Messi no se esconde, llora libre como los bebés, la temática de la semana de Primerizos, el especial de LA NACION que aborda temas claves para quienes son papas por primera vez
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La selección argentina de fútbol ganó la Copa América. Una nación entera volvió a unirse en alegría y las calles del obelisco se llenaron para celebrar a los bicampeones en la madrugada de un frío domingo de invierno. Sin embargo, la imagen que invadió los medios y las redes no fue solo la de la Scaloneta levantando la copa, sino la del llanto de Lionel Messi, sentado en el banco de suplentes tras haber dejado el campo por una lesión.
Llorar es la primera forma de expresión que conocemos, lloramos cuando nacemos y lloramos antes de saber hablar. Entonces, ¿por qué es tan poderoso ver llorar al capitán de la selección? El llanto de Messi puede ser atribuido al dolor de una lesión, a la tensión de una final, y muchas otras cuestiones que especialistas del fútbol sabrán analizar mejor que yo. Pero lo impactante es que Messi no se esconde, no se tapa con una toalla, llora libre como los bebés. Esa libertad nos conecta con nuestra capacidad de empatizar con la vulnerabilidad del otro y de permitirnos ser más amables con nuestra propia fragilidad y la de los que nos rodean. Si el mejor del mundo llora, ¿por qué no lloraríamos los demás?
Qué nos pasa cuando lloramos
Llorar suele ser visto como un signo de debilidad y hacerlo en público acarrea el riesgo de la vergüenza. En la era de sobreexposición digital que atravesamos, ser capturado en llanto puede convertirse rápidamente en carnada de burlas y hasta viralizarse en un meme. De modo que llorar se convirtió en un acto privado y silencioso, que buscamos descartar rápidamente para que pase desapercibido.
No es clara aún la conexión entre las lágrimas y ciertos estímulos psíquicos, pero sí sabemos que llorar es un acto primitivo y una forma de expresión que nos pertenece únicamente a los humanos. Lloramos de felicidad, de tristeza. Lloramos como respuesta al dolor y al estrés. Pero aun cuando llorar puede proporcionarnos una sensación de alivio y de libertad, sentimos pudor de hacerlo en público, juzgamos la virilidad de un hombre que llora y nos impacientamos cuando un bebé no encuentra consuelo.
Cada llanto tiene su propio sentimiento e historia, pero lo que todos tienen en común es que son una respuesta frente a emociones difíciles de manejar y en todos hay un pedido de contención. Para un bebé más aún, ya que llorar es el principal recurso que tiene para manifestarle a sus padres lo que siente. Pero no siempre es fácil identificar el motivo, y menos aún para padres primerizos. Aunque puede ser frustrante para los padres y exponernos a situaciones de estrés cuando nos encontramos bajo la mirada impaciente de desconocidos que nos juzgan o frente a un llanto persistente, con cada uno aprendemos a conocer a nuestro bebé y fortalecemos nuestro vínculo.
Llorar sin reservas es un privilegio que toleramos sólo en los más pequeños. Pero a medida que crecemos dejamos de permitirnos la nobleza del acto de llorar. Por eso la imagen de Messi es poderosa, porque nos conecta con nuestra humanidad y nos recuerda que merecemos compasión y empatía. No hicieron falta palabras, todos entendimos el llanto del campeón. No hubo burlas, no hubo vergüenza, sólo contención.
Una vez más, el ídolo de todos los argentinos dió cátedra de humanidad, vulnerabilidad: se permitió llorar, profundizó en su tristeza y su desazón.
Su vulnerabilidad lo mostró humano, humanos como son los padres cuando atraviesan los primeros llantos de sus hijos recién nacidos.. una angustía que viven principalmente quienes son papas por primera vez, un tema de agenda y el abodado por el tercer capítulo de Primerizos, el especial de LA NACION con nueve episodios que profundizan sobre las inseguridades con las que conviven quienes son padres por primera vez.
La autora es una de las máximas referentes en el mundo de la comunicación corporativa