Los dardos contra golfistas y el remero, entre el prejuicio y el esnobismo ideológico
"Apunten contra el remero". Esa parece haber sido la consigna de los últimos días, al menos en las redes sociales. No es absurdo imaginar que desde algunos despachos oficiales se miraba la lapidación con cierto regocijo. El deportista olímpico que salió a reclamar su derecho a entrenar se convirtió, para batallones militantes, en símbolo del "egoísmo anticuarentena". No es un hecho aislado. Se inscribe en la línea de lo que pasó con los runners, con los tenistas y los golfistas, a los que algunos han querido ver como "enemigos" de una cruzada solidaria en defensa de la salud y la vida. ¿Qué pasa con los deportistas? La respuesta quizá nos conecte con una mezcla de prejuicios y simplificaciones enquistados en el disco rígido del poder.
Los atletas representan, en general, el esfuerzo individual, el espíritu de competencia, el inconformismo. ¿Son valores que "hacen ruido" y provocan algún rechazo en sectores del oficialismo? Ese hombre solo en medio del río, que sigue remando aunque tenga la corriente en contra, que apuesta a sus propias energías sin esperar que nadie lo empuje hasta la orilla, que apela a sus propias fuerzas, a su disciplina y entusiasmo para alcanzar la meta, que esperó 150 días sin chistar hasta que una mañana decidió alzar la voz frente a una medida incomprensible, ¿representa valores que admiramos o que, por el contrario, despreciamos? No es un interrogante sobre deporte y cuarentena; es una pregunta sobre el presente y el futuro del país.
La relación entre deporte y política ha sido históricamente conflictiva. Fascismos de distinto signo (desde el stalinismo hasta Mussolini) han malversado el espíritu del deporte en beneficio de objetivos totalitarios. Han exaltado la fuerza física como fuente de poder. La ultraderecha siempre ha buscado en el deporte una plataforma para la demagogia. Algo de eso puede verse en Bolsonaro, que se pasea en jet-sky para desafiar a la pandemia. Pero estigmatizar el deporte (sobre todo algunos que puedan lucir menos populares, aunque eso resulte engañoso) es la peligrosa contracara de otra utilización política que también tiene fines demagógicos.
Los runners, como los tenistas y los golfistas, son víctimas de una descalificación prejuiciosa. También de un análisis muy superficial. Se ignora que cualquiera de esos deportes mueve mucho más que jugadores. Alrededor del tenis, el golf o cualquier otra disciplina, hay profesores, hay empleados de clubes y centros de formación, hay comercios especializados, hay personal de mantenimiento. El deporte, además, está asociado a la industria del turismo, a decenas de miles de puestos de trabajo y a la economía de zonas enteras. Vayan a decirles a neuquinos o rionegrinos que el esquí es cosa de pocos.
Alrededor del tenis, el golf o cualquier otra disciplina, hay profesores, hay empleados de clubes y centros de formación, hay comercios especializados, hay personal de mantenimiento
Con la misma ligereza se ha asociado el veraneo al puro hedonismo, sin computar que de una temporada turística depende el sustento de miles y miles de familias. Sin computar tampoco que el descanso, como la actividad física, también tienen que ver (y mucho) con la salud de las personas.
Cuando el gobernador Kicillof contrapone la figura de un trabajador de la salud con la de alguien que quiere jugar al golf, cae en una distorsión que roza el absurdo. Se estimulan así estereotipos falsos, se profundizan grietas y enojos sociales, se fogonean prejuicios inconducentes.
El deporte, sea profesional o amateur, es un componente esencial de la vida social e individual. No hace falta practicarlos para comprender algo tan elemental. El deporte también es terapéutico, es un nexo de solidaridad, es integración. Es una barrera ante la amenaza de las adicciones (que, según varios estudios, han aumentado por la cuarentena), es fortalecimiento de las defensas y una "vacuna" mejor que muchas otras contra un amplio repertorio de enfermedades psico-físicas. Es, como si fuera poco, un espacio de libertad, de realización personal, de desahogo mental. Descalificarlo o minimizarlo como si fuera un capricho de minorías egoístas es, por encima de cualquier otra cosa, un acto de esnobismo ideológico.