Lo siniestro invade la cotidianidad
La muerte del fiscal Nisman sumergió a la sociedad en un estado de estupor del que no es fácil salir porque la incertidumbre y la sospecha de que nunca se sabrá la verdad fortalecen el sentimiento de indefensión
La muerte del fiscal Nisman tuvo un profundo impacto social. La noticia, que conmocionó y sigue conmocionando, irrumpió violentamente y quedó instalada, reverberando como tema excluyente para todos. Es evidente el efecto de reactivación de vivencias traumáticas que produjo. La consternación, los sentimientos de indefensión y temor, el estado de sospecha generalizado, se instalaron en el ánimo colectivo.
Es que el misterio que rodea su muerte nos remite a lo siniestro, con el consiguiente efecto estremecedor. Decimos siniestro porque es compartida la percepción, apoyada en el principio de realidad, de que hay fuerzas que se mueven en las tinieblas, fuerzas de las que el ciudadano de a pie no tiene ninguna información y que sin embargo poseen poder efectivo para su accionar criminal. Hay algo oculto que emerge bruscamente, violentando la cotidianidad y la vida misma. Eso es lo que nos produce espanto.
No fue la primera muerte enigmática en estos 30 años de vida constitucional. El asesinato de Cabezas o la desaparición de Jorge Julio López también conmovieron a la sociedad y resuenan en los efectos traumáticos colectivos producidos por la dictadura, activando fantasías y asociaciones.
Cada vez que ocurre un hecho disruptivo de esta magnitud, inunda de tal manera la subjetividad colectiva que absorbe toda la escena. Y esto no es pura apariencia: produce, efectivamente, un antes y un después, como en el caso de Kosteki y Santillán. Son marcas instituyentes en la memoria colectiva.
Nos encontramos ante una de esas situaciones que sintetizan y ponen de manifiesto agudamente, en un momento concreto, una crisis sociopolítica que ya tenía indicadores previos. Venimos de un período prolongado de vida democrática en el que, sin embargo, no se han resuelto los problemas de fondo del país. Se fue naturalizando la impunidad en relación a los grandes delitos económicos del poder que afectan los intereses nacionales y, más allá de los discursos, no se avanzó en la reducción de la brecha de la desigualdad, haciendo de la equidad social un mero espejismo. En este marco se fue agudizando el enfrentamiento entre distintos sectores hegemónicos.
La orientación que los distintos gobiernos han dado a los servicios de inteligencia ha sido la de dirigirlos a la inteligencia interna. Lejos de ayudar al esclarecimiento del atentado a la AMIA o de la voladura de la fábrica de armas de Río Tercero, han contribuido a su encubrimiento. Se han dedicado a la infiltración, al espionaje y a la represión de los movimientos sociales y políticos populares o a los carpetazos y otras formas de difamación de opositores políticos, circunstanciales o no. Ésta ha sido una práctica que el gobierno actual ha ejercido intensamente. Merced a denuncias de organismos de derechos humanos independientes y de movimientos sociales se ha podido conocer el Proyecto X destinado a controlar a luchadores sociales y, recientemente, el espionaje a estudiantes secundarios en la zona norte del Gran Buenos Aires, mientras parece nula la capacidad de controlar el narcotráfico que crece de manera exponencial o los crímenes que involucran a estamentos del Estado.
Las luchas de poder también se dan en el interior de los propios servicios de inteligencia y están vinculadas, además, a los alineamientos internacionales del país. En el caso de Nisman, se dirimió manifiestamente, por primera vez en estos años, a través de la muerte, un conflicto político entre sectores del Estado.
El Gobierno pretende hoy ignorar su relación y su colaboración directa durante más de 10 años con los jefes de los servicios de inteligencia que hoy cuestiona. Por otra parte, con el nombramiento de Milani al frente del Ejército, acusado de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura militar, se refuerza un aparato de inteligencia dirigido a lo interno y no a lo externo.
Aunque el paso de los días va reduciendo el impacto, la incertidumbre y la propia convicción de que no se va a saber la verdad sostienen la angustia y la indefensión social. Se produce un efecto de saturación de que al mismo tiempo no se puede salir, como un estancamiento en un pantano de palabras e hipótesis que nos agotan y deprimen, por la falta de expectativa en un movimiento hacia la resolución. Esto es lo que tiene también de traumática la situación: vuelve, vuelve, vuelve, sin que el principio de realidad nos señale parámetros que indiquen que se avanza hacia la verdad.
"Nunca se va a saber" es el modo en el que se expresa el escepticismo respecto de la posibilidad de que se conozca la verdad. Este escepticismo se apoya en la experiencia de situaciones anteriores, en las que la investigación de las responsabilidades de altos funcionarios del Estado ha quedado soterrada por la impunidad. La carencia en la función de garante real y simbólico por parte del Estado refuerza las vivencias de desamparo.
La actitud del Gobierno fortalece esta impresión. Ante un hecho de semejante magnitud, la Presidenta actúa como una simple comentarista que hace afirmaciones y luego se desdice de las mismas, en vez de asumir su responsabilidad como jefa de gobierno y afirmar ante el país su decisión de impulsar la investigación hasta las últimas consecuencias. Lo que resulta francamente impactante, pero no novedoso, es la distancia, la frivolidad, la falta de empatía con los que han vivido la pérdida. La banalidad y autocomplacencia de sus comentarios, se repitieron días después en la burla al acento chino del español. En esa anécdota se expresa su desprecio por los otros, su autoubicación en el lugar de quien puede decir cualquier cosa. Esta burla al pueblo chino fue pasada por alto por ese gobierno, ya que no tenían el menor interés en ensombrecer los convenios ante los cuales el pacto Roca–Runciman empequeñece en materia de entrega total del país. Es notable la omisión de toda referencia al tema por parte de aquellos que se consideran representantes del "pensamiento nacional". Los voceros del oficialismo mencionaron que alrededor de la muerte de Nisman se creaba una escena para tapar otra, "las vacaciones felices de enero". Si hay una escena que está siendo tapada es el reforzamiento de las actividades de inteligencia del general Milani o los contenidos de los convenios firmados con China.
Por otra parte, diferentes sectores de la oposición política hegemónica reaccionan en espejo y utilizan la muerte de Nisman y su impacto en el ánimo social para intentar llevar agua para su molino. La vocinglería emergente contribuye a la saturación y al vaciamiento de reflexiones y conclusiones serias.
La propuesta de una nueva ley de inteligencia, cuyo trámite de aprobación exprés se perfila para los próximos días, no hace más que agravar la situación. Hoy aparece como una necesidad imperiosa, impostergable, abordar en un gran debate nacional con franco protagonismo popular los síntomas y signos del desacople social que nos afecta y revertir el camino de la impunidad.
Las autoras, psiquiatras y psicoanalistas, son miembros del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial y de Plataforma 2012