Los bancos de Avenida de Mayo
Cuando en enero de 2008 asumí como director general del Casco Histórico, una de las primeras decisiones en esa función fue instalar asientos a lo largo de la célebre Avenida de Mayo, abierta por Torcuato de Alvear e inaugurada por el intendente Federico Pinedo en 1894.
Hube de enfrentar oposiciones de diversa índole, desde los veteranos barriales, seguros de que esos bancos iban a ser la cama de vagos y borrachos, hasta la del propio José María Peña -prócer de ese distrito de San Telmo y Montserrat-, quien me dijo: "No van a durar, Luis, los que yo instalé se los robaron al poco tiempo".
Con aquella advertencia del que más conocía la zona, se dispuso diseñar un banco dotado de algunas propiedades básicas: tener un solo apoyo en el centro; ser de hormigón armado con una base reforzada; e integrarse al entorno con el color arena de los bellos frentes de esa vía única. Una cualidad por ahora inevitable es que el mobiliario urbano sea antivandálico.
Gracias al talento de Diana Cabeza, máxima especialista en el tema, se logró un producto modélico luego adoptado en varias ubicaciones, por ejemplo, en Bolívar, desde Plaza de Mayo hasta Belgrano, con el marco visual de la Iglesia de San Ignacio y el Colegio Nacional de Buenos Aires.
La idea rectora que abonaba aquella decisión era muy simple: una arteria de anchas veredas, con uno de los mejores paisajes urbanos de la ciudad, merecía contar con asientos para el reposo de los viandantes y el disfrute de esas fachadas armoniosas. Por eso, se colocaron modelos con respaldo enfrentando a los edificios más emblemáticos.
Con el apoyo de los colegas que integraban el equipo técnico del Casco, convencidos de la validez de la idea, se puso en movimiento el conjunto y en menos de un año, antes de terminar 2008, estaban instalados más de cien bancos en la avenida, incluyendo el cruce con la 9 de Julio y la Plaza del Congreso.
Todo este proceso contó con el apoyo del ministro del área, Hernán Lombardi, y del gobierno de la ciudad, a cargo del ingeniero Mauricio Macri. Porque dotar de esos asientos al eje cívico de Buenos Aires era una demostración más de la vocación democrática que nos inspiraba. Se trataba de responder a una necesidad de propios y extraños que no pudieran o no quisieran pagar una consumición en las mesas situadas frente a los bares del recorrido.
Otro mentís para los que hablan de "gobierno para los ricos" y no aprecian estos aportes al uso vital de la ciudad por parte de los usuarios naturales de la misma. Porque además, y esto hay que marcarlo como un logro adicional, para la gente esos bancos estuvieron siempre allí, son parte inseparable del paisaje ciudadano de la Avenida de Mayo.
Colocar esas piezas de mobiliario en una vía utilizada históricamente para manifestaciones de toda índole hacía prever que podían ser motivo de agresiones, y poco después aparecieron grafitis sobre la pulida superficie de concreto, que se lavó varias veces para devolverles su aspecto original.
Sin embargo, lo ocurrido ese lunes de pesadilla, en diciembre pasado, supera todo lo imaginable. Para los que intervinimos en aquella creación positiva e igualitaria, ver los muñones de hierro a la vista y las mutilaciones salvajes en bancos inocentes que servían para el descanso de los jubilados que esos energúmenos decían defender era algo que hería en el alma.
Las víctimas de esa destrucción irracional han cumplido nueve años y fueron concebidas para durar mucho más. La ciudadanía debe salir en defensa de los espacios públicos.