Los deseos imaginarios del peronismo republicano
Insensibles a los hechos de la historia, hostiles a toda verificación con la experiencia, alumbrados por una aureola de evidencia indemostrable muy parecida a la de la cuarentena eterna, tres viejos mitos resurgen con fuerza en el horizonte republicano: no se puede ganar sin una pata peronista, no se puede cambiar el país sin el apoyo del peronismo y es mejor no hablar mal del peronismo para que los peronistas voten por quienes no lo son. No importa que Alfonsín haya ganado sin pata peronista ni que la Alianza se haya caído gracias a la labor destituyente de su pata peronista; ni que el reciente intento de cambiar el país confiando en la colaboración del peronismo no los haya llevado al republicanismo sino al Club del Helicóptero, ni que en cualquier país razonable alguien que se propusiese ganar los votos de su adversario sin criticarlo sería encerrado en un loquero. El síndrome de Estocolmo es duro de morir. Todas parecen buenas razones para congraciarse con quienes han gobernado el país 26 de los últimos 32 años y hecho todo lo posible para no dejar gobernar durante los otros seis.
Corría 2018 y escuchábamos los mismos cantos de sirena atados al mástil, como Ulises. El gobierno de Cambiemos había respetado el fallo de la Corte, había regado las provincias con los recursos coparticipables que Cristina les había robado y esperaba que en 2019 los gobernadores le jugaran a favor. Sucedió lo contrario: los gobernadores jugaron para Cristina y Alberto, repartiendo boletas, aportando fiscales y adelantando elecciones cuando se lo pidieron. ¿Resultado? Todos los gobernadores reeligieron. Macri, no. Lágrimas de sal en las heridas. Honda decepción. Duras lecciones prontas a ser arrojadas otra vez al basurero de la historia. “A los gobernadores les conviene Macri presidente, y no Cristina”, decían. “Más recursos, y cero humillación”. Pero los gobernadores razonaban mejor. Si juego para Cristina y gana Cristina, pensaban, tendré alguna chance de que Cristina no me maltrate si gana. Pero si juego para Macri y gana Cristina, me esperan cuatro años de infierno. Finalmente, ya sea que juegue para Cristina o para Macri, si gana Macri, me va a tratar bien. Así, en todos los escenarios creados por Cambiemos la mejor solución era jugar para Cristina. Porque este país no es como lo fantasean los deseos imaginarios del peronismo republicano, sino como lo construyeron ocho décadas de peronismo real. Quieren hacerlo pasar por una familia funcional que se sienta a la mesa a la hora de la cena, pero todos saben que el pater familias escondió un hacha debajo del repasador.
No se puede ganar sin una pata peronista ni se puede cambiar el país sin el peronismo, sostienen. Sin embargo, había más peronismo en Juntos por el Cambio 2019, que perdió, que en Cambiemos 2017, que ganó. Y la razón es simple: el peronismo republicano, ese oxímoron siempre en construcción, suma más por afuera que por adentro, propiciando un escenario de tres fuerzas como el de 2017, en el que Juntos por el Cambio ganó, y no uno de dos fuerzas, como el de 2019, en el que perdió a pesar de sacar dos millones de votos más que en 2015. Agrego: ¿es razonable que intenten cooptar a los peronistas republicanos quienes creen que una renovación peronista es posible? ¿Cómo van a hacer para renovarse si cooptamos a los mejores? ¿No conduce esa estrategia a regalarle el peronismo al kirchnerismo? ¿No propicia lo que se dice querer evitar: un país partido por una grieta y con un escenario electoral de dos fuerzas? ¿Y no es curioso que apuesten a la rosca política quienes se dicen peronistas, mientras los gorilas y elitistas nos ocupamos de representar al pueblo del 41% y los banderazos, ese nuevo subsuelo de la patria que se acaba de sublevar?
En cuanto a la idea de sumar al peronismo para cambiar el país: hemos comprobado en 2017 lo poco que duró. Aquel año terminó con los mejores índices sociales desde 1993, pero hubo que hacer campaña con el peronismo participando de la opereta de Santiago Maldonado, lagrimeando en cámara porque la gente la estaba pasando mal y pidiendo levantamientos de sesiones mientras la banda del gordo Mortero nos tiraba 14 toneladas de piedras y nos hubiera linchado, si los dejaban entrar. Además, si el peronismo federal está a favor de los cambios de la legislación fiscal, laboral y productiva necesarios, ¿por qué habrían de oponerse en caso de que Juntos por el Cambio llegara al gobierno sin ellos? ¿Para dañar al país? Y si han decidido sacrificar la Argentina a sus intereses, ¿por qué creer que harían otra cosa en caso de estar adentro? ¿No obstruirían todo con mayor eficacia desde allí?
La posibilidad de que un peronismo republicano ayude a cambiar lo que hay que cambiar no es nula, pero es poca. Quienes lo dan por descontado reemplazan los hechos de la historia por deseos imaginarios con escaso contacto con la realidad. E ignoran lo decisivo: la densa trama de relaciones, amistades, identidades, complicidades y pactos que ligan a los peronistas con los peronistas, y no con Juntos por el Cambio, y los muy concretos intereses del país subsidiado que el peronismo representa hoy: sectores económicos, votantes, provincias y sindicatos corporativizados que han proliferado en la Argentina que el peronismo ha creado, que subsisten pese a la crisis y que no desean cambiar. En todo caso, intentar que el peronismo apoye cambios es una cosa. Depender de que lo haga es un suicidio disfrazado de estrategia electoral. Si la oposición no solo quiere volver al poder, sino cambiar el país debería aprender, además, de la reciente experiencia del peronismo: las alianzas que sirven para llegar al gobierno no siempre sirven para gobernar.
¿Pueden las fuerzas republicanas ganar en 2023 sin conquistar parte del voto peronista del conurbano? No. ¿Se puede resolver el problema cooptando dirigentes peronistas? Tampoco. Si se gana, ¿habrá que pedir la colaboración legislativa del peronismo para los cambios que se necesitan? Desde luego. ¿Significa esto que hay que adular a sus gobernadores, elogiar a la ancha avenida del medio y confiar en que esta vez actuarán lealmente? De ninguna manera. Como muestra la historia, es más bien al revés. Un gobierno no peronista que dependa del peronismo para llevar adelante sus políticas está derrotado de antemano. Nunca va a conseguir el apoyo del peronismo ni mucho menos estructurar e impulsar un plan de reformas sin él. Para cambiar la realidad es necesario basarse en ella y en la propia fortaleza, y no en deseos imaginarios. Todo lo demás ha fracasado y volverá a fracasar.
Nadie tiene la llave de la puerta de Juntos por el Cambio ni es quién para exigir autos de fe. Los que quieran sumarse no necesitan autorizaciones si comparten nuestros valores y vienen con currículum, y no con prontuario. Ojalá vengan muchos, de todos los espacios, y nos ayuden a ganar las elecciones y a cambiar las cosas cuando haya que gobernar. Los peronistas son bienvenidos, pero esto no es el Pejota. Libres ellos de seguir cantando la marchita. Libres nosotros de recordarles que un país productivo no se construye combatiendo al capital.