Los chicos no pueden seguir pagando el costo de la pandemia
Una pandemia es por definición un evento mundial. Pero las gestión de la crisis sanitaria adquiere características nacionales. La Argentina no es el único país que ha enfrentado el problema con estrategias no muy exitosas, pero eso no la exonera de sus errores. Nuestro país exhibió una política cruel, inefectiva y bastante inédita contra quienes no pueden defenderse por sí mismos. La Argentina mantuvo confinados a los niños entre 90 y 120 días, fundamentalmente en la provincia de Buenos Aires, contra toda evidencia científica. Cuando ese derecho se dejó de vulnerar se hizo visible lo que a esos niños también les faltaba: ir a la escuela. Según datos de la Unesco, nuestro país se encuentra entre los 20 que más tiempo las cerraron. Es sobre este escenario que hoy se discute lo esencial de las clases presenciales. No se trata de quince días.
Los defensores del Gobierno invocan cierres en países como Alemania, Gran Bretaña o incluso Uruguay. Omiten que en esos países nos llevan meses de ventaja con la presencialidad y que se sigue la recomendación de que las escuelas deben ser lo último en cerrarse. Omiten que en varios países los cierres se segmentan por jurisdicción y nivel educativo, y que permanecen abiertos los jardines para hijos de trabajadores esenciales o en situación de vulnerabilidad. En otros países tampoco se produce el inexplicable desajuste institucional que hubo aquí entre el Ministerio de Salud, que instó a la población a salir de su casa solo para trabajar y llevar a los chicos a la escuela, y el Poder Ejecutivo. Y entre el Ejecutivo y el propio Consejo Federal de Educación que, asesorado por la Sociedad Argentina de Pediatría y con las cifras oficiales de bajísimos contagios en las escuelas, afirmó que los colegios deben ser lo último en cerrar. Horas más tarde, el presidente decretó que las escuelas del AMBA se cerraban. Solo podía haber razones políticas para esa insólita decisión. Decidir que la medida se aplicara sobre el AMBA y no sobre el Gran Buenos Aires fue el modo de cubrir el contraste entre chicos con y sin clases según el lado de la General Paz en el que quede su escuela.
A diferencia de otros países, aquí los cierres no se anunciaron con pena ni empatía. El Gobiernos hizo oídos sordos a la extendida protesta de madres, padres y chicos. Así, las autoridades nacionales declararon una guerra que no es contra el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, sino contra los niños. Hoy en Capital los chicos van a la escuela, mientras las plazas del Gran Buenos Aires están otra vez llenas de niños en horario escolar. Sin protocolos, sin sus amigos, sin educación.
El último informe de la OMS, del 7 de abril, dice que las escuelas pueden permanecer abiertas aun en niveles de alta transmisión viral y que deben ser lo último en cerrar. Los beneficios epidemiológicos del cierre no son significativos. En cambio, sí son significativos los daños que provoca el cierre prolongado de escuelas, sobre todo en los niños más desfavorecidos. Un 57% de los chicos en la Argentina viven debajo de la línea de pobreza. La educación virtual no es capaz de generar procesos de aprendizaje de la misma calidad que la presencial. Los déficits de aprendizaje son mayores en las poblaciones más vulnerables, por el menor acceso a las herramientas informáticas, lo cual amplía la brecha preexistente entre niños ricos y niños pobres.
Según Flacso, el año pasado un millón y medio de chicos abandonaron la escuela en el país. Las escuelas cerradas provocan alteraciones en la salud física y emocional de los niños como depresión, ansiedad, autolesiones, obesidad, desnutrición y problemas oftalmológicos por la alta exposición a las pantallas. La escuela es además uno de los espacios de privilegio para la denuncia de abusos. Por otra parte, su cierre acentúa la brecha laboral de género de las madres con hijos pequeños, pues tienen que dejar de trabajar para cuidar y ser educadoras de sus chicos a tiempo completo.
Los niños son esenciales y por eso no pueden seguir pagando los costos de la pandemia en nombre de una enfermedad que no es especialmente letal con ellos y de la cual no son los principales transmisores. Que las escuelas deben ser lo último en cerrar no es un invento de la oposición. Cerrarlas en 2021 como primera y casi única medida y en todos los niveles es sí en gran parte un invento inexplicable del Gobierno.
La autora es historiadora y cofundadora de Padres Organizados