Los desafíos de Estados Unidos, más allá de las elecciones
Con más de 70 millones de votos ya emitidos, el 3 de noviembre próximo será recordado como una jornada de gran intensidad en la vida electoral de Estados Unidos. Las elecciones llegan en el contexto de un aumento significativo en los casos de Covid-19 que se correlaciona con una de las peores semanas del S&P 500 desde marzo último y con la probabilidad mayor a cero de que en la madrugada del 4 no sepamos quién será el próximo presidente de Estados Unidos. Los más pesimistas hablan de días o semanas hasta saberlo. En las elecciones de 2000, recordemos, tuvimos que esperar hasta el 12 de diciembre. Vaya inquietud. Considerado por mucho tiempo un modelo político, Estados Unidos se ha vuelto un modelo de cómo una democracia liberal se puede convertir en una democracia disfuncional marcada por el aumento de las desigualdades y la división social.
Más allá de quién resulte ganador, Estados Unidos deberá enfrentar un número de desafíos fundamentales. En el corto plazo, está la pandemia y la economía, los dos temas que más preocupan a la población según una encuesta reciente del Financial Times y Peterson Foundation
Más allá de quién resulte ganador, Estados Unidos deberá enfrentar un número de desafíos fundamentales. En el corto plazo, está la pandemia y la economía, los dos temas que más preocupan a la población según una encuesta reciente del Financial Times y Peterson Foundation. Con poco más del 4 por ciento de la población mundial, Estados Unidos concentra el 20 por ciento del total global de casos y el 20 por ciento de las muertes por Covid-19. El incremento del 40 por ciento en esta semana, que muestra un nuevo record de casos diarios, sugiere que la pandemia está muy lejos de ser controlada en un país con muchos recursos y expertos, pero con un gobierno que decidió no usarlos. Si a esto le sumamos la mayor contracción económica registrada en la historia y un desempleo cercano a los 8 puntos encontraremos los dos motivos que explican por qué Biden lidera las encuestas.
El consenso existente entre economistas es que el plan de Biden de impuestos y gastos sería más eficiente que el de Trump para generar empleo y acelerar el crecimiento. Existe la impresión general de que a los republicanos les va mejor que los demócratas con la economía. Jeffrey Frenkel llegó a otra conclusión. En su conteo, si tomamos las 16 presidencias de Truman a Obama, el crecimiento anual en gobiernos demócratas fue del 4,3 por ciento en comparación con el 2,5 por ciento en gobiernos republicanos. Pero más allá de la salud y la economía, Estados Unidos enfrenta un enorme desafío del cual se derivan desafíos particulares. Ese gran desafío consiste en un nuevo contrato social que vuelva a poner al país en una senda de crecimiento con inclusión social y política y de ampliación de derechos.
En materia social, Estados Unidos no encontró aún la manera de detener el aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza. El 10 por ciento más rico de la población tiene un ingreso nueve veces superior al restante 90 por ciento; el 1 por ciento más rico promedia un ingreso 39 veces mayor y el 0,1 recibe 196 veces más. En 2018, los tres hombres más ricos del país (el fundador de Amazon, Jeff Bezos, el fundador de Microsoft, Bill Gates, y el inversionista Warren Buffett) tenían fortunas combinadas que valían más que la riqueza total de la mitad más pobre de los estadounidenses. Más aún, en lo que va de 2020, la riqueza de estos y otros billonarios creció 931 billones.
En materia política, el país necesita salir de la trampa de la minoría. En los últimos 32 años los republicanos ganaron las elecciones por voto popular solamente en dos ocasiones, en 1988 y en 2004, pero controlaron la presidencia durante 16 de esos 32 años. Esta tendencia podría continuar si Biden llegara a ganar mañana por un margen acotado de 2 o 3 puntos y Trump ganara donde ganó en 2016, incluso perdiendo en uno o dos Estados disputados. Algo similar ocurre en el Congreso. En las elecciones de 2016 y 2018, los demócratas obtuvieron más votos para el Senado, pero los republicanos se quedaron con 53 de 100 asientos. Incluso habiendo perdido el voto popular en 6 de las últimas 7 elecciones, los republicanos se las arreglaron para nombrar a 15 de los últimos 19 jueces de la Corte Suprema gracias a su sobrerrepresentación en el Senado.
La organización del electorado en demócratas liberales y republicanos conservadores se ha vuelto más clara y apunta a una división ideológica muy polarizada de la vida política americana. Pero esta polarización no es solo ideológica. Está presente en cómo los americanos conciben su identidad, su cultura y sus valores. Demócratas y republicanos ya no difieren solamente en qué hacer con los impuestos, la salud o los inmigrantes. Difieren en cuestiones que tienen que ver con la raza y la religión, dos dimensiones que han moldeado la vida social y política del país desde su fundación. La incorporación de la Jueza Amy Coney Barrett a la Corte Suprema se hizo sin el apoyo de ningún miembro del partido opositor, algo que no sucedía desde 1869. Una Corte claramente corrida al extremo conservador y religioso del continuo dará forma al paisaje legal de los próximos años. De ganar Biden, el riesgo de judicialización de varias de sus políticas vinculadas con la ampliación de derechos probablemente sea mayor, lo que a su vez podría alimentar el deseo de modificar el número de jueces, algo que se hizo 7 veces ya.
Típicamente, una democracia se sostiene en un contrato escrito compuesto de una constitución, varias instituciones y muchas leyes. Pero hay algo más, no escrito, que la sostiene. Son las normas que están detrás y cuya erosión ha sido un factor fundamental para explicar la corrosión de la democracia de Estados Unidos. En Cómo mueren las democracias, Steve Levitsky y Daniel Ziblatt señalan dos normas en particular. Por un lado, está la tolerancia mutua, en donde cada parte acepta la legitimidad de la otra parte rival. Por otro lado, está la moderación, en donde cada parte se autorrestringe de abusar de las prerrogativas institucionales. Recuperar estas normas quizás sea la labor más desafiante para un país con abundancia de armas, proliferación de milicias, multiplicación de protestas violentas, campañas de desinformación y cuatro años de un gobierno que no perdió oportunidad para debilitar los arreglos institucionales y la cultura del acuerdo. El peso de las reformas por hacer será fundamentalmente doméstico, pero el correlato externo no estará ausente.
De ganar Trump, no habrá ninguna reforma sino más slogans de paragolpes y una política exterior basada en la diplomacia coercitiva, las sanciones económicas y las transacciones bilaterales. La pregunta que se hace Biden es cómo diseñar una política exterior que ponga a la clase media en el centro y renueve, al mismo tiempo, la relación con el mundo libre, como le gusta decir. Pero más allá de los candidatos, con sus ideas y humores, lo importante de esta elección es lo que proyectan en el imaginario norteamericano. Trump es el candidato del miedo a las minorías, al inmigrante, al socialismo y al cosmopolitismo. Biden se proyecta como la posibilidad de ser un puente hacia una sociedad más justa y plural. Ninguna de estas dos narrativas morirá el 3 de noviembre. Pero una se hará más fuerte que la otra. Y según cuál triunfe, la diferencia será enorme.
Director de la Maestría en Política y Economía Internacionales de la Universidad de San Andrés