Los abuelos y la grieta
El 26 de julio fue una fecha importante para los dos grandes movimientos populares de la Argentina: el peronismo recuerda la muerte de Evita y el radicalismo, a la Revolución del Parque. Coincide con la celebración del Día de los Abuelos y así caí en el recuerdo de mis propios abuelos cruzados por el día histórico.
Uno era peronista y trabajó muy cerca de Perón y Eva como fotógrafo y ese 26 de julio fue uno de los días más tristes que le tocó vivir. La muerte de Eva sacudió su casa y mientras su esposa vivía el duelo llorando y con sus hijos muy chicos, él tuvo que tomar su equipo e ir a cubrir la noticia y hacer las fotos que nunca hubiese querido: la de la muerte de la señora que le decía Fusquito. ¿Cómo habrá sido para él ese momento en que se asoma desde un balcón del Congreso y mira a través del lente el cuerpo muerto de Eva? Desde arriba puede capturar el rostro de ella en su féretro custodiada por cadetes y la enorme araña que cuelga del techo del Palacio Legislativo.
¿Qué haría el otro abuelo? Ese hombre radical atildado al que nunca vi sin corbata y que me legó el apellido. ¿Ese mismo día habrá participado de un homenaje clandestino a la Revolución del Parque? ¿Habrá festejado la muerte de esa mujer joven que marcó la historia argentina? Me intriga saber cuáles habrán sido los análisis políticos que habrá hecho con sus correligionarios. Solo sé que les prohibió llevar el luto obligatorio a sus hijos y eso generó algún problema.
Ambos murieron sin un mango hace más de veinte años. Nos dejaron un legado de decencia, amor por los libros y dos vidas marcadas por la política, la cultura y los medios de comunicación. Los dos, Pinélides Aristóbulo Fusco (el peronista) y Aurelio Méndez (el radical) vivieron con pasión el tránsito por esos espacios, guardo con afecto joyas que poblaron sus departamentos sencillos: un ejemplar dedicado por el gran historiador radical, Gabriel del Mazo y una foto de Pinucho firmada por Perón. Los dos sufrieron cárceles y persecuciones, ninguno se llevó nunca a su casa lo que no le correspondía. Uno vivió en un conventillo donde se prestaban el hueso para hacer el puchero, el otro vino de Santo Tomé en Corrientes, para poder desarrollar su vida de abogado radical que atendía sin cobrar al que lo necesitaba. Llegó a ser Director Nacional en el gobierno de Arturo Frondizi y la leyenda familiar cuenta que en una interna partidaria retó a duelo a su adversario frente a un agravio.
Sus diferentes improntas tenía un punto de acuerdo: los dos eran docentes y creían en la educación y el respeto por el otro. Eso marcó a nuestra familia y hoy somos un mosaico donde se expresan todas las visiones posibles de la vida y del país. Nos peleamos y discutimos, pero en el fondo todos más o menos pensamos parecido.
Esas dos grandes visiones sintetizadas en Eva y la Revolución del Parque debaten desde hace décadas. Esa discusión a partir de 1983 tuvo un cauce democrático y desde entonces nadie quiso eliminar o prohibir al otro. Es un avance medular para nuestra sociedad, sin embargo eso no tuvo un correlato en la movilidad social que permitió que mis abuelos salieran de la pobreza, trabajaran cerca de Presidentes y formaran hijos y nietos profesionales. Ojalá, la diversidad pueda seguir conviviendo sin agravios, con un diálogo democrático cada vez más maduro y alejado de aquella fórmula que encubría violencia y que planteaba que el debate es entre pueblo y antipueblo.
Periodista, autor del libro Fusco. El fotógrafo de Perón