La ética del sacrificio versus la épica del goce
El lunes 12 de agosto, luego de la convulsión producida por la abrupta devaluación del peso, mi hijo mayor, de tan solo 9 años, rompió en llanto. Y es que, preocupado por la inflación y por los vaivenes económicos de los que ha sido testigo, este fenómeno económico le genera tal preocupación que, con frecuencia, al salir del colegio, me pregunta por el precio del dólar. Su angustia se profundizó con mis explicaciones repitiendo varias veces la misma pregunta: ¿por qué los presidentes no pueden lograr que la economía sea estable?
Explicarle con un vocabulario accesible las diferentes las causas de estos saltos económicos, aun sin ser experta, me llevó a pensar cómo la sociedad argentina se apropió de un vocabulario altamente sofisticado como es el lenguaje económico y, a la vez, a partir de qué imaginarios interpretamos las acciones y los discursos de la clase política. Ensayo en el regreso a casa algunas explicaciones para mi hijo, pero también para mí y para tantos otros que, como yo, vemos que los intereses económicos y las disputas políticas conforman la historia de un pueblo y sus motivaciones.
Cuando un gobernante asume un mandato sella un pacto con sus gobernados. En 2015, al ganar Mauricio Macri las elecciones, prometió consolidar simultáneamente el saneo de las cuentas públicas y el progreso económico de las postergadas clases medias y bajas. A cambio, les pidió a su gobernados acomodarse a una ética del sacrificio: posponer el goce para ordenar las cuentas públicas prometiendo que algún día ese progreso llegaría. Los semestres se sucedieron y la abundancia no llegó. Con los numerosos compromisos económicos que cumplir, pero sin los recursos suficientes, recurrir al FMI despertó los fantasmas de un pasado decadente que volvía hasta el presente para confirmar lo peor de la historia.
Esta convicción en la ética del sacrificio resucitó la épica del goce que imperó durante los años kirchneristas. Un goce logrado a costa de las reservas y del futuro. El goce inmediato que propuso el kirchnerismo, sostenido por el precio exorbitante de la soja y la emisión monetaria, se recubrió además con un manto de romanticismo: el regreso de una juventud maravillosa. Así, la idealización del pasado justificó los atropellos de aquel presente: la corrosión institucional, las exaltadas nacionalizaciones cuyas facturas recién nos están llegando, los avances sobre la Justicia.
El kirchnerismo logró tender un puente con el peronismo del 45, con la juventud peronista de los 70 y al mismo tiempo desprenderse del peronismo de los 90, operación discursiva que ocupó buena parte de sus tres mandatos. A diferencia de esta variante del peronismo, el cambiemismo debió hilvanar su trama con otros hilos históricos tales como el desarrollismo, el radicalismo de Illia o de Alfonsín, enfrentándose a un dilema histórico, puesto que sus referencias remiten, en todos los casos, a proyectos que quedaron truncos. La ética del sacrificio se emplazó en diálogo con esa sombra.
Sumado a esto, las nocivas ideas de un padre estatal que todo lo puede hacen girar la rueda del déficit fiscal, una calesita sin frenos. El nivel y la composición del gasto público, es decir, esos recursos que el Estado dispensa a costa del sector privado, en el sentido común, aún no aparecen como clave explicativa de las convulsiones económicas. Y esa es una parte del problema. El presidente Mauricio Macri no forjó una pedagogía política capaz de explicar las dificultades de sostener tales niveles de gasto público. La ética del sacrificio se convirtió, entonces, en una carga difícil de llevar y contrastante con la épica del goce que el kirchnerismo supo aprovechar.
La historia argentina involucra oscilaciones, empates y desempates que obligan a sentar posición o esconder la cabeza entre las manos para esquivar un pelotazo. Los votantes acérrimos del Frente de Todos y los de Juntos por el Cambio se aferran cada uno a imágenes que traducen el tipo de voto que cada coalición impulsó: el voto económico en el primer caso y el voto moral en el segundo. Las apelaciones a la heladera de la expresidenta o las referencias a la lucha contra el narcotráfico y la corrupción del presidente Mauricio Macri encienden acaloradas adhesiones.
En el proceso electoral que está en curso, el kirchnerismo sacó provecho de una idealización del pasado asociada a la satisfacción inmediata. Quedan sepultadas las devaluaciones, las confrontaciones, la verborragia que señalaba al disidente en cadena nacional. Los tres mandatos kirchneristas reemergen como un pasado de deleite, aunque también hayan castigado en esos años la inflación, el desabastecimiento, los controles de precios, entre otros.
¿Qué podremos decir que produjo goce en los años cambiemistas? En su conferencia de prensa del miércoles 14 de agosto, el presidente Mauricio Macri destacó la importancia asignada a lo estructural, expresada en obras de infraestructura de las cuales nos beneficiamos y beneficiaremos en el largo plazo. ¿Pero puede una sociedad a la que el fin de mes le muerde los talones proyectar a largo plazo? El cemento sube al ring a pelear contra el asado: ¿quién ganará esta compulsa?
Alberto Fernández, que se alzó con el 47% de los votos de las PASO, puso en marcha sus esfuerzos por establecer un nuevo pacto con la sociedad civil: no en vano, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner lo ungió candidato. Desea que sus votantes rememoren el primer mandato de Néstor Kirchner, en el cual el candidato se desempeñaba como jefe de Gabinete. Ese porcentaje abrumador de votos, conseguido gracias a un aquelarre ideológico, se sostiene sobre el recuerdo de aquel pasado de goce inmediato que los gobiernos populistas generosos obsequiaron a sus votantes.
Para los ciudadanos, las millonarias cifras de los presupuestos públicos exceden su comprensión. Pero la clase política ¿puede tomar dimensión del sacrificio o el goce de la gente común considerando los altos salarios con los que cuenta mes a mes? A nivel nacional, entre la nómina de políticos que reclamaron por considerar su salario inferior al necesario se encuentran Pino Solanas y Nicolás Massot: en este punto, la grieta no parece tan filosa.
La sociedad civil, queda demostrado, es capaz de hacer sacrificios. Es un buen momento para que la clase política -en calidad de servidores públicos- haga también un sacrificio y así podamos explicarles a nuestros hijos que tal vez los gobernantes no puedan controlarlo todo, pero al menos se involucran al mismo nivel que sus gobernados.
Socióloga (UBA), Mg. en Género, Sociedad y Políticas (Flacso), Profesora adjunta Cátedra de Sociología-Investigadora (Universidad Nacional del Sur), Doctorando en Cs. Sociales (UBA)
Leila Vecslir