Los 90. La década negada
¿Fue un mal experimento político o diez años de estabilidad? ¿Fue sólo frivolidad o una fiesta de consumo para casi todos? Ante un nuevo fin de ciclo, la época menemista se sigue revelando ambigua y vergonzante en nuestra memoria colectiva
El diálogo transcurre en un despacho de la Casa Rosada, en la segunda mitad de los 90. Un periodista joven dialoga off the record con un ministro influyente de aquella época. El periodista lo interpela por el impacto social de las reformas económicas practicadas por el gobierno durante aquella década. Entusiasta, cree haber encontrado un punto vulnerable del discurso oficial cuando el ministro lo interrumpe, con señales de aburrimiento: "Todo lo que decís suena muy bien. Pero ¿vos con qué gobierno te compraste la casa?".
Hablar hoy de los 90 requiere, antes que nada, una buena cuota de honestidad. Fueron los años de la reforma y la desaparición del Estado, las desregulaciones, la reconversión de una economía de base industrial a una de servicios, la apertura al mundo y la estabilidad política y monetaria. Un nuevo relato, un nuevo contrato social y un contexto global favorable trajeron la modernidad de regreso a la periferia.
Durante ese largo proceso hubo perdedores y ganadores. A riesgo de una simplificación, puede decirse que los sectores populares largamente perdieron: desigualdad, desempleo y pérdida de la cultura del trabajo; pérdida de identidad y descenso social, exclusión del sistema y marginación.
Pero una parte de la clase media llegó a estándares de vida hasta poco antes desconocidos: ingresos dolarizados, acceso a bienes de calidad, viajes a destinos insospechados y, como acertó aquel ministro, casa propia y en cuotas.
Sin embargo, también estos últimos sectores tendrían a su tiempo que rendir cuentas. Los 90 no se completaron sino durante la explosión de 2001, cuando develaron su cara oculta hasta alcanzar a (casi) todos. El nivel de endeudamiento se reveló insostenible y, como dicen los economistas, alguien finalmente tenía que pagar el almuerzo.
Cualquier aproximación a los 90 alcanza para despertar una tormenta de cuestionamientos sobre el significado de esa década, que promueve tanto la autoindulgencia como la reconvención. Pero ¿por qué venir a hablar ahora de los 90? Década maldita, encarna en la Argentina todos los males del neoliberalismo económico que el relato kirchnerista prometió remediar. Son años que ocupan un lugar vergonzante y negativo en la memoria colectiva. Pero también, años de estabilidad política y económica que buena parte de la sociedad alentó y disfrutó, a un precio que se reveló insostenible.
¿Ha cambiado nuestra perspectiva sobre esa época o, por el contrario, los 90 siguen siendo una década maldita? ¿Hay algo de esa cultura que en el fondo no abandonamos? ¿Se puede revalorizar algún aspecto de aquellos años o lo que perdura es el signo negativo?
"Todos tienen cierto prejuicio al tratar la cuestión de los 90. Hay una cierta culposidad", dice Jorge Asís, ex embajador en Portugal y ante la Unesco, y con un breve paso por la Secretaría de Cultura a mediados de esos años. Asís es una de las escasas personalidades públicas que reivindican las políticas de aquellos años. Cree que el discurso de los 90 está ausente en la Argentina de hoy, "donde nadie quiere ser de derecha, ni siquiera en Pro". "Hay tres grandes cosas que fueron valiosas y que hoy faltan -sostiene este periodista y escritor-: la apertura de la economía y la generación de un clima de negocios, al margen de los desbordes «a la Argentina»; una estrategia en política exterior que, aunque precipitada y arbitraria, permitió ingresar sin visa a los Estados Unidos, algo que desearían hoy muchos antiimperialistas preventivos, y la idea de reconciliación nacional, que era indispensable, nos obligó a tragar varios sapos y de la que se volvió atrás por puro oportunismo conceptual."
El productor Daniel Grinbank prefiere hablar de los 90 y de la actualidad como partes de un todo, de una Argentina sin finales felices. "Tan diferentes y al mismo tiempo tan parecidos? Dos extremos y a la vez dos caras de una misma moneda. Los dos proyectos, el menemismo y el kirchnerismo, son dos frustraciones argentinas. En ambos casos, desde el poder se intentó controlar a los medios, manipular a la Justicia, eternizarse. Y en el final del camino, antes con el default de 2001 y ahora sin acceso a los capitales, con los dos terminamos descolgados del mundo."
Manager y figura clave en el escenario artístico de aquella época -trajo por primera vez a la Argentina a los Rolling Stones, U2, Paul McCartney, Madonna entre tantísimos otros-, Grinbank asocia cierta mirada "vergonzante" que predomina sobre los 90 a un sentimiento general de "defraudación". "Yo creo en las ideologías más que nunca. Tengo ideas de izquierda y me molesta el uso que les ha dado el actual gobierno. Y puedo decir que el de los 90 fue un gobierno seudoliberal votado por las mayorías: esa experiencia condujo a la degradación y la vergüenza."
Continuidad o cambio
Una de las paradojas del fin de kirchnerismo radica en que, si bien hay consenso en que el modelo distribucionista ha llegado a su techo en el actual contexto económico, contra lo que podía esperarse, el concepto de "cambio" no prevalece abiertamente sobre el de "continuidad" en el discurso público. Hay ciertas unanimidades: en relación con el rol activo del Estado en la regulación de la actividad económica y, en menor medida, del sistema financiero, y respecto de las iniciativas de naturaleza social, como las asociadas a la ampliación de derechos, en los que la Asignación Universal por Hijo y el matrimonio igualitario pueden ser ejemplos. El fenómeno, con sus matices y diferenciaciones, recuerda el apoyo extendido del que gozaba en la sociedad el sistema de convertibilidad, en su asociación a la estabilidad, durante el tramo final del gobierno de Menem.
Representa una curiosidad que en este contexto de continuidad/cambio los tres principales candidatos presidenciales -incluido el del propio oficialismo- provengan de una matriz y una filosofía política tan distinta de aquellas en las que se forjó el kirchnerismo. Y que incluso muchos análisis los asimilen a la cultura política de los años 90, verdadera contracara de las políticas "igualitaristas". "Macri, Scioli y Massa salieron de la formación de mi padre. Y hay muchos más", dijo recientemente Zulemita Menem.
Martín Rodríguez, periodista y ensayista, reflexiona sobre las fantasías de un regreso inesperado a aquella época. "Lo primero para decir es que los 90 terminaron mal. Y el problema con los 90 no es tanto su pasado, sino el temor a su posible retorno: una suerte de retorno de lo reprimido para las mentes progresistas. La temida vuelta de los 90, para muchos encarnada en los candidatos populares (Scioli, Massa o Macri), tiene contextos absolutamente distintos: no hay Consenso de Washington en el mundo, existe China, la soja, Vaca Muerta o el consenso político sobre la AUH, que hace a una determinada responsabilidad social en la gestión pública."
La protesta social ocupó un lugar incluso más relevante que el de la oposición política durante las transformaciones económicas de los 90. La desarticulación del Estado convirtió a los gremios vinculados a los servicios públicos esenciales en una virtual vanguardia contra aquel modelo.
Marta Maffei, maestra y principal impulsora de la célebre Carpa Blanca docente, recuerda: "Hubo una prédica muy fuerte de los grupos económicos. Las privatizaciones derivaron en la pérdida de la funcionalidad de los servicios públicos, de la educación, la salud, el transporte. Y no hubo inversiones productivas, sino un neoextractivismo que redundó en miseria y exclusión".
Maffei, que lideró la Ctera y fue una de las fundadoras de la CTA, coincide en que el proceso fue acompañado por un sector de la sociedad desde una perspectiva "alejada de todo realismo". "Creían que las privatizaciones iban a traer crecimiento, progreso y desarrollo. Y los sectores medios se vieron finalmente confrontados con la realidad." Esta docente reconoce que el kirchnerismo asumió el rol "decisorio y protagónico" del Estado en la última década, pero, dice, "no modificó los términos de acumulación del liberalismo y se limitó a una política de contención social. En una época de fuerte crecimiento, no hubo desarrollo".
Desviaciones del modelo
Otro ex secretario de Cultura, aunque de los años de Néstor Kirchner, José "Pepe" Nun no ignora que hubo sectores beneficiados que verán con nostalgia aquellos tiempos, entre los que incluye a la propia clase política. "La valoración negativa o positiva de aquella década depende de las prioridades del opinante. Por vías tanto legales como ilegales, hubo gente que en los 90 amasó enormes fortunas y me imagino que tendrá un buen recuerdo. A la vez, no fueron pocos los políticos (o aspirantes) que se beneficiaron con la tercera banca de senador, con las prebendas, con el hiperpresidencialismo y la falta de división de poderes", sostiene.
Nun es, sin embargo, implacable en relación con las desviaciones de aquel modelo y con su impacto en el sistema republicano. "Para quienes creemos que la democracia republicana es un objetivo prioritario al cual nunca nos acercamos en toda nuestra historia, la experiencia de los 90 fue brutalmente negativa. Alcanza recordar el desenfado con el que el entonces presidente Menem declaró en una entrevista que si como candidato hubiera explicado lo que pensaba hacer, no lo hubiese votado nadie."
José Octavio Bordón también reproduce esa frase inopinada de Menem y sostiene que inauguró "una etapa de cinismo político que aún no ha sido superada en la Argentina". Ex embajador en los Estados Unidos, Bordón disputó la presidencia en 1995, cuando Menem fue reelegido. Como candidato del Frepaso, obtuvo entonces más de 5 millones de votos, el 30% del padrón.
Bordón menciona los lastres, pero también reconoce aciertos y habla de las rupturas y continuidades con los 90. "El tiempo pasado y los errores presentes no debieran llevarnos a la amnesia ciudadana sobre los errores cometidos en la década del 90", dice. "Las privatizaciones sin proyecto productivo democratizante, sin comprensión de que el Estado es algo más que su aparato burocrático, sumadas a la baja transparencia en varios sectores, impidieron una transformación del país que era ciertamente necesaria. Algunas de las graves herencias fueron superadas en esta década, ciertos logros obtenidos fueron desandados en los últimos años y algunos de los errores, profundizados", asegura Bordón.
Antropólogo e investigador del Conicet, Alejandro Grimson se detiene en las responsabilidades colectivas. Sostiene que, como respuesta a experiencias trágicas del pasado, la sociedad en los 90 eligió, mediante el voto y el consenso, "vivir un relato mítico". Dice Grimson: "El mito de que un dólar podía ser un peso nunca pudo sustentarse en bases económicas como la productividad. Sólo en la ilusión de retomar el relato clásico de la Argentina de inicios del siglo XX: un país del Primer Mundo, pero al costo de no mirar la mitad del país. El mito de la reconciliación nunca pudo sustentarse en bases éticas o jurídicas, por algo los bebes robados se seguían y siguen buscando. El mito de que lo privado siempre es mejor que lo público podía tener tanto ejemplos favorables como otros contrarios".
Si bien la idea de una sociedad víctima de un autoengaño podría conducir a la indulgencia, Grimson, ex decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), rechaza esa idea. "A diferencia de la época de la dictadura, donde está el mito de que no hubo consensos sociales de la sociedad civil, en los 90 el voto insistente no permite caer en la idea de que la sociedad es siempre una víctima inocente de los poderosos. Hay mayor pudor, porque alguien lo votó. La vergüenza, sin embargo, es un obstáculo epistemológico. Necesitamos comprender a la sociedad argentina."
Autor del libro Orden y progresismo. Una mirada sobre los años kirchneristas, Martín Rodríguez se pregunta si, habiendo terminado mal, los 90 tuvieron alguna virtud. "Dejaron un orden político porque consolidaron ese orden a través de algo que la democracia se debía, y lo digo en palabras del joven blogger y politólogo Alejandro Sehtman: había que gobernar la economía para consolidar la transición democrática".
Aunque dice que Menem llegó bien hasta el final, Jorge Asís recuerda que, a los pocos meses de su salida, hablar de menemismo "era un descalificativo". Argumenta que en la Argentina "todos los gobiernos terminan mal", una adaptación criolla del más peninsular: "todos salen mal de La Moncloa". Pero, provocador, deja una predicción para el futuro de aquel período. "Con el tiempo, cuando se disipe la animosidad interpretativa, los años de Menem y Cavallo, el 91, 95, 96, van a ser reivindicados como los de una nueva generación del 80."
Los 90 en la Argentina fueron sinónimo de menemismo. Recién concluida aquella década, el ex ministro Carlos Corach le confesó a un periodista: "El menemismo no existe. Fue una simplificación, una manera de vestirse, pero se terminó". Se necesitará mucho ingenio para ponerle un cierre como ése al capítulo que vivimos hoy.