Los dilemas del plan B
Una gran cantidad de acciones y decisiones en nuestra vida escapan de nuestro control. La toma de decisiones es un mecanismo cognitivo muy complejo integrado por dos sistemas: uno, el que aplicamos en la mayoría de los casos, es rápido y automático, y está regulado por las emociones; y el otro es un sistema lento y racional en el que sopesamos los pros y los contras de las elecciones. Este requiere un mayor esfuerzo cognitivo y es un recurso escaso. Tal es así que, cuando empleamos el sistema racional, sobre todo en aquellas decisiones que requieren una elaboración más sofisticada, a veces elaboramos una segunda opción, un plan B para resguardarnos ante el fracaso de nuestros planes. ¿Es realmente conveniente invertir tiempo y energía en un plan B?, ¿o es mejor enfocar toda nuestra energía en intentar lograr nuestro plan A, como quien dice, quemar las naves?
Los investigadores Chris Napolitano y Alexandra Freund de la Universidad de Zurich, en Suiza, han desarrollado modelos de investigación para evaluar la conveniencia de tener un plan B al momento de llevar a cabo nuestras metas. Su idea central es que estos planes modifican la percepción en la que uno va en busca de los objetivos. Descubrieron que los planes B no son inertes, sino que una vez plantados en nuestro pensamiento influyen en el modo en que usamos nuestro plan A.
Ahora bien, no todos los plan B son iguales. Unos se consideran solo en caso de que la primera opción falle y recién entonces se los pone en marcha. Los beneficios de esta estrategia se vinculan con que no hay distracciones mientras se implementa el primer plan. Sin embargo, es necesario saber identificar a tiempo cuándo dejar de apostar a una opción y pasar a la segunda porque puede dejar de tener sentido, si es demasiado tarde. Otros plan B son denominados redundantes. Se usan para maximizar los beneficios potenciales. Por ello, se compara en forma activa uno u otro plan para ver cuál proporcionará la mejor posibilidad de éxito. Este tipo de planes redundantes son mucho más costosos que los que solo se consideran de manera contingente ante el fracaso de la primera opción porque requieren comparar activamente ambos de manera continua. Si bien resultan tentadores ya que, en el mejor de los casos, existe una opción alternativa bien elaborada y lista para ser usada en el momento justo, este tipo de planes distraen y quitan el foco y la energía necesaria para realizar el plan A. En consecuencia, y paradójicamente, se falla al evitar fallar. Otro riesgo es quedar atrapado en un pantano de indecisión: cambiar de plan o no, cuándo hacerlo y cómo hacerlo.
En general, las personas no suelen ser muy precisas en la estimación de los costos reales de los planes B. Hay factores que impactan en la conveniencia de un tipo de plan que tienen que ver con los estilos de personalidad de cada uno. Lo importante es, como sostienen los investigadores, saber evaluar en qué medida tener un plan B está impactando en plan A. O, en tal caso, tener un plan preciso que nos permita, de una manera o de otra, arribar a la meta.