Los de siempre piden más tiempo
"Es mucho, muchísimo lo que hemos hecho, pero falta mucho por hacer. Por eso pedimos tu voto y que nos sigas acompañando. No te defraudaremos, lo mejor está por venir."
Palabra más, palabra menos, esto es lo que se ha escuchado hasta el hartazgo en la última campaña electoral, y en muchos casos, casi siempre, esos mensajes, dichos con rostros y miradas que prometen un futuro venturoso, provienen de señores que llevan como mínimo ocho años en el mismo cargo y muchísimos más también, si se cuenta su pertenencia a gobiernos con los que parecen haberse soldado de por vida.
¿Cuánto tiempo hace falta, efectivamente, para enderezar un municipio, una provincia o el país? ¿Hasta cuándo la herencia de los 90 y del gobierno de la Alianza será la coartada perfecta para justificar que faltó tiempo para hacer lo que no se hizo? Evidentemente lo pendiente es muchísimo, como lo demuestran la pobreza y la indigencia, la inseguridad, el crecimiento del narcotráfico y la falta de obras de infraestructura elemental. Pero ¿por qué creer que lo que no se hizo en 8, 12 o 16 años se hará mágicamente en los próximos cuatro?
El kirchnerismo y los gobernadores e intendentes que veneraron a Néstor y Cristina e hicieron lo posible por mimetizarse con ellos usaron los 90 y la Alianza como red que amortiguó todos sus estropicios. Posiblemente, Macri y Massa, de llegar al poder, así como sus respectivos candidatos a gobernaciones e intendencias, encontrarán en el larguísimo período kirchnerista el mejor bálsamo para los desaguisados que pudieran cometer.
Todo indica que se avecina un debate entre los tres candidatos mejor posicionados para luchar por la Presidencia. Sería demasiado, casi una extravagancia, esperar o pedir que no hubiera golpes bajos cruzados ni muertos que saldrán de los placares que cada uno carga, pero seguramente también habrá algunas propuestas y muchas promesas. ¿Alguno de los tres se animará, si así lo creyera conveniente, a decir que si llega al poder buscará un acuerdo amplio e impulsará una reforma constitucional que básicamente incluya la vuelta al mandato de seis años sin posibilidad de reelección inmediata? Y lo mismo para gobernadores e intendentes. ¿Y si él mismo diera el ejemplo asumiendo el compromiso de que se irá a su casa después de gobernar sólo cuatro años? Sí, sólo cuatro. Sin buscar la reelección que la ley permite.
Semejante idea parece descabellada, pero cabe preguntarse hasta dónde, de seguir como estamos, la Argentina podría caer más de lo que ha caído y sigue cayendo en aquellos factores que deterioran la calidad de vida de todos, pero mucho más la de los que menos tienen.
Massa tuvo en su momento la idea de limitar el mandato de los intendentes, algo que en su etapa de "renovador" hasta apoyó un mítico barón del conurbano atornillado a su sillón como Raúl Othacehé.
¿Se animará alguno de los tres candidatos a proponer que el próximo período presidencial sea una transición hacia un país distinto? ¿A decir que no estaría mal que después de gobernar seis años un señor siguiera haciendo política, pero no viviendo de ella para intentar volver al poder seis años después? ¿Con qué argumentos, con qué cara, los otros dos dirían que no, que seis años no alcanzan, que si ganan, necesitan ser reelegidos para "corregir lo malo y profundizar lo bueno"? ¿Qué podría empeorar en la Argentina si los políticos volvieran al llano después de seis años en el poder y además pudieran ser investigados, si así fuese necesario? Quizás hasta habría ex presidentes que podrían andar por la calle sin que nadie los tratara de ladrones. ¿Por qué, si otros países lo hacen y no se caen del mundo, aquí esto parece imposible?
Constitucionalistas varios, bienintencionados o no, seguramente cuestionarán, y con fundamentos, una idea como la expuesta. Pero la realidad es que, por las mañas de los políticos o por lo que fuere, la reforma del 94 no derivó en una política de mayor calidad que produjera una mejor vida para los argentinos. Más bien, todo lo contrario. Y ni hablar de la calidad institucional. El que asume por cuatro años piensa desde el primer día en cómo hará para retener el poder cuando termine su mandato, cómo usará el Estado y los dineros públicos para intentarlo. Y si le va bien, operativo clamor de por medio, no trepidará en embarcar al país en la locura de la re-re-re, sintiéndose providencial, la persona sin la cual la Argentina puede llegar a desaparecer.
Las culpas de los padeceres de un pueblo no las tienen las constituciones o los códigos, sino quienes los aplican. Sin embargo, hay que achicar los márgenes que invitan a aventuras como las que vivimos periódicamente y que tendrían mucho menos espacio sin reelección inmediata. La Argentina está como está no precisamente porque su clase política haya derrochado capacidad de gestión, vocación de servicio y honestidad. ¿Por qué no probar con una alternancia mayor, que, al fin y al cabo, es la esencia de la democracia? En el país hay democracia, pero no hay república.
Esta nota tal vez constituya un pecado de ingenuidad, por decirlo con palabras aptas para todo público, y seguramente despertará más de una sonrisa socarrona en el mundo de la política y su periferia, pero tal vez cale un poco entre los millones de ciudadanos de a pie que carecen de lo más elemental para vivir dignamente y que durante interminables años ven las mismas caras de siempre que les piden, justamente a ellos, tiempo, más tiempo en el poder.
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