Los atentados del Mundial 78
El campeonato organizado bajo las directivas del capitán de navío Carlos Alberto Lacoste, amigo del almirante Emilio Eduardo Massera, tuvo como telón de fondo la feroz interna entre la Marina y el Ejército
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Se habla poco de los entretelones del Mundial 78, aquel campeonato organizado en la Argentina bajo las directivas del entonces capitán de navío Carlos Alberto Lacoste, amigo del almirante Emilio Eduardo Massera, el comandante general de la Armada y miembro de la Junta Militar que dio el golpe del 24 de marzo de 1976. Un grupo reducido –sobre todo entre los periodistas deportivos– podrá recordar, sin embargo, que Lacoste no fue el presidente del Ente Autárquico Mundial 78, sino el general Carlos Omar Actis. La disputa entre esos dos oficiales de alto rango representó una de las manifestaciones más feroces y sangrientas de la interna entre la Marina y el Ejército de aquella época y que permanece casi en la penumbra.
La designación de Actis fue la contrapartida del triunfo de la posición de la Armada, que deseaba organizar el Mundial en la Argentina, en contra del equipo del ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, que se oponía al desembolso que implicaría esa decisión. Aprobada la organización del Mundial en nuestro país, la confrontación se trasladó a la magnitud de las estructuras, despliegue y, en definitiva, gastos que deberían realizarse para recibir al público local y extranjero.
El general Actis era un hombre austero, nacido en la tranquilidad de Villa María, en la provincia de Córdoba, quien en su adolescencia había jugado en la tercera división de River, bajo la dirección del famoso técnico Renato Cesarini. Después de una carrera brillante en el ejército, el general Alejandro Agustín Lanusse lo había designado administrador general de YPF. Más tarde tuvo a su cargo la administración de la construcción de un enorme barrio militar y nunca se enriqueció, sino que vivía en un chalet de clase media en la localidad de Haedo. Con la misma austeridad con la que manejó las tareas encomendadas y su propia vida, pretendía organizar el Mundial, en oposición a Lacoste, que sostenía la necesidad de una demostración faraónica.
Actis, al fin y al cabo un general, hizo valer sus galones, aunque se impuso por muy poco tiempo. El periodista Eugenio Méndez en los 80 y, más tarde, el periodista deportivo Ricardo Gotta, desde diferentes ángulos, contaron parte del desenlace de aquel conflicto. El día que el general iba a dar una conferencia de prensa para hacer saber cómo se organizaría el campeonato y cuáles serían sus prudentes erogaciones, Actis pasó a la mañana a visitar a su hija, quien acababa de tener un varón. Después siguió a inspeccionar la obra del barrio militar y, en el camino, se detuvo un instante, motivado por un partido de fútbol que unos chicos jugaban en un potrero. Desde una camioneta, lo acribillaron a balazos. La policía de la comisaría de Wilde, que estaba a menos de ocho cuadras, tardó 25 minutos en llegar, algo inusitado para esa época.
En reemplazo de Actis fue nombrado el general Antonio Merlo, que, sin el carácter de su antecesor, cedió ante la voluntad de Lacoste y el Mundial le costó a la Argentina más de 700 millones de dólares de aquella época, una cifra que ronda los 3300 millones de dólares de hoy.
En 1982, los periodistas Luis Majul, Ezequiel Fernández Moores y Alberto Ferrari estaban haciendo una investigación sobre los gastos del Mundial de España comparados con los de la Argentina, ya que los españoles, cuatro años después, gastaron menos de la cuarta parte. En ese contexto, entrevistaron al exsecretario de Hacienda Juan Alemann, ya fuera de sus funciones, quien declaró que los organizadores “robaron como urracas”, con lo cual se armó un escándalo, porque la noticia fue difundida por la agencia DyN. La Nación y también Clarín publicaron la información y pidieron confirmación a Juan Alemann, quien echó nafta al fuego declarando que mejor preguntaran quién había matado a Héctor Hidalgo Solá y a Elena Holmberg y colocado una bomba en su propia casa.
En su momento, entrevisté a Ezequiel Fernández Moores y también a Juan Alemann para mi libro Montoneros, soldados de Massera. El caso de la bomba en la casa del entonces secretario de Hacienda de Martínez de Hoz se conecta con una sospecha nada grata sobre el partido de la Argentina contra Perú.
La selección argentina necesitaba hacer al menos cuatro goles a la peruana para pasar a la final. Hizo seis, pero justo en el momento del cuarto gol, estalló un artefacto explosivo en la casa de Juan Alemann, el cual destrozó los vidrios e hirió a su mujer. Durante la entrevista, Alemann me dijo: “¿Quién que no supiera que la Argentina iba a hacer los cuatro goles que necesitaba tendría preparada una bomba en mi casa justo para el cuarto gol?”.
Fernández Moores reveló en 2007 que el cartel de Cali había aportado dinero para sobornar a la selección de Perú, algo que podría llamar la atención por la aparente desconexión de intereses entre ambas partes. Pero nosotros sabemos, por las revelaciones del fiscal antimafia italiano Giovanni Falcone, asesinado en su país, que existían conexiones entre el cartel de Cali y la logia italiana Propaganda Due, a la que Massera pertenecía.
Gotta, por su lado, hizo una pormenorizada descripción de aquel partido famoso y sus jugadas inexplicables, así como de las acusaciones mutuas entre los jugadores. Dejó claro, en su libro Fuimos campeones, que resulta suficiente arreglar con el técnico y dos o tres jugadores claves para obtener cierto resultado.
A propósito de sobornos, tampoco era casual la referencia de Juan Alemann a Hidalgo Solá y a Elena Holmberg, a cuyas familias entrevisté.
Hidalgo Solá era embajador de la Argentina en Venezuela y se había enterado de una reunión de Massera con la cúpula montonera en la isla Margarita. Lo hicieron desaparecer apenas llegó a Buenos Aires. Elena Holmberg también era una diplomática argentina destacada en París, donde supo de un encuentro de Massera con los montoneros en la capital francesa, durante el cual el almirante les habría entregado más de un millón de dólares a cambio de tranquilidad para el Mundial. No fue el único objetivo del pacto.
Por su lado, Silvia Agulla, amiga de Elena y hermana del periodista Horacio Agulla, asesinado por lo que presuntamente sabría, declaró en el juicio a las juntas que Elena se había enterado, por el chofer de la Agregaduría Naval, que él mismo había llevado a Mario Firmenich y Fernando Vaca Narvaja a encontrarse con Massera en el Hotel Intercontinental de París. También el embajador Tomás de Anchorena recibía informes de la Policía Nacional Francesa sobre aquellas reuniones, conforme él mismo me confió.
Lo de Alemann no quedó en la bomba. Una mañana, tras salir de su casa en Belgrano, su automóvil fue baleado y recibió dos disparos de Energa que golpearon en el radiador, el cual quedó al rojo vivo. Al mismo tiempo, otro montonero le disparó con una ametralladora apoyada sobre un trípode, mientras un tercer terrorista le efectuó más de cien disparos de FAL. Todo en una esquina de ese transitado barrio porteño y en 1979. Alemann salvó su vida milagrosamente después de arrojarse al piso del automóvil, pero ninguno de los montoneros fue detenido, en una zona bajo control del general Carlos Guillermo Suárez Mason, socio de Massera y también miembro de Propaganda Due.
Hechos son hechos; las conclusiones son personales.