Los argentinos y el escepticismo
En la Grecia clásica florecieron escuelas filosóficas que produjeron un extraordinario auge del pensamiento, cuna de la civilización occidental. Pero hubo una escuela que nació para oponerse a sus verdades y, aún más, para argumentar contra la posibilidad de la verdad en general: la escuela escéptica. Fundada por Pirrón de Elis (360 a. C.–270 a. C.), el escepticismo tuvo un extenso desarrollo en su cruzada contra el pensamiento dogmático, como definían al de las escuelas que creían posible realizar afirmaciones verdaderas sobre la realidad. Quizá la mejor definición del escepticismo se la debemos a Sexto Empírico (160-210), su principal expositor. En sus Esbozos pirrónicos escribe: “El fundamento de la construcción escéptica es ante todo que a cada proposición se le opone otra proposición de igual validez”. Si la verdad es definida por la adecuación del pensamiento con la realidad, la proposición verdadera será aquella que presenta a la realidad tal como es. Cada una de las escuelas dogmáticas, el platonismo, el aristotelismo, el estoicismo, defendían una concepción de la verdad en relación con la realidad. Los escépticos sostendrán, a la luz de esa diversidad teórica, la imposibilidad de reconocer cuál de ellas es la verdadera.
Ahora bien, el resultado inevitable de las posturas opuestas es la incapacidad de optar por una de ellas y la necesidad de suspender el juicio. Ante toda cuestión en la que se ofrecen argumentos de igual peso a favor y en contra, el escéptico opta por lo que se conoce como epoché: la suspensión del juicio. El escéptico no se pronunciará sobre la verdad o la falsedad de una proposición. Afirma Sexto: “La suspensión del juicio es ese equilibrio de la mente por el que ni rechazamos ni afirmamos nada”; es la búsqueda de la ataraxia o serenidad del espíritu. Y agrega: “El fundamento del escepticismo es la esperanza de conservar la serenidad del espíritu”. En consecuencia, el escepticismo no solo es una doctrina, sino una actitud vital.
¿Qué sucede, entonces, en el ámbito de las cuestiones diarias? Porque atenerse a las enseñanzas de Pirrón, para estar exentos de dogmatismos, paraliza la vida del hombre. Aunque el escepticismo no pueda ser descalificado en teoría, en la vida cotidiana es imposible de ser llevado a la práctica. Y esto se debe a que los seres humanos actuamos, razonamos y creemos por más que no seamos capaces de alcanzar la verdad. La naturaleza nos fuerza a creer y actuar en la realidad aunque no sepamos qué es. Y a vivir de acuerdo con usos y costumbres que nos anteceden y han probado ser valiosos para elevar el bienestar. En este sentido, David Hume (1711-1776), gran demoledor de dogmas filosóficos, pudo afirmar que hay razonamientos que son teóricamente inadecuados, pero que operan como estipulaciones imprescindibles para el quehacer de la vida, como la noción de causalidad. El hombre vive gracias al subsuelo de sus creencias, afirmará Ortega dos siglos después. La teoría escéptica extrema es descartada por la inacción que ocasiona en el plano práctico.
¿Qué enseñanzas extraemos los argentinos sobre las doctrinas escépticas, sumidos en una crisis que nos priva de esperanza? A diferencia del escepticismo, en el plano teórico de las reglas que rigen el eficaz funcionamiento de las sociedades modernas tomamos partido y no suspendimos el juicio: adoptamos sofismas teóricos como verdades y renunciamos a las que han hecho la grandeza de Occidente. Mientras que en el plano práctico no supimos construir una nación justa y pujante respetando los principios y valores que nos legaron nuestros mayores. Los argentinos deberíamos buscar la serenidad del espíritu para superar la grieta de ideas que nos separa; pero, en cambio, atenernos en la praxis diaria a las experiencias exitosas de otros pueblos y de nuestro propio pasado.