¿Los Andes vuelven a ser la Sierra Maestra del continente?
De Heráclito a Hitler, de Platón a Marx, de Esparta a La Habana, el profetismo siempre incubó el totalitarismo; la historia, en el mejor de los casos, es el doloroso viaje de la humanidad entre errores y correcciones
- 6 minutos de lectura'
El papa Francisco nos informa que cultiva “relaciones humanas” con Raúl Castro. Contento él, contentos todos. Cada uno elige a sus almas gemelas. Podría tomar un café con el mismísimo diablo, yo no me escandalizaría. Hace tiempo, además, que vengo insistiendo en su afinidad ideal –perdón, humana– con el castrismo, o del castrismo con él. Son “populistas jesuitas”. Sin embargo, como lo dijo urbi et orbi, y lo condimentó con elogios a la historia de Cuba, que al igual que los Castro confunde con la historia de la revolución cubana, se ve que quería comunicarnos algo. ¿Qué?
Antes de contestar, pongamos algunos puntos sobre las íes. Aunque solo sea para evitar que el señor Raúl Castro pase por el viejito inofensivo que hoy parece y que nunca fue. Admirador de Stalin casado con una militante católica, teórico convencido de la “dictadura del proletariado” criado por jesuitas falangistas, Raúl encarna a la perfección el “cato-comunismo” que impregna a los países católicos y latinos a ambos lados del Atlántico. Menos brillante que su hermano mayor, lo compensó ganándole por despiadado. No era fácil. De las masacres y de los juicios-farsa después de la revolución a los campos de concentración de las UMAP, de las olas represivas contra artistas e intelectuales de los años 60 y 70 a los fusilamientos contra los reformistas “gorbachevianos” de los 80, de las “asambleas de moral comunista” a la caza feroz de cualquiera que intentara escapar del “paraíso” cubano, del “trabajo voluntario por la fuerza” al “voluntariado forzoso” en Angola, detrás de todas las peores atrocidades del régimen castrista está la mano de Raúl Castro: más que el humanitarismo socialista o cristiano debería evocar la Inquisición, la “limpieza de sangre”, los gulags. No es casualidad que durante décadas fuera el padre y patrón de las Fuerzas Armadas, la columna vertebral del régimen. “Fidel es nuestro padre”, gimió un día en la televisión cubana poco antes de mandar a matar al general Ochoa.
Pero Francisco estima a Raúl Castro y ensalza a la revolución cubana, “un símbolo”. ¿Qué pasa con la “democracia”, el “estado de derecho”, el “pluralismo”, con todas las palabras que él usa a menudo, pero que están prohibidas en Cuba? ¿Se le escapa la contradicción? ¿Ingenuidad? ¿Ignorancia? Todo lo contrario: Bergoglio comprende hoy lo que se le escapó hace cuarenta años, que el marxismo-leninismo cubano, en el que veía la amenazante sombra del “racionalismo” europeo, era una fina película que el tiempo borró. El castrismo se le aparece hoy como lo que en realidad fue siempre: un típico “movimiento nacional y popular” como el peronismo, expresión genuina del “buen pueblo fiel”, legítimo guardián de la atávica “cultura” católica del “pueblo”. Cuba se erige así como un bastión sagrado contra los “vicios” occidentales, los “pecados” sociales del capitalismo, el “laicismo” liberal. Ya se entendió durante su visita a la isla. Como Fidel y Raúl les quitaron la nacionalidad a los “gusanos” porque al no unirse a la revolución “ya no eran cubanos”, así Bergoglio negaba la ciudadanía a las clases medias argentinas, cipayas y “coloniales”, extrañas al “pueblo” y penetradas por el “racionalismo iluminista”. Por mucho que se enfade con la prensa acusándola de poner en su boca cosas de cuando era “chico en pañales”, ni él ni Raúl eran “chicos”, ni resulta que hayan renegado nunca de los “pañales” del pasado. Lo que se les escapa a muchos, y sobre lo que especula el Papa, es que cuando usa la palabra “democracia” no se refiere a la noción que de ella tiene el constitucionalismo liberal. No es ese su universo ideal. “La dictadura es democracia, si la ejerce el pueblo”, decía Fidel. Ya lo había dicho Hernán Benítez, jesuita y peronista. Bergoglio creció en esa escuela.
Llegados a este punto, no hace falta mucho para responder a la pregunta que queda abierta: ¿qué nos quiere decir el Papa? Él mismo se lo explica a Télam en una larga entrevista, otra más de un pontífice al que le encanta hablar de política y de sí mismo: “Latinoamérica todavía está en ese camino lento, de lucha, del sueño de San Martín y Bolívar por la unidad de la región”. Palabras ya escuchadas mil veces en boca de los Perón, los Castro, los Chávez. Minueto victimista incluido: la región “siempre fue víctima, y será víctima hasta que no se termine de liberar de imperialismos explotadores”. ¿Cuales? ¿Dónde? ¿Cómo? Misterio: “Son tan obvios que todo el mundo los ve”. Pero el Papa confía: “El sueño es una profecía”, explica escatológico, con su historicismo algo cristiano y muy hegeliano, tan sensible al “alma” del pueblo, al “espíritu” de la nación, a su “esencia”. Hace apenas cinco años se lanzaba contra “el embate del neoliberalismo en América Latina”. Hoy que triunfan los “gobiernos populares”, el camino a la tierra prometida le parece nuevamente colmado de hombres de la Providencia. Traducido: si ganan los suyos, se cumple una profecía, si ganan los demás, se contraría la voluntad de Dios. ¿Cuba? Qué importa su régimen, la Patria Grande se funda en el Evangelio, no en la democracia. Hace mucho tiempo que no se veía un papa tan poco universal y tan coyuntural, que no se escuchaba una filosofía de la historia tan ideológica y politiquera, tan opuesta a todo sentido común democrático.
Cuando los “barbudos” castristas entraron en La Habana, un arzobispo hizo sonar las campanas de fiesta: en el cielo cubano, anunció, brilla la palabra “triunfo”. Había vuelto la “nación católica”, había sido erradicada la “herejía secular”. Luego se arrepintió. Bergoglio sueña con verla escrita en el cielo latinoamericano. ¿Los Andes vuelven a ser la Sierra Maestra del continente? ¿Urgen nuevos profetas? De Heráclito a Hitler, de Platón a Marx, de Esparta a La Habana, el profetismo siempre incubó el totalitarismo. La historia, toda historia, incluso la latinoamericana, no responde a un plan, no apunta a un “objetivo común”, no sigue ningún “destino” o “profecía”. En el mejor de los casos, es el fatigoso y doloroso viaje de la humanidad entre errores y correcciones, nuevos errores y nuevas correcciones, un “camino hecho al andar”. Esta es la historia de las sociedades abiertas. En el peor de los casos, en cambio, la historia siempre repite los mismos errores para cumplir con una “profecía”. Esta es la historia de las sociedades tribales. Como Cuba. Así, pueden estar seguros, América Latina no se unirá nunca, seguirá peleándose alrededor de una “grieta”, la grieta de los profetas.