Los clásicos, un remedio ante la pandemia
El paréntesis editorial que acompañó el comienzo de la cuarentena alentó un primer acercamiento o la relectura de libros inolvidables
Hasta hace poco los libros se multiplicaban en las mesas de las librerías y era difícil, entre tantas novedades, encontrar espacio para recuperar lecturas de otras épocas. La emergencia, sin embargo, cambió el panorama editorial y abrió un paréntesis que, tras el desaliento inicial, puede volverse la oportunidad para acercarse a clásicos postergados. Ya sea una primera lectura o el regreso a un libro conocido, lo cierto es que el tiempo transformó el vértigo contemporáneo en una pausa para abordar cuentas pendientes.
El intelectual y historiador del arte José Emilio Burucúa podría ser el lector ideal. Basta un dato para apoyar la idea: el año pasado donó más de 10.000 libros a la Biblioteca Nacional y se quedó con unos 800, que tapizan las paredes de su departamento porteño. Así y todo, le gusta volver a viejos amores literarios: "Hay dos clásicos que jamás me abandonan: el Quijote y la Historia de Genji, escrita por la dama Murasaki en la corte japonesa de los Heian entre los años 1000 y 1002. Hace por lo menos nueve años que van conmigo donde voy y los abro al azar para quedarme siempre maravillado, transportado a la delicia de un lenguaje que se desgrana alrededor de la realidad del mundo. O, mejor dicho, quita ciertos velos insoportables de lo real y despliega nuevos para conseguir que reluzca, tras ellos, la verdad de nuestra finitud, de nuestras locuras de amor, de nuestro conocimiento tenaz y siempre incompleto de los otros. Su lectura aporta esas verdades huidizas, aun en este presente doloroso y oscuro", dice el autor del reciente Historia natural y mítica de los elefantes (2019).
Los clásicos, se sabe, son obras que perduran en el tiempo, y permiten siempre nuevas interpretaciones. Aparecen, de un modo elocuente, como ese pasado que sigue sucediendo en nuestro presente.
El encierro sorprendió a la escritora Sylvia Iparraguirre escribiendo el final de su novela nueva, Antes que desaparezca, que de alguna manera completa la trilogía que empieza en El muchacho de los senos de goma y sigue en La orfandad. En tiempos difíciles, la autora se refugió en su biblioteca, en esa experiencia íntima y secreta de la lectura que tan bien narra en su ensayo La vida invisible. "Releí ?Wakefield', de Nathaniel Hawthorne -cuenta-, el más extraordinario y famoso de sus relatos, del libro Cuentos contados dos veces. Leí mucho en esta cuarentena y siempre vuelvo o ?paso' por la literatura norteamericana. Me interesa su conflicto de origen, la dualidad Norte-Sur, que se replica en otra: la idea optimista y triunfal del nuevo país, cantada por Walt Whitman. Y los que consideraron a esa sociedad culturalmente un desierto: Poe, Melville, y también Hawthorne. En pocas líneas, nos da, completa, la anécdota que después desarrolla. Wakefield sale a su trabajo. Le dice a su esposa que estará ausente unos días. Tiene un plan: ha alquilado un cuarto en la cuadra siguiente. Se instala y desde allí vigila, semana a semana, qué efecto produce su ausencia en su esposa, quien primero enferma, se repone, y con el tiempo se acostumbra y se cree viuda. El espionaje se prolonga por veinte años. Una noche de tormenta Wakefield decide volver".
Algo de razón debe tener Italo Calvino cuando sostiene que no se trata de leer a los clásicos, sino de releerlos. Incluso quienes nunca abrieron sus páginas, pueden hablar de ellos porque circulan en el imaginario como un patrimonio general. La frase, a la vez, funciona para los lectores apasionados que regresan a esos libros en una búsqueda constante. El novelista Guillermo Martínez no es la excepción: "Volví a leer Historia natural del disparate, de Bergen Evans, y Los hechizados, de Witold Gombrowicz, que para mí, al menos, es un clásico".
En un momento como este, en que la realidad abruma y parece ocuparlo todo, la pregunta, claro, es qué razones llevarían a releer una historia ya conocida. "En el caso del libro de Evans, escrito en 1946, para tener alguna referencia sobre la cuestión de si la estupidez humana aumenta o disminuye con el paso del tiempo", dice Martínez. El principio, memorable, parecería señalar que no hay grandes cambios, según recuerda el autor de Los crímenes de Alicia: "Podemos acabar con el pasado, pero el pasado no ha acabado con nosotros. Ideas de la Edad de Piedra existen junto al último pensamiento científico. Solo una fracción de la humanidad ha emergido de las oscuras edades. Hombres aparentemente sanos confían su fortuna a astrólogos y su salud a brujos o curanderos. Aviones gigantescos zumban a través del cielo pero la mitad de los pasajeros llevan amuletos mágicos".
Claro que también hay libros que resultan tesoros ocultos. ¿Quién no tiene un clásico pendiente? Pablo De Santis, autor de La hija del biógrafo y El enigma de París, es de los que encontró en el encierro una ocasión para llegar a una nueva lectura: "En este tiempo leí, entre otras cosas, las Memorias de ultratumba, de François-René de Chateaubriand. Lo había comprado hacía años, pero me demoraba en empezar. Es un libro extrañísimo, donde mezcla su vida personal y la historia de Francia; Chateaubriand repasa sus recuerdos y a la vez consulta documentos y cartas, como un historiador de sí mismo. Intercala una biografía de Napoleón, que es extraordinaria, y que no se detiene en la muerte del emperador, sino que continúa con la peripecia de su cadáver, encerrado en cuatro ataúdes sucesivos (caoba, plomo, otra vez caoba y hierro). A Chateaubriand le entusiasma contar la Revolución Francesa, a pesar de los peligros que corrió, y los tiempos del Imperio, pero no lo que viene después. Su lectura es un antídoto para el discurso de lo políticamente correcto, cuya interpretación literal de todo lo que existe ya se está convirtiendo en una forma de censura organizada", dice De Santis.
Cuando las restricciones son la regla, aparece la urgencia de encontrar libertad, cuanto menos para la mente. Hay quienes encuentran en la literatura clásica libros que esconden en sus pliegues las claves del presente. Martínez descubre en Historia natural del disparate algunas pistas de nuestra actualidad: "La de preguntarnos, más seriamente, qué es lo que lleva a las personas a preferir creer tal o cual cosa, más allá de todas las evidencias en contra que se les pueda presentar, y a pesar de toda la educación formal, de pensamiento crítico o científico que puedan haber recibido en algún momento de sus vidas. Cuáles son los mecanismos que finalmente hacen imponer las verdades por ?nichos' de tipo cuasi religiosas a las que asistimos en nuestra época. Para mí la clave está en los experimentos que desarrolló Stanley Milgram sobre la honda tendencia gregaria a seguir lo que hace cierto grupo de pertenencia, solo para no ?desentonar', potenciada por la posibilidad actual de encontrar en la red siempre un club de amigos que piensan como uno y que aplaudirán y no pondrán en jaque nuestras creencias".
Gombrowicz, recuerda Martínez, también se preguntó por esto en su Diario, respecto de la vieja pregunta de qué llevó a tanta gente "común y corriente" a participar de las matanzas nazis (el mismo interrogante que llevó a Milgram a sus experimentos). Y escribió, de manera inolvidable, y todavía certera, en la crítica a El hombre rebelde, de Camus: "El acto más horripilante se vuelve fácil cuando el camino que lo atraviesa es un camino ya abierto... Yo mato porque tú matas. Tú y él y todos ustedes torturan, pues entonces yo también torturo. En todo el libro de Camus no encuentro esta sencilla verdad: que el pecado es inversamente proporcional al número de gente que lo comete".
La lectura de un clásico permite nuevas perspectivas de los temas que aborda. Si persiste en la actualidad, es porque tiene algo nuevo que decir.
"En apariencia, ?Wakefield' no aporta ningún tipo de mirada al presente -dice Iparraguirre-. Contiene, en cambio, inquietantes observaciones acerca de la fuerza de una broma extravagante. Así estamos nosotros hoy, impedidos, muchos, de seguir viviendo unos con otros, separados, y hasta en ciudades distintas. Aceptamos lo que nos sucede, pero no por eso deja de ser una situación, insólita, impensada. Acomodarse a nuevos hábitos de soledad, que atrapan, y otros sutiles aspectos son expuestos como nadie por Hawthorne en ese cuento".
Los clásicos, sin caer en fanatismos, tienen esa música especial que convierte la realidad en ruido blanco y nos devuelve como lectores, línea a línea, el ritmo perdido.