Los datos: un tesoro que mueve el mundo
Cada "clic" en el teclado es parte de un decisivo tráfico de riqueza digital. Entre las denuncias de concentración en pocas compañías y el enorme potencial social de esa información que los Estados no terminan de capitalizar, la gran pulseada del siglo comienza
En su reciente visita a la Argentina, la académica holandesa José Van Dijk adelantó los temas que está investigando para su próximo libro: "Los datos son el nuevo dinero, el nuevo oro. Y los datos están, básicamente, en las manos de cinco grandes compañías: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft". Su inquietud está en línea con la de diversos pensadores, políticos, reguladores y unos cuantos usuarios en su calidad de sociedad civil, que constante o intermitentemente se preocupan cuando corroboran todo lo que estas empresas tecnológicas "saben" de ellos: desde su destino de vacaciones hasta un flamante embarazo. Facebook llegó a los dos mil millones de usuarios (sin contar Whatsapp o Instagram, empresas que adquirió); Google tiene el 88% del mercado de publicidad en buscadores. Todas ellas cuentan con algoritmos que apuntan a personalizar la experiencia para recolectar información de sus usuarios e hipersegmentarlos. Pero no todo el oro brilla, o al menos no para todos: la concentración furiosa de datos en manos de gigantes transnacionales, que muchas veces superan el PBI de varios países juntos, implica preguntas y preocupaciones de todo tipo. Desde cuál es el destino de esa información digitalizada en términos de privacidad hasta qué punto estas compañías proponen un juego limpio a posibles competidores y cuál es el rol de los Estados, que a veces intentan regularlas o aliarse en busca de mejor tecnología, en un contexto en que ellos mismos revisan sus posibilidades y capacidades para ser más inteligentes.
Pocos juegan
El modo en que los datos se convirtieron en un bien tan preciado es sencillo y a la vez no siempre tan visible para los usuarios, que utilizan todo tipo de aplicaciones gratuitas en las que, como dice la frase atribuida a Andrew Lewis, ellos no son los clientes sino el producto que se vende. Máximo Cavazzani, CEO de Etermax y creador de Preguntados, lo explica de manera muy clara: "Si yo soy Nike y quiero venderle zapatillas a la gente, puedo poner una publicidad en la televisión, pero si realmente quiero llegar a la gente que yo quiero, tendría que encontrar gente de cierta edad, de ciertos países, gustos, quizás que haya comprado zapatillas en el pasado o que estén mirando zapatillas en otros lados. Toda esa data es muy común y la tiene Google, Facebook, también Preguntados, y ayuda a que Nike pague más por esa publicidad. Hay mucho dinero puesto en poder conocer a los usuarios, no individualmente sino de manera agregada, para dar mejores productos y servicios". En la capacidad de recolectar y procesar información, estas empresas llevan una enorme ventaja: "Crearon plataformas y algoritmos eficientes que, junto con los datos, los hicieron dominar sectores enteros", explica la politóloga Natalia Zuazo, autora de Guerras de Internet. Actualmente, escribe su segundo libro sobre estas corporaciones tecnológicas y los desafíos que implican para la Argentina. "Con esa fortaleza y los ingresos multimillonarios que generan, les resulta fácil comprar compañías del sector (para usar también sus servicios o para neutralizarlas como competencia) y se apropian de mercados enteros. El esquema es el winner-takes-all."
Los números concentrados de la economía digital generaron un estado de latencia que intenta rediscutir términos fundantes del capitalismo como "monopolio", "posición dominante" y también "privacidad" en la era de la hiperconcentración de la riqueza y de los datos. Peter Thiel, el cofundador de PayPal e inversor de Facebook, sentó su posición de un modo estruendoso: "La competencia es para los perdedores", dijo en un ensayo publicado en el Wall Street Journal. Aplaude la creación de monopolios, definidos por él mismo como "un tipo de compañía que es tan buena en lo que hace que ninguna otra firma puede ofrecer ni de cerca un sustituto". Pero el tema causa revuelo de manera constante. Recientemente, Jonathan Taplin, director emérito del Laboratorio de Innovación de la Universidad de Southern California, hizo ruido con un libro indignado: Move Fast and Break Things: How Facebook, Google, and Amazon Cornered Culture and Undermined Democracy ("Movete rápido y rompé cosas: Cómo Facebook, Google y Amazon acorralaron la cultura y minaron la democracia"). El título está basado en una frase "inspiradora" de Mark Zuckerberg, en la que Taplin leyó literalidad destructora. En el libro, se dedica a desarmar estas grandes compañías y también a señalar sus efectos corrosivos en las artes y las industrias creativas, a las que él mismo se dedicaba en el pasado como productor de cine y música. Además, ensaya una pregunta cultural -algo nostálgica respecto de un pasado mitificado- alrededor de la idea de la inteligencia artificial: "La modernidad fue construida sobre la idea de que los individuos son quienes deciden sus destinos, particularmente como votantes y consumidores. Pero eso no es lo que sostiene el futuro tecno-determinista". También habla de la necesidad de que la regulación ponga límites a la adquisición de empresas y que se repiense la cuestión impositiva para evitar seguir contribuyendo a la desigualdad. Como dijo en un artículo en el New York Times: "Es imposible negar que Facebook, Google y Amazon han bloqueado la innovación a gran escala. Para empezar, las plataformas de Google y Facebook son el punto de acceso a todos los medios para la mayoría de los estadounidenses. Mientras que las ganancias de Google, Facebook y Amazon han aumentado, las ganancias de negocios como la edición de diarios o la industria de la música han caído el 70% desde 2001".
Del otro lado están quienes creen que poner límites a estas empresas es poner un límite a la innovación. Y, además, que no se trata técnicamente de monopolios, por lo cual la regulación existente sería más que suficiente. "Por el contrario -dice un estudio del académico Joe Kennedy-, una gran cantidad de datos, incluyendo información personal, es un aporte cada vez más vital para algunas de las innovaciones más importantes de la economía, incluyendo plataformas online, diagnósticos médicos, asistentes digitales, traducción de idiomas, planificación urbana y seguridad pública". Otros directamente le saltaron a la yugular a Taplin, como Tim Worstall desde Forbes, donde señala que Taplin demuestra no entender lo que un monopolio, ya que Google no maneja el 100% de los anuncios en buscadores.
Pero más allá de estas posturas divergentes, la OCDE, la Unión Europea y varios otros organismos están pensando que tal vez las herramientas regulatorias actuales no sean suficientes para la economía digital. Mientras la agencia antimonopolio alemana está investigando si Facebook abusó de su posición dominante al hacer que los usuarios aceptaran términos y condiciones injustos, la Unión Europea realizó una investigación sobre los contratos de Amazon en la venta de e-books y muy recientemente multó a Google con una cifra récord de 2700 millones de dólares por considerar que favorece en los resultados de sus búsquedas a sus propios productos sin que los usuarios lo sepan.
La privacidad también se convierte en un tema urticante. "Sabemos que las personas sólo confiarán en Facebook si mantenemos su información segura -dice Laura Juanes, directora de Privacidad de Facebook en América Latina-. Facebook da a las personas control sobre la información que comparten online a través de herramientas como Privacy Check Up y la central de información disponible en Privacy Basics".
El estado del mercado
Hace unos meses, un escándalo de datos sorprendió al Reino Unido en un sector que suena especialmente sensible cuando se habla de privacidad: la salud. Una entidad del servicio de salud nacional (NHS) había hecho un convenio con Google DeepMind, la empresa de inteligencia artificial que adquirió Google. El ensayo había comenzado en 2015 y consistía en rastrear los síntomas, historial y resultados de análisis de los pacientes y enviar un alerta a los médicos cuando había un cambio llamativo a través de una aplicación llamada Streams, desarrollada junto con los médicos. Google pudo acceder a información privada de más de un millón de pacientes, sin que el hospital en cuestión avisara debidamente. En la investigación, encontraron que el recorrido se salteó pasos fundamentales. Y la empresa también se expresó: "Necesitamos reflexionar sobre nuestras propias acciones. En nuestra determinación por lograr un impacto rápido cuando este trabajo empezó en 2015, subestimamos la complejidad del NHS y de las muchas reglas alrededor de los datos de los pacientes, así como de los miedos potenciales acerca de una compañía tecnológica reconocida que trabaja en salud". El tema despierta fantasías paranoides pero también preguntas concretas sobre cuán conveniente es que los Estados se valgan de tecnología de punta de empresas que tienen otros objetivos e intereses, pero a la vez pueden resolver asuntos concretos. A Marcelo Rinesi, científico de datos y miembro del Instituto Baikal, le preocupa más la falta de tecnología en el Estado que un eventual problema de estas características. "Uno puede estar legítimamente preocupado por la privacidad y es cierto, pero me preocupa más la falta de tecnología. Seguro que hay posibilidades de abuso en temas de privacidad que deberían ser regulados. Pero el principal problema de salud que tenemos no es que Google tenga la información de nuestra salud sino que el Estado la tenga y no la use. Los Estados tienen que tratar de ver cómo ser tan inteligentes como Google y Amazon. El problema es que el Estado no aplique esas tecnologías, porque eso causa gasto innecesario, pobreza innecesaria y desempleo innecesario." Y cita una frase de Isaac Asimov: "No temo a las computadoras. Temo su falta".
Recientemente, la Argentina tuvo debates asociados a las vinculaciones entre el gobierno y algunas de estas empresas y lo que suponen en términos de privacidad y soberanía. Primero fue el anuncio en 2016 de la implementación de una prueba piloto de Facebook at Work, una plataforma de comunicación interna en espacios laborales, en el Ministerio de Modernización, que despertó indagaciones de distintas organizaciones alrededor de qué tipo de información iba a estar alojada en los servidores de Facebook. El proyecto nunca se implementó por un cambio en las prioridades de gestión. Hace algunas semanas, se dio un debate similar cuando se anunció la firma de un memorándum de Entendimiento entre Amazon Web Services y el gobierno que disparó pedidos de información pública y explicaciones sobre cuál era la información que se iba a alojar en la nube y si estaba en línea con la ley nacional de protección de datos personales. El memorándum está publicado y apunta a capacitar a funcionarios y emprendedores y a apoyar a las comunidades de start-ups en el desarrollo de sus productos en la nube, entre otras colaboraciones. Por un año y sin costo, la empresa le cede un espacio en la nube para el almacenamiento de datos, donde se alojarán aplicaciones o programas de innovación. Daniel Abadie, subsecretario de Gobierno Digital dentro del Ministerio de Modernización, es tajante: "Hoy el 100% de la información sensible y los datos de gestión del Estado argentino corren en servidores argentinos hosteados en territorio nacional, sean los data centers de Arsat o los que tienen el Ministerio de Hacienda o los demás data centers que hoy están bajo el control del Ministerio de Modernización y eso es innegociable". El funcionario resalta que en el memorándum se aclara que cualquier conflicto se va a dirimir en la justicia argentina, según indica la ley nacional.
Los vínculos entre gobiernos y empresas tecnológicas son diversos y variopintos. En relación con esto, hay una imagen recurrente que pinta la historia de las empresas tecnológicas y los Estados como una grieta, especialmente en Estados Unidos. De un lado, los genios locos que dejaron la universidad para cambiar el mundo: del otro, los vetustos y poco creíbles políticos de turno, que corren detrás de la innovación para ponerle cotos y morder una tajada impositiva. Sin embargo, la evidencia muestra que, por ejemplo, la historia de Silicon Valley es en realidad una historia de amor con el Estado. En su libro The Entrepreneurial State: Debunking Public vs. Private Sector Myths ("El Estado emprendedor: desmitificando los mitos de sector privado vs. sector público"), la economista Mariana Mazzucato deconstruye los orígenes de la tecnología Apple, para demostrar cómo todas las tecnologías que hicieron del iPod, iPad y del iPhone los productos que le proporcionaron un enorme salto cuantitativo a la compañía fueron desarrollados por fondos gubernamentales y militares, desde la pantalla táctil hasta Siri. Los mitos pocas veces logran explicar la realidad, y la escisión Estado-mercado en la industria tecnológica no es la excepción. Según Zuazo, uno de los riesgos del enorme poder que han cobrado estas corporaciones es "achicar" las capacidades del Estado: "Uber o Waze les ofrecen a los gobiernos locales caudales enormes de data sobre circulación que ellos mismos no tienen. En ese punto, creo que los gobiernos están subestimando su capacidad para producir datos y utilizarlos en favor del interés ?común'. Creo que hay un problema de ?falta de fe' o ?autoestima baja' frente a estas corporaciones. Los gobiernos hoy no se creen capaces de gobernar eficientemente. En cambio las empresas son muy eficientes para usar los datos y están muy seguras de eso".
Mientras la sociedad civil, la política y la academia se hacen preguntas sobre cuán deseable es una sociedad guiada por los datos que recopilan un puñado de empresas XL, estas corporaciones no tienen pensado dejar de guiar la agenda de discusiones contemporáneas.