Lo vintage no volvió, vos estás viejo
La ola de recomendaciones de bodegones y bares como “los que iba tu abuelo” esconden detrás una cruel verdad
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Los bodegones no se pusieron de moda: vos estás viejo. Detrás de cada salida donde pensás que estás yendo a un lugar de moda hay una trampa. Creés que esos lugares reacondicionados, con MercadoPago y vermús con soda, son un guiño moderno a lo vintage, un acto de justicia a la calidad y la calidez. Pero no es así. Lo vintage no volvió, vos estás viejo. Alcanza con que levantes la cabeza y mires a tu alrededor. ¿Qué ves? ¿Gente de tu edad o más joven? Pensás que los de tu edad están ahí porque ahí va la gente joven pero no, ahí ya van los viejos, los que pasaron los treinta y pico y no quieren ni preguntarse qué pasó en los últimos diez años, y secretamente se reprochan que ayer tenían veinte y que hoy tienen sueño a medianoche.
Y todos se aprovechan de vos. Los empresarios gastronómicos te lo venden como “el clásico al que fueron tus abuelos” pero de fondo te están diciendo: “El que va camino a ser abuelo sos vos”. Y no son los únicos. La tecnología sabe esto y saca ventaja. El algoritmo de Instagram te recomienda estos lugares, te muestra las fotos de los platos, los 2x1 y te persigue hasta que finalmente vas. ¿Nunca te preguntaste por qué el algoritmo te recomienda bodegones y no boliches? ¿por qué no te ofrece fiestas electrónicas de tres días y sí locales de sushi? ¿por qué no te aparecen fotos de La Bresh y sí de amigos comiendo en el bodegón de Atlanta? Instagram sabe que likeaste esa cuenta de “Las mejores películas de los 80″ y está al tanto de que mirás los clips del recuerdo de los videojuegos del Sega Génesis. Entonces deduce que ya estás en edad de ir a un lugar más tranquilo, sin tanto ruido, donde te puedas sentar, con sillas bajas y no banquetas altas, donde entres sin hacer fila y con opción vegetariana y carta de vinos.
Diez años atrás ibas a cualquier lugar y si podía ser un martes a las dos de la mañana, en tren, a Quilmes, mejor. Hoy, si el plan está a más de quince cuadras de distancia, se suspende; si llueve, se suspende; si es después de las once de la noche, se suspende. Ayer nomás, enfrentabas el frío, el viento y el granizo y te apretabas en el auto de cualquiera, con destino a un reducto de dudosa habilitación para escuchar cumbia a volúmenes perjudiciales para la salud mientras chupeteabas una botella de cerveza sin etiqueta. Ahora, te quejás con el mozo porque te pega el aire acondicionado, seguís minuto a minuto el recorrido del Uber como si fuera la definición de la Copa del Mundo y criticás la playlist elegida como si fueras Hernán Cattaneo. En otras épocas, la noche arrancaba en un tugurio y terminaba tras una rotation frenética, con los primeros rayos del sol, cuando volvías en zig-zag, resacoso, tarareando “yo tomo licor, yo tomo cerveza y me gustan las chicas”, y te desplomabas en la cama, vestido, con las zapatillas puestas, babeando. Ahora te impacienta que demoren en llevarte la cuenta, decís “qué tarde que se hizo” aunque al día siguiente no tengas que madrugar, volvés escuchando Aspen y antes de acostarte revisás, porque te entró la duda, si se debitó la factura de AySA.
Y tus fines de semana de superacción se convierten en mañanas de sábado muy bien aprovechadas, con el homebanking en paz, con la vida en calma. Tomás mate pero poco, porque te da acidez, revisás las redes sociales, leés las noticias y caés en la trampa de un título pensado para vos: “Los cinco mejores bodegones de Buenos Aires”. Y clickeás y leés y hasta te permitís decir: “A este ya fui, a este también”. Y de repente cerrás los ojos y recordás el día en que un amigo te dijo: “¿Nos tomamos el 36 hasta Flores para ir a ver en Planta Alta a Jóvenes Pordioseros?”. Y una suave brisa te trae de vuelta a tu realidad. De fondo se escucha el noticiero que cuenta cómo quedaron las listas para las PASO, delante tuyo hay un café ristretto recién hecho y en tu cabeza da vueltas un solo pensamiento: “Qué buena estaba la tortilla babé del bodegón”.