Los dilemas de Milei (I): ser o no ser… parte de la casta
Si se consolida como fenómeno político, en especial si lograra ganar la presidencia en el próximo turno electoral, Javier Milei implicaría una innovación para el sistema político en múltiples dimensiones. Por lo pronto, sería el primer economista en ocupar el sillón de Rivadavia –muchos de sus colegas alcanzaron cargos muy relevantes en diferentes gestiones, pero ninguno logró llegar tan alto en la estructura del Poder Ejecutivo– y, al mismo tiempo, el responsable de haber roto la hegemonía del sistema bicoalicional (antes bipartidario) que lleva cuatro décadas dominando la política nacional. Y no solo eso: de imponerse en las elecciones generales, La Libertad Avanza podría ser la primera fuerza abiertamente de derecha en competir con éxito por el poder desde la entrada en vigor de la ley Sáenz Peña, de 1912.
Existieron numerosos intentos de construir espacios políticos democráticos de centro o centroderecha, pero todos terminaron en fracaso o absorbidos por alguno de los grandes partidos. La consolidación del radicalismo a nivel nacional fue marginando gradualmente a los herederos del PAN (conservadores y demócratas), mientras que a partir de 1930 la conformación de lo que en la práctica se constituyó en el “partido militar” terminó de obturar el surgimiento de un partido competitivo electoralmente e identificado con ideas y valores de derecha. De hecho, muchos de los intentos frustrados fueron impulsados por líderes o funcionarios de gobiernos militares (como el caso de Udelpa, liderado por Pedro Eugenio Aramburu; el Partido Federal, creado en torno de Francisco Manrique, y muchas formaciones provinciales, como el Movimiento Popular Jujeño, de Horacio Guzmán). La Ucedé de la familia Alsogaray, Acción para la República de Domingo Cavallo y Recrear de Ricardo López Murphy, con las notables diferencias que tuvieron entre sí, se diluyeron o se integraron.
Desde comienzos de este siglo, Compromiso por el Cambio, la primera iniciativa de Mauricio Macri, pretendió romper esta tendencia y armar un partido competitivo y con vocación de poder. Más tarde Pro (surgido de la fusión con Recrear, ya liderada por Esteban Bullrich luego de su ruptura con López Murphy, a quien acompañó en la fórmula presidencial de 2007) intentó convertirse en una opción electoral exitosa, pero solamente consiguió ganar en la ciudad de Buenos Aires. Esa limitación territorial impulsó la asociación con la UCR y la Coalición Cívica para conformar Cambiemos en 2015, con lo que Pro, que nunca había sido una tradicional fuerza de derecha, sino un partido de centro más basado en la “gestión” que en aspectos ideológicos, debió ceder en materia programática y abrazar algunas de las ideas más “progres” impulsadas en especial por los sectores más alfonsinistas y socialdemócratas del radicalismo.
Macri se impuso en 2015 como parte de una coalición moderada. El programa de políticas públicas que desplegó durante su gestión resultó acorde con esa concepción, aunque siempre se hubiese sentido más inclinado por las viejas ideas del liberalismo económico que abrazó en sus primeros pasos como ejecutivo de las empresas de su familia y por las cuales se sintió cercano a Carlos Menem. Los consejos de sus asesores en comunicación y la necesidad de ampliar la base de sustentación política y electoral lo volvieron un dirigente mucho más pragmático y aparentemente neutro de lo que en su fuero íntimo creía. Así, el Macri sonriente y dominante que se vio sobre el escenario la noche del 13 de agosto festejaba que esas viejas intuiciones que habían quedado aparentemente sepultadas acababan de volver a la superficie y de recibir un respaldo contundente por parte de la ciudadanía. Interpreta como propio el triunfo de Milei, aunque eso le complique el camino de la recuperación a Patricia Bullrich y confunda a parte de su electorado.
La eventual consolidación de LLA como fuerza política constituiría un acontecimiento inusual: en la Argentina asistimos a la emergencia de fuerzas disruptivas, que rompen el sistema e implican un realineamiento de las fuerzas existentes, con suerte cada medio siglo. La breve lista podrían conformarla el radicalismo, con la Revolución del Parque, en 1890; el peronismo, que sale a la luz el 17 de octubre de 1945, y el kirchnerismo y el macrismo, nacidos al calor y como consecuencia de la crisis de 2001. Algo de aquel “que se vayan todos” parece contener el actual voto “libertario”, que surge como reacción a los excesos del intervencionismo hiperestatista que caracterizó estas dos décadas de restauración populista que experimentó la Argentina y que el interregno de Cambiemos no pudo desmembrar.
Existe un hecho aún más innovador y hasta contraintuitivo: Milei encabezaría una gestión que lejos de pretender controlar recursos financieros e institucionales públicos, como fue el caso de las fuerzas políticas precedentes, tendría como principal propósito achicar el aparato del Estado y establecer parámetros –aún indefinidos– de un modelo de construcción política y de gestión estatal opuesto al que impuso históricamente la “casta” a la que, se supone, viene a desplazar. ¿Cómo haría Milei para gobernar sin acuerdos con otras fuerzas? ¿Qué costos políticos y reputacionales tendrían los compromisos y negociaciones que esos pactos supondrían?
Los recientes hechos delictivos (mal denominados “saqueos”) no solo representan una exhibición a cielo abierto del vacío de poder que impera en la Argentina: ponen de manifiesto la ausencia de un aparato estatal con algún tipo de autonomía relativa respecto del gobierno de turno, incluidos los mecanismos mínimos para garantizar la seguridad ciudadana. En este contexto, y en contraposición con el paradig-ma populista de los Kirchner, que duró mientras hubo dinero para solventarlo, Milei propone un rediseño del funcionamiento del Estado. Es cierto: el “plan motosierra y dinamitado del Banco Central” tiende a moderarse a medida que el volumen político del candidato aumenta y los despreocupados eslóganes de campaña comienzan a transformarse en potenciales políticas públicas. Aun así, se habla de un recorte de entre 4 y 5 puntos del PBI, una disminución importante, pero que apenas reduciría el tamaño elefantiásico del engendro estatal que han legado las dos décadas de predominio K.
A la hora de recordar un candidato que haya propuesto gastar menos como plataforma de campaña, hay que remitirse a Eduardo Angeloz en 1989. El líder radical se mostraba con un –comparado con la motosierra– inofensivo lápiz rojo, pero perdió contra “la revolución productiva y el salariazo” que prometía Menem (quien luego como presidente llevó a cabo algunas de las iniciativas del gobernador cordobés). ¿Será LLA la primera fuerza política que no entienda el Estado como mecanismo de financiación para consolidar sus estructuras? ¿Logrará Milei, algo inédito en nuestro país, encarnar las bases de su movimiento apoyándose solo en la ciudadanía, o tal vez buscando movilizar a una sociedad civil que quedó aletargada durante la restauración populista? ¿Cuán factible es mantener la gobernabilidad sin pactar con al menos parte de la “casta”? ¿Cómo limitaría eso su margen de maniobra para achicar el tamaño del Estado? Caja y casta son las dos caras de la misma moneda. Milei lo sabe, pero no está claro que tenga una estrategia realista para implementar su plan.