Lógica de un humor absurdo
Sobre Mi vida en Huel, de Sergio Bizzio
Irina tiene doce años y ha escrito unos versos que le lee a su madre por teléfono, justo en el momento en que ésta y su nuevo novio se estrellan con el auto y mueren. La niña tiene que dejar entonces la ciudad y su mundo para irse a Huel, un pueblito de provincia donde la espera su papá, un perfecto desconocido que vive en el campo con el hijo que tuvo con su segunda mujer, quien abandonó a ambos. El hombre es un escribano que ya no ejerce y que está en un total estado de decadencia, situación que también alcanza a Alicio, el medio hermano de Irina, que tiene quince años. El lector atento se dirá que los números no dan: el hermano de la segunda pareja debería ser más chico que Irina. Pero no es así y no importa.
Toda la situación se percibe extrañada. La niña apenas hace un comentario desangelado cuando la recibe el padre en la estación y le pregunta cómo ha viajado: “Sí, lloré todo el viaje de lo más tranquila” y se adapta a esta nueva e incómoda vida con un despojo de progenitor, en la que predominará la precariedad y la zozobra. Sin embargo, nada parece afectar demasiado a ningún personaje. Los chicos no van a la escuela, comen cuando hay algo en la heladera y el padre actúa erráticamente, incluso cuando decide construir una cabaña al lado de la casa que habitan, por temor a que la madre de Alicio los desaloje y se queden en la intemperie. En este mundo no hay reacciones previsibles según una lógica “habitual”, y reina una lectura trastornada de lo real. Irina desarrolla una capacidad de adaptación y su amor por la poesía parece aliviar un poco una realidad en la que aprende a desarrollar estrategias de supervivencia. Hay inminentes amenazas que proceden de situaciones diferentes y determinan las acciones de los protagonistas, pero esta relación causa y efecto no es necesariamente lógica. La vida (en Huel) no lo es.
Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956), con un sutil humor ligado al absurdo, propone una historia que por momentos recorre el borde del realismo mágico (el padre muere y revive y nadie se asombra) y se aproxima apenas a un policial (hay homicidios inesperados y una intensa búsqueda de los cuerpos y del sospechoso). Los personajes reaccionan como quieren (y no como el lector se lo espera) y nada parece sorprender a nadie: la cabaña se construye y es destruida por gente inhallable, y padre e hijos parecen sísifos reconstruyéndola infatigablemente. Las situaciones pueden invertirse o trastornarse: hay dos hermanos que quizá son tres, y uno de ellos a lo mejor es ella; un ciego hippie vive solo y miserablemente en medio del monte, lee en braille poemas de libros de cocina, recupera la vista gracias a una azarosa cirugía (es una suerte de cobayo) y después la pierde voluntaria o involuntariamente (depende del momento), y se convierte sin quererlo en un asesino serial.
A contrapelo de la postura del escritor propositivo y, sobre todo, impelido por las recurrentes interrogaciones del periodismo cultural, Sergio Bizzio (novelista, poeta, dramaturgo, guionista y cineasta) afirma que nunca sabe en qué va a terminar lo que está escribiendo. A las preguntas por sus intenciones, responde frases como: “No tenía nada mejor que hacer y durante un tiempo puse mi vida ahí”, o se refiere a la incertidumbre que experimenta cuando comienza a escribir: “No sé si va a resultar un cuento o una novela, no es algo que pueda elegir”. Los conflictos y las vacilaciones en sus obras no son temáticas, dice: son rítmicas, plásticas, musicales, formales. Justamente son estas motivaciones desapropiadas las que dispersan el sentido y vuelven tan singular (y con frecuencia tan divertidas) las historias. Aplicar una frase hecha como “mi padre se desloma por darnos un futuro” a un referente algo desquiciado lo vuelve tan desapropiado como impropio, y cifra la concordancia extrañada e hilarante de Mi vida en Huel, como una sintaxis cuyos sujeto y predicado son correctos pero su sentido puede no serlo.
MI VIDA EN HUEL
Por Sergio Bizzio
Random House
176 páginas
$ 229