Los desafíos que el cambio enfrenta
En un contexto en el que la democracia parlamentaria francesa se encontraba casi paralizada y venía sufriendo amargas derrotas en el frente externo, el general Charles de Gaulle fue llamado a gobernar el país por segunda vez en 1958, después de haber dejado su puesto como presidente provisional en 1946. Como lo describió en su libro Memorias de esperanza, él enfrentaría enormes desafíos ante los cambios que pretendía implementar, en particular de los partidos tradicionales que eran la base de la Cuarta República (1946-1958).
De Gaulle había sido muy crítico de los gobernantes que habían perdido la guerra con Alemania, con los del régimen de Vichy y con los de la Cuarta República, escribiendo que estando de vuelta en el poder, “debía enfrentar el rencor de tantos notables de la política que no le perdonaban sus propios errores”. Consideraba además que desde de su partida, en 1946, en materia de relaciones exteriores, “las naciones extranjeras, a fin de cuentas, determinaban y obtenían lo que pretendían de Francia”.
A su vez, sabía que no podía recibir demasiado apoyo de la prensa, muy ligada a los partidos tradicionales, ante los cambios políticos que quería implementar. Esto ocurría en una época en que –según el excanciller alemán Helmut Schmidt– los políticos y los periodistas eran ambos parte de la clase política, y que en ambas profesiones se podía observar un amplio espectro que abarcaba desde hombres de Estado hasta delincuentes. En consecuencia, según De Gaulle, durante su mandato, “naturalmente, y como es habitual, ningún apoyo me sería otorgado por la prensa, siempre confinada a la amargura, la crítica y a la racionalización”. Así, la mayoría de los periodistas de radio y televisión realizarían una huelga días antes de un referéndum convocado en 1962, con el pretexto del poco tiempo otorgado a los partidos. Estos eran los mismos que no protestaron cuando De Gaulle no pudo expresarse por esos medios durante 12 años.
En efecto, el referéndum que propuso en 1962 para aprobar que el presidente fuera elegido por voto universal fue un claro ejemplo de los desafíos que debió enfrentar. Lo que es hoy algo obvio no lo había sido en Francia, donde el Poder Legislativo votaba al presidente, manteniendo así su carácter de elector supremo. Junto a los partidos tradicionales, De Gaulle recibiría la oposición de asociaciones profesionales y sindicatos. Así, asociaciones de agricultores, de universitarios y de profesores técnicos y secundarios llamarían a votar por el no. También la CGT, la Fuerza Obrera, la Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos y otros sindicatos se manifestarían por la negativa.
Con la oposición de los partidos tradicionales, de asociaciones profesionales, de sindicatos y de la prensa en general, De Gaulle lograría una aprobación popular del 62% de los votos. Él creía que para defender el interés superior de la Nación y asegurar la continuidad en la acción, la legitimidad del presidente debía provenir directamente de los ciudadanos. Y que el presidente debía poder apelar directamente al electorado en tiempos de grandes cambios, que la clase política naturalmente resistiría. Por otro lado, probó que los feudos políticos, profesionales y periodísticos ya no expresaban la voluntad de los ciudadanos.
Ante el desafío de implementar cambios, De Gaulle creía que era muy importante tener equipos que expandieran y magnificaran su mensaje. Así, creía que era bueno que “la misma melodía fuera tocada por diversos instrumentos”. Uno de ellos sería el genial escritor André Malraux, quien lo fortalecía con su apoyo y amistad, y le garantizaba que en los duros debates, cuando los temas eran de gravedad, su juicio fulgurante lo ayudaría a disipar las sombras. De Gaulle escribiría: “Cuán bueno es que las ideas y las acciones de un jefe sean completadas, sostenidas y hasta algunas veces compensadas por una iniciativa, una capacidad o una voluntad ajena a la suya”.
De Gaulle enfrentaría los desafíos ante los cambios que pretendía realizar, consciente de que: “Dada la pendiente por la que se deslizaba Francia, mi misión era siempre guiarla hacia lo alto, mientras que numerosas voces desde abajo le requerían que descendiera”. En este sentido, De Gaulle implementaría reformas –a pesar de las resistencias– que darían a Francia una década de estabilidad política y de excepcional crecimiento económico.ß