Lo que se necesita en Cuba para entrar en la democracia
La Habana: cuando Alberdi viajó a la ciudad se maravilló; ahora, el país ha perdido aquella modernidad y vive en la esclavitud política
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En 1855, dos años después de inspirar la Constitución, Juan Bautista Alberdi pasó por Cuba, que era una colonia de trabajo esclavo. En contraste, nuestra Constitución había escrachado la esclavitud como un crimen, con la bella frase de que un esclavo es libre “por el solo hecho de pisar el territorio de la república”.
Pero, igual, Alberdi se maravilló: “No tiene rival en América del Sud. Río de Janeiro es pobre y fea ciudad al lado de La Habana... ferrocarril, gas, telégrafo, todo eso existe aquí en gran escala”. Incluso le impactó más que Washington, en la que todavía había “vacas errantes y sueltas”.
Ahora los cubanos perdieron esa modernidad material y viven en la esclavitud política. Los defraudaron con la libertad. Tras la robada revolución democrática de 1959, ni hablan ni eligen, y sufren la opresión de su movilidad. Como en una cárcel, estas dictaduras reprimen, en esencia, “el uso indebido de las piernas”, como ironiza el disidente Diario de Cuba.
Si bien coexistimos con el raro fenómeno de que, por cierto postureo progresista, muchos periodistas dicen no creer en la verdad, hay cosas innegables. Pero pasan cosas en La Habana y apenas miramos.
Las dictaduras añejadas saben reducir costos. La gran represión contra la “primavera de Cuba”, en marzo de 2003, se hizo en la tarde previa de la medianoche que George W. Bush había definido como el ultimátum para invadir Irak. Los autos de la policía levantaban disidentes al mismo tiempo que los bombarderos despegaban para invadir Irak. Así, la noticia cubana fue un pie de página en la escena mundial.
Como siempre, las caras más agrias de una dictadura son la policía y el periodismo oficial. Ese periodismo, a través de su monopolio audiovisual, bombardea el terreno para la infantería, que es la policía que detiene a los ya degradados a enemigos del pueblo.
El 9 de noviembre un rapero fue detenido por desacato tras ser hostigado por la policía en su casa y condenado, en pocas horas, a casi un año en una cárcel de máxima seguridad. En reacción, casi dos decenas de personas, agrupadas en el no alineado Movimiento San Isidro, iniciaron una huelga de hambre que la policía, con ropa de médicos, interrumpió por el “delito de propagar epidemias”. Para resistir, se plantaron frente al Ministerio de Cultura durante unos minutos casi doscientos artistas, periodistas, líderes religiosos y académicos, aplaudiendo y apretando bien las muelas. En cualquier democracia esto es banal, pero en Cuba entró a la historia como el 28-N. Ante ese hito, el viceministro de Cultura acordó que podrían “reunirse sin ser hostigados en espacios independientes”, es decir, en sus casas y atelieres, y que caminarían sin ser seguidos.
Pero el gobierno cerró la charla y duplicó el bombardeo. Se sorprendió hasta el viejo trovador Silvio Rodríguez: “¿Por qué se ha vuelto tan difícil la palabra diálogo?”; y el gran poeta Carlos Varela dijo que “algo tendrá que cambiar… aunque otros prefieran callar”. El artivismo, como el que hacen los talentosos Luis Manuel Otero Alcántara o Tania Bruguera, está aumentando su volumen. El pulmón democrático que crece está lleno de cultura.
El principal talento del régimen es calcular si quiebra esta ola disidente o espera su desgaste. Lleva seis décadas regulando la rabia de la organización colectiva opositora, por lo que sabe cuándo ceder o no. Para eso, prende y apaga el acceso a las redes digitales, y el acceso a las calles a través de un inmenso tapiz pringoso de soplones, espías y policías. Si hay una protesta, acosan a los periodistas para que no la cubran, no los dejan salir de la casa, los citan, los pasean, o cualquier otra vía que oprima la movilidad. Al revés de la canción de la obra Los miserables, el objetivo es que no se escuche a la gente cantar. El hermano de la actriz Ana de Armas grabó en forma clandestina el interrogatorio en la policía:
–No puedes sacarle fotos a ninguna actividad en casa de Miguel Coyula Aquino [artista cubano]. No puedes vincularte porque ellos no son ni artistas, ni son fotógrafos, ni son nada… se hacen llamar, se autotitulan artistas independientes, eso aquí no… eso es ilícito aquí.
Y, si no le gusta, el interrogador le propone:
–Cambia la ley, ve y sube entonces pa’ la sierra con un fusil.
Periodistas “subversivos”, como Carlos Manuel Álvarez, Abraham Jiménez Enoa, Yoani Sánchez o Reinaldo Escobar, tuvieron muchas conversaciones con la policía política, pero ninguna voluntaria; son visitas y paseos forzados, donde les discursean sobre el expansivo derecho penal cubano con la cárcel entrelineada. Este proceso de socialización obligatoria está basado en que cada disidente tiene “el compañero que me atiende”, como podemos verlo en películas en blanco y negro sobre la Stassi de Alemania Oriental, o a todo color en este año en Cuba. Lo que no podemos es no verlo.
Este torniquete intenta que las acciones digitales y callejeras críticas sean lo más fugaces posible, y crear un cordón sanitario que impida su comunicación al resto de la isla. Pero más temprano que tarde los reguladores de la represión tendrán un inevitable error de timing y se abrirán los anchos malecones; ese día la comunicación libre arrasará los diques que la bloquean e inundará de alternativa a un pueblo que hoy no la ve. Antes de ir a Cuba, el tucumano Alberdi enfrentó a una dictadura; incluso editó una hoja bélica, Muera Rosas! “La dictadura es una provocación constante a la pelea”, escribió. Luego, fue perito en la transición a la democracia: su riña contra la brutal pluma de Sarmiento fue por cómo se hacía esa transición. Por eso, Alberdi no parecía odiar personas, sino sus actos autoritarios.
Así, además de ser eficaz contra las dictaduras y en promover transiciones, también lo fue en el arte de la reconciliación: después de pasar por Cuba y Estados Unidos, Alberdi se instaló en Londres como embajador, donde mantuvo una relación cordial nada menos que con Juan Manuel de Rosas. La clave es que Alberdi distinguía las batallas del pasado de las del futuro; por eso, su constitución fue nuestro programa. Una buena definición del subdesarrollo es que la dirigencia se concentra en las batallas del pasado. Pero los demócratas necesitan siempre una visión hacia el futuro y mucho más para derribar una dictadura.
Alberdi, en su obra de teatro El Gigante Amapolas (con nombre de flor como el dictador contra el que luchaba), ironiza sobre cómo las dictaduras se sostienen por la división opositora, y porque la opacidad del régimen hace que desde afuera se sobredimensione su poder. Sugiere que proyectar poder no es lo mismo que tenerlo. Ante la inicial retirada de los demócratas ante el gigante, la mujer de un soldado del régimen se sorprende: “¿Cómo han conseguido un triunfo tan completo? ¡Ustedes tan poquillos, y ellos tan muchos, tan muchos!”.
Mientras, en el campo rival, el sargento que se decide a atacar al gigante dice: “Estamos espantándonos de fantasmas”.
Da seis pasos y descubre que es un gigante de paja.
Alberdi la llamó “peti-pieza cómica en un acto” y así retrata la dictadura como una gigantesca simulación de poder a la cual todos contribuimos. Lo difícil es poner de acuerdo a millones para terminar con esa simulación, que es lo que se necesita en Cuba para entrar a la democracia.
Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral