Lo último que necesita Argentina es complicar la negociación de la deuda
WASHINGTON.- Las dificultades de Argentina con sus acreedores de Estados Unidos pueden parecer una disputa meramente de negocios, pero la última vez que Argentina se trenzó con Wall Street, el campo de batalla quedó regado de daños diplomáticos colaterales.
Para la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la distinción entre acreedores de Argentina y gobierno norteamericano era irrelevante. El blanco de su artillería verbal no era solo Paul Singer, sino también los jueces federales norteamericanos, la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Tesoro.
En vísperas de su default de 2014, Argentina convocó a los ministros de relaciones exteriores a la Organización de Estados Americanos (OEA), donde el entonces ministro de economía, Axel Kicillof, se quejó del entuerto de Argentina con el sistema judicial norteamericano. "Lo que pedimos es que la comunidad internacional actúe y lo haga prontamente", dijo entonces Kicillof.
Después de que los así llamados fondos buitres le ganaran la partida a la Argentina en los tribunales de Nueva York, Fernández de Kirchner presentó una demanda contra Estados Unidos ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y en las calles de Buenos Aires aparecieron carteles a favor del gobierno con el eslogan "Fuera buitres" tachando la bandera norteamericana. Esas tensiones contaminaron las relaciones entre Estados Unidos y Argentina.
Para el gobierno de Fernández de Kirchner y sus seguidores, la autonomía del sistema judicial norteamericano era al parecer algo impensable. Después de todo, hace tiempo que Argentina tiene problemas para resguardar a sus jueces de las influencias políticas. (De hecho, desde las elecciones del año pasado, jueces argentinos han reconsiderado la investigación de la supuesta corrupción de la era kirchnerista.) El Reporte Global de Competitividad del Foro Económico Mundial ubica a la Argentina en el puesto 112 de 144 países en materia de independencia judicial. No es extraño entonces que la cúpula del gobierno de Fernández de Kirchner sospechara que la Casa Blanca podía influir en el litigio judicial por la deuda, y que les haya generado frustración no haber tenido la misma capacidad de hacerlo.
Incapaz de ganar la disputa en los tribunales de Estados Unidos, Fernández de Kirchner internacionalizó el conflicto. De pronto, Argentina era mártir del rapaz "capitalismo financiero", como escribió la expresidenta en su libro de memorias, "Sinceramente". Su campaña para reformular el sistema de restructuración de deudas soberanas enfrentó a Buenos Aires con Washington en el foro de Naciones Unidas, tensando aún más los vínculos entre ambos países.
Fernández de Kirchner también buscó sacar provecho político de ese combate diplomático. Durante su último año en la presidencia, la discusión por la deuda era solo uno de los frentes de conflicto con Washington, que se ramificó en escaramuzas por el espía Jaime Stiusso, Venezuela e Irán.
Pero el colapso diplomático no fue una consecuencia inevitable de la disputa de Argentina con los inversores de Nueva York, y el presidente Alberto Fernández no tiene por qué repetirla en la actual crisis de la deuda argentina.
Hasta el momento, Alberto Fernández ha demostrado ser más ducho en el manejo de las estratégicamente importantes relaciones con Estados Unidos, tarea nada fácil si se piensa en el carácter impredecible de Donald Trump. Durante su primer mes a frente del gobierno, Alberto Fernández ignoró múltiples provocaciones, incluida la amenaza de Estados Unidos de imponer aranceles a la importación de acero y aluminio desde Argentina.
También resulta alentador que el presidente argentino no haya arrastrado al gobierno de Estados Unidos a su negociación con los bonistas, que en su abrumadora mayoría rechazaron la dura propuesta de restructuración de Argentina y condujeron al default del 22 de mayo.
También hay esperanzas de que la nueva parálisis de la deuda argentina no termine en los tribunales de Nueva York. En un reciente seminario sobre Argentina que se realizó en el Centro Wilson de Washington, uno de los acreedores de Argentina, Hans Humes, CEO del fondo de inversiones Greylock Capital Management, dijo que "debería haber suficiente flexibilidad para lograr un acuerdo que sea aceptable".
Los argentinos tampoco parecen querer otra pelea: las encuestas revelan que la mayoría prefiere un acuerdo negociado.
Pero nada garantiza que el asunto se resuelva pronto. Alberto Fernández ha adoptado una estrategia de negociación excéntrica, con poco regateo, sin plan económico, y la participación de un elenco inusual de personajes, entre ellos, el papa Francisco y Joseph Stiglitz.
Una pulseada prolongada con los acreedores podría empoderar a los sectores más combativos del gobierno de Alberto Fernández, incluida la vicepresidenta. Al igual que la otra vez, Fernández de Kirchner podría sentir la tentación de transformar la desavenencia de Argentina con sus acreedores en una dramática puja con Estados Unidos.
Su influencia podría empujar a Fernández a poner a Estados Unidos en el lugar del cuco, en especial si el daño a la economía argentina producto de la extensa cuarentena por la pandemia termina dañando su astronómica popularidad. Según la última encuesta de ArgentinaPulse, realizada por el Centro Wilson y Poliarquía, solo el 47% de quienes apoyan a Alberto Fernández tiene una opinión positiva de Estados Unidos, y apenas un 23% dijo aprobar a Donald Trump.
Alberto Fernández, sin embargo, sabe que irse al humo con Estados Unidos sería un error.
El nuevo default manchó aún más la imagen de Argentina. Y cuando el país busque recuperarse después de la pandemia, el default desalentará la inversión extranjera y privará al gobierno de financiamiento externo, llevando más emisión de pesos y mayor inflación. Si Argentina reingresara en el mercado de capitales, debería pagar tasas de interés más altas y un elevado riesgo de fuga de capitales.
Gracias a la pandemia, la crisis de la deuda argentina ha recibido relativamente poca atención internacional. Pero un enfrentamiento con el gobierno de Estados Unidos solo conseguiría llamar la atención sobre los problemas que tiene Argentina con su deuda, dañando aún más su imagen global.
Un conflicto con Estados Unidos también pondría en riesgo el apoyo de Washington para la restructuración de la deuda de 44.000 millones de dólares que tiene la Argentina con el FMI, una situación peligrosa en medio de la recesión mundial pospandemia. Se estima que este año el PBI de Latinoamérica se contraerá un 5,3%, una caída sin precedentes, según proyecciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL). La economía argentina se achicará al menos un 6,5%, según las mismas estimaciones.
Cuando pase el Covid-19, la política global también será turbulenta, con una profundización de las tensiones entre China y Estados Unidos, y en ese escenario, Argentina necesitará todos los amigos que pueda conseguir.
Con este panorama sombrío, lo último que necesita Argentina es complicar su discusión con los bonistas buscando pelea con un importante socio diplomático y económico como Estados Unidos.
El autor es director del Proyecto Argentina y subdirector del programa de América Latina del Wilson Center (Traducción de Jaime Arrambide)