le ha convertido en modo de vida. Esteban está en lo justo al hablar de intereses económicos ligados a la leyenda del Gardel uruguayo. Lo cierto es que gracias a esa leyenda, cierto movimiento turístico afluye a Tacuarembó. Es como para preguntarse qué diría Gardel si presenciara el debate y si alguien le explicara: "Che, Carlitos, si vos decís que sos de Toulouse la mujer que plancha en un hotel de Tacuarembó se va a quedar sin empleo". Algo me anima a sospechar que antes de que otra planchadora en este mundo pierda el trabajo, él preferiría seguir con el misterio.