Una agenda para la relación de la Argentina con Brasil
En 2020, la Argentina enfrenta un doble desafío: concretar una negociación exitosa con el Fondo Monetario Internacional y delinear una agenda positiva con Brasil. Para lo segundo es fundamental construir un temario de propuestas atractivas y realizables que permita relanzar esta relación que atraviesa el momento más crítico desde el restablecimiento de la democracia en los dos países en los años 80. Debemos fijar nuevas "anclas" que les den una nueva solidez y un mayor horizonte a los lazos de amistad e interdependencia que supimos desarrollar y consensuar con administraciones, allá y acá, de distinto signo político. Hay un conjunto acotado, pero sustantivo, de asuntos que fortalecerían individual y bilateralmente los intereses de ambas naciones. Propongo tres cuestiones geoeconómicas y dos geopolíticas como componentes prioritarios que contribuyan a reconstruir la relación entre las dos naciones. En el fondo se trata de un renovado pacto de voluntad política.
Como telón de fondo es relevante destacar cinco tendencias que están marcando el primer tercio del siglo XXI. Primero, se ha acelerado, complejizado y exacerbado la transición de poder e influencia internacional que tiene a EE.UU. y China como protagonistas centrales. Segundo, uno de los ámbitos en que se expresa más la intensa competencia entre Washington y Pekín es el tecnológico. Tercero, es clave observar los avances en materia de energías renovables en razón, entre varias, de la importancia alcanzada por el problema del cambio climático. Cuarto, la principal dinámica global en diferentes ámbitos se ha trasladado de Occidente y del Atlántico Norte a Asia y a la Cuenca del Pacífico. Quinto, el orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial está en entredicho, con lo que varias reglas e instituciones internacionales y regionales viven un intenso proceso de debilitamiento y mutación.
Estos 5 puntos no significan, sin embargo, que: las potencias emergentes y los poderes medios deban resignar su margen de autonomía relativa o aceptar pasivamente la evolución de la pugna entre EE.UU. y China; los dos grandes países de Sudamérica abandonen sus históricas aspiraciones en el campo de la ciencia y la tecnología como parte de un modelo de desarrollo más inclusivo; los recursos energéticos convencionales se hayan tornado irrelevantes; el sur y, en especial, el Atlántico Sur carezcan de gravitación en la política mundial; y la Argentina y Brasil se conviertan en simples receptores de normas y regímenes que afectan sus intereses estratégicos.
En el terreno geoeconómico, la Argentina le podría proponer a Brasil tres iniciativas específicas. Por un lado, crear un comité binacional compuesto por representantes gubernamentales y actores no estatales para estudiar la posibilidad de detentar una política común en cuanto a la quinta generación de comunicaciones móviles, lo que se conoce como G5. Y en esta dirección, explorar la conveniencia de que sean Huawei o ZTE las marcas chinas que se adopten. Sectores privados domésticos en los dos países pueden estar interesados en esa opción, al tiempo que ambos Estados podrían hacer un frente más robusto ante las presiones de Washington que ya existen y aumentarán.
Por otro lado, y en el marco del gran activo que significa el petróleo shale para la Argentina y el petróleo offshore para Brasil, podría ser relevante que el Gobierno sugiriera a su vecino que los dos países promuevan una propuesta dirigida a establecer lo que llamaría la Cuenca Energética del Atlántico Sur (CEAS), en la que confluyan los mayores productores y exportadores de petróleo y gas de ambos lados del océano. Así, empresas petroleras nacionales argentinas y brasileñas podrían asociarse entre sí y con sus pares africanas y entrelazar a los sectores estatales y privados en proyectos multinacionales de inversión energética de mediano y largo plazos con la mirada puesta en los renovables. La transición energética ya es un hecho y los dos países tendrían la capacidad de llevarla a cabo con las ganancias derivadas de sus hidrocarburos.
Por último, la Argentina podría persuadir a Brasil de que, más allá del actual momento que viven sus respectivas economías en un mundo con fuerzas pro y antiglobalización, sería importante evitar contrarreformas perjudiciales en la Organización Mundial del Comercio. En ese caso, se podrían hacer esfuerzos para que los dos países alienten, con una voz unificada, una coalición plural de naciones en pos de robustecer, en vez de debilitar, la OMC.
En el terreno geopolítico, Buenos Aires también podría extender a Brasilia dos ideas útiles y urgentes en términos globales y regionales. Por un lado, ambos países tienen una experiencia muy valiosa en el frente nuclear. La Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares, creada en 1991, es un ejemplo mundial de no proliferación pactada y legitimada por la comunidad internacional. Los dos países podrían conjuntamente aportar su experiencia para que los compromisos de Irán en materia nuclear no colapsen después de la ejecución de Qassem Soleimani y actuar al unísono con Naciones Unidas, las grandes potencias y las voces de la sociedad civil que se quieran sumar para configurar una opción viable de no proliferación en este explosivo momento de Medio Oriente. Eso quizá se facilite con el hecho de que el actual director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica es un argentino (el embajador Rafael Grossi) que contó con el voto crucial de Brasil para ocupar ese puesto. Por otro lado, la Argentina podría conversar con Brasil para juntar esfuerzos diplomáticos diligentes y hacer un llamado a una Conferencia Internacional sobre Venezuela, sin exclusiones de actores continentales interesados y extrarregionales influyentes, ya que las políticas de cercamiento, sanción y amenazas no han funcionado. Y lo más probable es que no funcionen en le futuro cualquiera que sea el resultado electoral en Estados Unidos.
La Argentina podría y debería ser proactiva y convocar a un nuevo proyecto compartido con Brasil, que regenere confianza mutua y expectativas promisorias. Los cinco ejemplos planteados satisfacen los intereses materiales, políticos y diplomáticos de los dos países: independiente de los gobiernos de turno en Buenos Aires y Brasilia, los dos países mejorarían su capacidad negociadora hacia afuera, estimularían el nivel de concertación recíproca y aportarían al bienestar de sus ciudadanos. El conjunto de ganadores en cada nación es amplio y cubre el plano estatal y el no gubernamental. Y la coyuntura exige que seamos los argentinos los que tomemos la iniciativa. La visita de Solá a Brasil sería una buena ocasión para explorar propuestas que ratifiquen que argentinos y brasileños somos parte de un destino común viable e imperioso.