Los docentes como diseñadores de aprendizaje
El Design Thinking (pensamiento de diseño, en inglés), es un enfoque basado en los pilares de deseabilidad, viabilidad y factibilidad, y logra encontrar un punto en común entre lo que es deseable para los involucrados, con lo que es tecnológicamente viable y económicamente factible. Este mecanismo es muy utilizado en el ámbito laboral, sobre todo por las empresas que ponen mayor énfasis en la innovación y el bienestar de sus empleados: es hora de que la misma lógica se traslade al ámbito educativo.
Los cambios vertiginosos de nuestra vida actual hacen que surjan también nuevas metodologías de enseñanza, y que otras ya existentes se reinventen y actualicen. El Design Thinking entra en esta última categoría, y aporta al estudiante experiencia real, potenciando su autonomía y habilidades para desenvolverse en todos los aspectos de la vida como adulto. Al evolucionar las metodologías, es lógico que el rol docente también requiera actualizarse. En este sentido, su tarea pasa de impartir información, a facilitar el aprendizaje, y el desarrollo del pensamiento crítico y creativo. Esto genera que los alumnos se vuelven más conscientes de su proceso de aprendizaje, tomando un rol más activo al poner mayor énfasis en el proceso y no tanto en el resultado evaluativo.
Este tipo de pensamiento comienza con el desafío de conocer el problema y definirlo. Para ello, se requiere empatía, visión y una percepción profunda de la realidad. Luego, sigue un etapa de exploración: leer, escuchar, investigar, entrevistar, analizar estadísticas, y realizar todas las preguntas posibles relacionadas con el problema. Con toda esta información, la tercera etapa nos permite generar nuestras propias ideas, formatear el problema para definirlo y enmarcarlo de manera creativa. Estimar y analizar sus costos, implicancias, factibilidad, tiempo necesario, pros y contras, bocetos etc. El siguiente paso implica tomar la decisión de cuál es la mejor idea y diseñar un prototipo del proyecto (esquema, documento, dibujo, plano). Esta etapa requiere de reflexión, conciencia de atrasos y adelantos, y registro físico del proceso. Finalmente, el momento de exposición, evaluación, y testeo. Es el momento de volver al diseño y modificarlo, la oportunidad de revisar para mejorar.
Desde jardín hasta secundaria, Design Thinking puede guiar cualquier proyecto de aprendizaje en la escuela, fomentando la confianza y la autoeficacia de los alumnos, asumiendo el control de su propio aprendizaje y generando soluciones que les importen tanto a ellos como a los demás.
También aporta flexibilidad y pragmatismo, facilitando la búsqueda de respuesta a las necesidades del mundo moderno. Este enfoque puede ampliar nuestra noción de escuela y sistemas escolares, y empoderar tanto a docentes como estudiantes, para que ellos sean los arquitectos de su entorno de enseñanza y aprendizaje. Está comprobado que cuando los estudiantes participan del diseño de ese escenario y descubren sus propias habilidades e intereses, van a la escuela más motivados y comprometidos, lo que se traduce en una mejor experiencia académica y humana. Y si bien es muy difícil predecir el futuro y conocer los empleos que todavía no existen, a través de Design Thinking podemos formar educadores que inspiren y empoderen a sus alumnos, brindándoles las herramientas necesarias para enfrentar nuevos escenarios.
En la Argentina es difícil hablar de innovación en materia educativa sin encontrar un fuerte reparo de varios sectores. Sin embargo, cuando tenemos que describir la situación de nuestra educación, todos coincidimos en que está en decadencia desde hace muchos años. Yo me pregunto entonces, ¿por qué es tan difícil probar cosas nuevas? Más allá de intentos desconectados de experiencias innovadoras, seguimos educando en espacios rígidos, con metodologías obsoletas, jerarquías estériles y oscurantismo medieval. La educación debe evolucionar a la par del mundo moderno o seguiremos educando chicos para un mundo que ya no existe.
En uno de los epicentros de la innovación educativa, viví una aventura transformadora al visitar la prestigiosa Escuela de Design Thinking de Stanford. Un viaje que no solo me llevó a las aulas y pasillos de esta institución pionera, sino que también iluminó la relevancia crucial que este mecanismo tiene en el ámbito escolar. Esta Escuela, focalizada en utilizar el diseño para desarrollar el propio potencial creativo y realizar cambios positivos, ofrece un programa específico para formar a los maestros de la manera en que ahora se les pide que enseñen: participando creativamente con sus estudiantes, escuela y comunidad.
En medio de aulas descontracturadas, mesas con sillas-hamacas, pizarrones y pantallas verdes en las paredes, me surgió una pregunta inevitable: ¿cómo hacemos para llevar este enfoque educacional a nuestros docentes para que revolucionen las aulas e impulsen el potencial creativo y crítico de nuestros estudiantes? ¿Cómo inspiramos a docentes, padres, sindicalistas, y políticos a no tener miedo, a animarse a apostar por cambios profundos, a construir juntos entornos seguros para atajar los fracasos, aprender de ellos y seguir adelante?
Es nuestra obligación educar a las nuevas generaciones para la complejidad del futuro que les espera. Por ello, creo que es importante comenzar por asumir y reconocer que mucho de lo aprendido e implementado hasta ahora ya no sirve. Que el sistema educativo, y sus actores, deberán comprometerse con cambios que demandan esfuerzo y acción.
El desarrollo de un modelo educativo diferente requiere la toma de numerosas decisiones interrelacionadas, cómo la función de la escuela, el horario escolar, la interacción entre presencialidad y educación en línea, la adaptación continua de los contenidos y la gestión financiera y operativa. El compromiso y la participación por parte de los docentes en la investigación e implementación de este desafío es crucial. Es por ello, que es sumamente importante impulsar experiencias de desarrollo profesional que motiven a los educadores y los orienten hacia una interacción creativa con sus estudiantes, escuela y comunidad.
A través de capacitaciones y talleres a cargo de líderes en innovación, y recursos alternativos a los programas tradicionales de la formación actual, podemos fortalecer la confianza creativa de los educadores, habilitarlos a desarrollar su potencial para ser co-creadores de nuevos enfoques para mejorar la educación y establecer desafíos más ambiciosos que puedan complementarse y no competir entre sí.
Creo que nuestro país cuenta con suficientes innovadores, unicornios, emprendedores, y docentes por sí mismos, preparados para embarcarse en la ambiciosa tarea de revolucionar las aulas y de una vez por todas guiar el camino de cada uno de nuestros estudiantes hacia un futuro brillante. Solo hay que abrirles las puertas para sumarlos en la aventura.
Legisladora porteña por el Frente Liberal Republicano