Locos por Venezuela
Me permito alguna consideración sobre Venezuela y la esquizofrénica defensa de cierta izquierda lumpen a la dictadura de derecha de Nicolás Maduro. Adviertan que lejos de crear trabajo y progreso para los trabajadores y el pueblo, ha generado un período de deterioro social y económico letal que ha doblegado al pueblo venezolano.
El saqueo, la mentira, el relato lábil e inverosímil con justificaciones irrisorias, son también parte del "atrosidio". Solo el desconocimiento y cierta negación fundamentalista pueden explicar las declaraciones y posiciones tan disparatadas que se han escuchado sobre el caso en estos días.
Una potencia petrolera que ha visto saqueada y hundida su producción diaria de barriles de petróleo, la angustiante huida de millones de venezolanos de su propio país hacia donde sea y en las condiciones que sean. La persecución, la sistemática violación de los derechos humanos y la pérdida de las condiciones más elementales de convivencia social sana, la pérdida de la vital cohesión nacional y sin sueños ni desafíos esperanzadores. Venezuela vive un calvario que solo el negacionismo fanático y malintencionado puede negar.
Deben empezar por entender que Maduro no es Chávez, quien aun con sus discutibles aristas, más propias de los nacionalismos de los años 50 del siglo pasado, entendía de límites, procurando mantener legitimidad popular e institucional con una genuina intención de mejorar las condiciones de vida de su pueblo.
Pero Maduro profundizó lo malo y dilapidó lo bueno. Se convirtió en un sostenedor irracional de un estado de locura que encarcela el orgullo, las ilusiones y las luchas de sus antecesores. Es una catástrofe. Y es alarmante oír a quienes desde un pensamiento progresista o de izquierda justifican a quien se ha convertido en el verdugo de los trabajadores y de todo un pueblo en evidente condición de dictador de derecha.
Con un sobreactuado e insostenible discurso socialista, plagado de frases vacías y cierta prosa burda que sin dudas para Chávez, el Che, Cienfuegos, Martí o Sandino serían una ofensa y haría que se levanten enérgicos en defensa de la dignidad de trabajadores y campesinos, de pobres y productores. Quizás desfasados de época, formas y objetivos, pero sin duda genuinos en sus creencias.
Un ejemplo por caso es cómo Maduro empujó la caída de la Unasur, y no EE.UU. Así no han sido los hechos, el propio Departamento de Estado (más allá de Trump y sus altisonancias) se mostró interesado en la recuperación del organismo para ayudar a encontrar una salida a la crisis venezolana. Fue la política autoaislacionista de Nicolás Maduro la que empujó a la Unasur a la crisis y privó a Venezuela de contar con un ámbito de diálogo y consenso en la región.
Participé y conozco detalles del desenlace que provocó la suspensión de la participación de los países más importantes de la región por la obcecada discriminación a la Argentina bloqueando la asunción a secretario general de José Octavio Bordón (candidato de Argentina), situación que derivó en la anarquía orgánico-administrativa que intentamos salvar.
Fue la tozudez de Maduro la que impidió la resolución y normalización de la Unión. Bordón contaba con el apoyo de nueve países sobre 12, pero la ceguera de Maduro terminó matando el funcionamiento del organismo. Elaboramos y consensuamos una propuesta de salida legalmente viable y políticamente posible para salvar a Unasur, en la que incluso Bolivia estaría dispuesto a acompañar.
Por último, es necesario remarcar que Maduro no es Chávez, ni es Lula. Es mas, Lula y Chávez han sido distintos incluso entre ellos. El primero alentó inversiones extranjeras y la economía de mercado, y el otro un creciente intervencionismo estatal más propio de mediados del siglo 20.
Nada que no se sepa, pero algunos grupos algo entusiastas permanecen inconvenientemente confundidos. Definitivamente Maduro está lejísimo de ser progresista o de izquierda a juzgar por sus actos y resultados. Se parece más a Onganía, o a Noriega en Panamá, que a Perón, Lula o el propio Chávez. Se dice socialista, y es perseguidor y represor, un negacionista disociador, más típico de los autoritarismos de derecha de hace 50 años.
El autor es exembajador en Ecuador, sede Unasur