Londres miente, pero la Argentina ayuda
Cada vez que lo necesita, Gran Bretaña agita el cuco de que la Argentina continúa siendo un peligro de agresión militar en Malvinas. ¿Alguien se lo cree? Sí, mucha gente. Para un habitante común del Reino Unido y, mucho peor, del promedio de Europa, la de Argentina es una realidad remota, de la que conocen poco, aunque sí tienen algo muy claro: desde que permanecimos neutrales en la Segunda Guerra Mundial, se nos catalogó como un país pro fascista. Le aplicaron el mote al peronismo (muchos argentinos lo hicieron también), luego a varios gobiernos militares, a menudo criminales, y lo empalman ahora con el autoritarismo kirchnerista. En resumen, para esa media de opinión pública, muy básica pero extendida, somos una sociedad proclive al fascismo que, por ejemplo, aplaudió el ataque militar de 1982 a las Malvinas.
Con razón o sin ella, eso es lo que está instalado y le sirve mucho al Foreign Office cada vez que lo necesita. Lo hace como ahora, en que circunstancialmente necesita aumentar sus gastos militares en las islas, y lo mantiene vivo todo el tiempo como la mejor manera de desacreditar la idea de que la Argentina es un país respetuoso del derecho internacional y de los intereses del mundo occidental.
Cualquiera sabe que las fuerzas armadas argentinas no cuentan con poder de fuego para más de una semana y hasta se nos hunden barcos de guerra amarrados en el puerto. Y cualquiera sabe que ningún sector de nuestra opinión pública respaldaría otra aventura insensata como la de 1982. Se sabe aquí pero se ignora allá y, para esa opinión pública predominante, siempre vamos a constituir un peligro.
La grosería del ministro de Defensa Michael Fallon alimenta, en esta oportunidad, también una política de largo plazo: desacreditarnos cada día un poco más y preparar el terreno para cuando, en pocas décadas, el mundo deba distribuir las soberanías nacionales en la Antártida, donde la Argentina y Gran Bretaña aspiran al mismo sector territorial. A la discusión sobre el Atlántico Sur, la Antártida y las Malvinas debiéramos llegar, en 30 o 40 años, siendo un país otra vez económicamente poderoso, con una vida institucional interna impecable y con alianzas internacionales con países que pesen en el mundo a partir de una organización interna democrática y un comportamiento internacional responsable. Sería la mejor manera de respaldar, con un prestigio que hoy no tenemos, a nuestros mejores derechos legales, muy superiores a los británicos.
Esto Londres lo sabe y es por eso que procura impedirnos la adquisición de un perfil internacional respetable. Su objetivo es que esa enorme discusión de soberanía -la más grande del siglo XXI- nos encuentre como estamos hoy respecto de Malvinas: económicamente mal y pobres de prestigio y alianzas exteriores, más allá de los apoyos poco más que morales de nuestros vecinos de América latina.
La Argentina debe plantearse una política exterior que rompa ese cerco letal, rehabilitando su democracia republicana y reconstituyendo su frente internacional. Sólo con nuestros mejores derechos no vamos a recuperar las Malvinas ni defender bien a la Antártida. Algo más hay que hacer. Y lo que seguro no hay que hacer es profundizar políticas internas de amigo/enemigo o externas de absurdas alianzas con regímenes como el chavismo o la teocracia iraní. Lo mismo empezamos a hacer con Putin -no con Rusia, que es otra cosa- y eso está ahora siendo usado en Gran Bretaña para sugerir que la cercanía con Moscú podría fortalecer nuestro eventual delirio de volver a atacarlos. Ignoro qué ventajas esté recibiendo el país de ese inexplicado acercamiento, ojalá que sean muchas, pero ya estamos en condiciones de contabilizar algunos de los precios que vamos a terminar pagando.
El autor fue vicecanciller de la Nación