Los adultos y la responsabilidad con los niños
Sigo tentada a compartir cuánto (¡muchísimo!) nuestras creencias influyen en nuestras actitudes y en la vida de los demás, especialmente en la vida de los niños. Por eso me animo con el llamado efecto Pigmalión o efecto Rosenthal, en honor al investigador que lo estudió.
Resulta que hace varios años atrás, durante los intensos años 60, un psicólogo llamado Robert Rosenthal y una directora de escuela llamada Leonor Jacobson decidieron hacer un experimento juntos. Lo que hicieron fue evaluar a más de 300 alumnos con un test predictivo de potencial académico al principio del año escolar. Luego, basándose (supuestamente) en los resultados del test de inteligencia, informaron a los maestros de la escuela los nombres de algunos pocos alumnos que podían llegar a tener un rendimiento muy alto durante el año escolar. Lo que los maestros no sabían era que los nombres de los niños habían sido elegidos al azar y que no había ninguna diferencia entre ellos y el resto de los alumnos en cuanto a los resultados del test. Un año después evaluaron nuevamente a los más de 300 niños con el mismo test de rendimiento académico y (¡oh!) los niños de quienes los maestros esperaban que aumentasen su nivel intelectual lo habían aumentado de manera objetiva.
Rosenthal en su momento describió 4 factores que explicaban por qué las predicciones de los maestros con respecto a sus alumnos. El primero era el factor clima: los maestros tendían a crear un clima más cálido y agradable alrededor de los niños de quienes esperaban más, usando tanto el lenguaje verbal como la comunicación no verbal. El segundo, el factor “input”: los maestros se esforzaban y enseñaban más cosas a los niños de quienes esperaban más (y enseñaban menos cosas a los niños de quienes esperaban menos). El tercer factor era la oportunidad de respuesta: los maestros les daban más de una oportunidad de respuesta a los niños de quienes esperaban algo (es decir, les preguntaban más veces, les daban más tiempo para contestar y los ayudaban con las respuestas cuando no eran correctas). Y el último, el factor “feedback” (devolución, retroalimentación): cuanto más esperaban de un alumno, más lo elogiaban y más lo reforzaban positivamente para que pudiese obtener un buen resultado.
Este simple experimento demuestra que las creencias y las expectativas de los adultos son muy poderosas y que influencian el rendimiento, la inteligencia, la conducta, la autoestima y el aprendizaje de los niños. Y cuando digo los niños, digo todos los niños. La forma en la que tratamos a los que nos rodean puede cambiar su manera de actuar y la visión que tienen de ellos mismos.
Los adultos tenemos la responsabilidad de creer en las capacidades de los niños, de identificar los talentos y las fortalezas de cada uno de ellos (¡y todos, absolutamente todos los niños tienen talentos!), de abandonar nuestros prejuicios (especialmente los negativos), de valorar positivamente, de tener paciencia, de alentar, de transmitir confianza, de sacar lo mejor de ellos.
Cada uno de nosotros tiene la capacidad de transformar la vida de un niño. No requiere de mucho esfuerzo. Simplemente creer que ellos pueden. Me autoplagio: en nuestras creencias y miradas está la posibilidad de truncar caminos o habilitar sueños. Habilitemos sueños y deseos, por favor. Es un regalo lindo y original para el día del niño.