Los Beatles conquistan La Habana, finalmente
Un bar creado por el gobierno y dedicado al cuarteto británico hace furor en la capital cubana y ofrece una muestra de los cambios que están teniendo lugar en la isla
LA HABANA
El cabello y los acentos no correspondían, pero al público solo le interesaba una cosa: la banda local estaba cantando música de los Beatles en un nuevo bar llamado Yellow Submarine, en Cuba, donde un acto de este tipo podría haber conducido a arrestos a mediados de los años 60.
Mejor aún, quizá debido a esa historia, la banda tocaba como si fueran rebeldes. Rápidos y salvajes, rasgueaban arriba y abajo los bajos de "Dear Prudence" como si la canción fuera nueva. Tocaron "Rocky Raccoon" a toda velocidad y, cuando llegaron a las primeras palabras de "Let It Be" -"When I find myself in times of trouble"-, todos los concurrentes empezaron a cantarlas con ellos, balanceándose rítmicamente, con la vista clavada en la banda o entonando el coro con los ojos cerrados, en éxtasis.
"Si no hay Beatles, no hay rock and roll", observó Guille Vilar, uno de los cofundadores del bar. "Esta es música creada con autenticidad".
Quizá así sea, pero los revolucionarios cubanos no estaban seguros de qué interpretación darle cuando apareció por primera vez. Si bien hoy los vínculos entre el rock contracultural y la política de izquierda están bien establecidos, en esos días las autoridades cubanas -algunas de ellas al menos- veían cualquier cosa en inglés como estadounidense y prácticamente como una traición. Los Beatles, a la par del cabello largo, los pantalones acampanados y la homosexualidad, eran vistos como causa de alarma o arresto en una época en que los uniformes militares en verde eran una declaración de gran importancia.
Cuba en los años 60 y principios de los 70, dijo Vilar, musicólogo de profesión, "era un lugar muy serio".
De hecho, muchos cubanos siguen recordando que tenían que ocultarse para escuchar cualquier álbum de los Beatles que pudieran encontrar tras las consecuencias de la crisis de los misiles y el embargo comercial norteamericano. Festivales como el de Woodstock e incluso conciertos menores de rock rara vez se llevaban a cabo; todo lo cual contribuye a explicar el atractivo del Yellow Submarine.
La escasez, como bien saben los vendedores de diamantes, es la génesis del valor, y en Cuba la música rock es una rara gema cultural por derecho propio. Sin embargo en el Yellow Submarine, con los requintos de sus guitarras, ventanas de portilla, interior azul y amarillo y letras de los Beatles en los muros, la experiencia plena equivale a un corto y directo camino fuera de la norma.
Después de todo, Cuba aún es un país de medios de comunicación limitados. Apenas es posible encontrar unos pocos canales en la televisión. Internet funciona a través de la línea telefónica. Y si bien es como si la música estuviera en todas partes, incluidos centros nocturnos y bares, la mayoría cae dentro de un estrecho espectro entre baladas de trova y meneo de caderas de reggaetón.
"Este lugar es diferente", destacó Alexander Peña, estudiante de las afueras de La Habana, sentado junto a la barra con tres de sus amigos.
No obstante lo anterior, sigue siendo bastante cubano. El Ministerio de Cultura es el dueño y operador del centro nocturno, que abrió sus puertas en marzo. Eso significa un bajo costo de admisión (2.50 dólares), imágenes de los Beatles sin regulación oficial y mozos con los acostumbrados chalecos negros, con el requisito usual de al menos tres recordatorios antes de que cualquier bebida sea efectivamente servida.
Vilar, quien fue uno de los asesores del proyecto, dijo que el gobierno estaba intentando hacer lo correcto: reabrir espacios cerrados y ampliar la vida nocturna de La Habana. Todo parecía indicar que los clientes estaban mayormente conformes. Y sin embargo, no era el típico grupo de bebedores de ron.
Un sábado reciente, la fila de decenas de personas que serpenteaba hasta la esquina parecía dirigirse a una graduación universitaria. Solo dos grupos parecían estar representados: la generación de Posguerra (vestidos con pantalones de vestir y bonitos vestidos) y los jóvenes de veintitantos (enfundados en jeans y remeras ajustadas). En algunos casos habían llegado juntos -madres e hijas incluidas-, y cada generación tenía sus razones para estar allí.
Los fans de edad mayor señalaron que el Yellow Submarine les permitía disfrutar de un momento que deberían haber experimentado varias décadas atrás. "Usted no entiende", dijo Marisa Valdés, de 50 años, mientras bailaba con su marido después de haberse sacado varias fotos con las figuras de madera de John, Paul, George y Ringo. "¡Esta música solía estar prohibida!"
Sin embargo, para los más jóvenes, el Yellow Submarine ofrecía lo opuesto: algo nuevo. Para unos pocos, la existencia misma del bar sugería que el viejo gobierno de la isla estaba aprendiendo algunos trucos nuevos. "Quizá demuestra que las cosas están cambiando en Cuba", dijo Peña.
Pero olvidemos tanta seriedad por un momento. En el interior, con la música a todo volumen, ese tipo de pensamientos no eran lo más común. La diversión es uno de los pocos lujos al que se han aferrado los cubanos con el paso de los años, y ya sea salsa o rock, el baile casi siempre va incluido. Así que cuando la banda empezó a tocar de nuevo, arrancando con "How could I dance with another when I saw her standing there", no hicieron falta exhortos para lograr que la gente dejara sus asientos.
Valdés parecía especialmente satisfecho cuando una joven pareja se puso de pie de un salto y empezó a hacer el twist. Alto y delgado, él, con barba y piernas elásticas; ella con rulos cerrados y trepidantes y un vestido blanco que se parecía notablemente al que Valdés llevaba puesto. La mujer mayor sólo asentía mientras la más joven bailaba. Por un momento, en música y estilo, en La Habana de hoy y del pasado, ambas eran una sola.