Lo que se esconde detrás de Boudou
En el siglo XVIII, el filósofo escocés David Hume postuló un criterio para creer en los milagros con estas palabras: "Ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, salvo que el testimonio sea tal que su falsedad fuera aún más milagrosa que el hecho que intenta establecer". Dicho de otra manera, se debe creer en un milagro sólo si la explicación alternativa fuera más milagrosa aún. Una vara similar parece haber aplicado el juez Ariel Lijo a la hora de decidir e l procesamiento del vicepresidente Amado Boudou, desconfiando de la explicación sobre las pruebas existentes como un mero cúmulo de "casualidades".
Al centrar nuestra atención en la figura de Boudou, perdemos de vista el diagnóstico más estructural
Como país estamos ahora en una situación vergonzante: nada menos que el vicepresidente, segundo en la línea sucesoria y habitual representante de la Argentina en el exterior, se halla procesado por cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función pública. El arco político entero debate si tiene que renunciar, pedir licencia o ser sometido a un juicio político. Algunos pocos kirchneristas lo defienden, otros se hacen los distraídos, y una parte de la oposición apenas especula con el rédito que le puede sacar a la situación.
Tenemos el deber de ir más lejos. Al centrar nuestra atención en la figura de Boudou, perdemos de vista el diagnóstico más estructural. Y no se trata acá de las ramificaciones del caso: cuántas reparticiones y funcionarios estatales intervinieron a sabiendas en todo el proceso o si la propia Presidenta estaba en conocimiento. Mucho más allá de eso, debemos comprender que el vicepresidente es un símbolo, quizás el más emblemático, de las razones por las que la ciudadanía mira la política cada vez con mayor escepticismo.
En primer lugar, todo el affaire es una muestra del acabado imperio de la inmoralidad en la política, en el mundo de los negocios y en la sociedad general. Junto con el vicepresidente están procesados sus supuestos socios, pero también empresarios que intentaron sacar ventajas y resolver sus problemas por izquierda. La ciudadanía, por su parte, tiende a ignorar estas cuestiones hasta que la economía comienza a mostrar sus deficiencias.
Debemos comprender que el vicepresidente es un símbolo, quizás el más emblemático, de las razones por las que la ciudadanía mira la política cada vez con mayor escepticismo
El caso de Boudou también revela lo nociva que es la concentración de poder en un único espacio (y en una sola persona). Es cierto que la Presidenta eligió en absoluta soledad a su compañero de fórmula (basta rever las imágenes del anuncio aquel 25 de junio de 2011, sobre cuya anormalidad advertimos desde este espacio), pero esa es apenas una demostración más de los riesgos de un sistema político tan desequilibrado. Igual de complejo es el hecho de que la concentración excesiva de poder anula las posibilidades de crítica interna, genera la convicción de que la opinión externa es irrelevante, además de anular cualquier posibilidad de discusión constructiva y búsqueda de consensos, algo que se torna más grave en tiempos complicados.
De esa situación al populismo hay apenas un paso. Y Boudou encarnó como nadie ese modelo insostenible. Pasó de ministro a vicepresidente supuestamente por haber ido en contra de los paradigmas imperantes, de acuerdo a conceptos de la propia presidenta. Dicho de manera más concreta, CFK lo ascendió por la idea de estatizar las AFJP. Escribí mi primer libro, "Hacia un Federalismo Solidario", explicando por qué el sistema de capitalización era absolutamente inadecuado para un país con nuestra estructura socioeconómica. Pero la coincidencia en cuanto a la importancia de recuperar el sistema de reparto es bien distinta a utilizar irresponsablemente los fondos previsionales para tapar los problemas más inmediatos, gratuitos y totalmente autoinfligidos.
Boudou no debe seguir siendo vicepresidente, y para ello se puede utilizar el juicio político, la renuncia o un pedido de licencia. Pero si queremos reformar las cuestiones de fondo hace falta mucho más
Las inconsistencias de esa manera de administrar se han vuelto cada vez más evidentes. Antes, desde el Poder Ejecutivo Nacional se despotricaba contra los que pedían correcciones moderadas, acusándolos de querer "enfriar la economía". Hoy queda claro que la han encerrado en un freezer infinitamente peor a pesar de contar con un presupuesto que es, en términos reales, 400 mil millones de pesos mayor que en 2003. Esto equivale a 40 mil pesos más por año por familia, que deberíamos percibir todos los días en más y mejor educación, salud, seguridad e infraestructura.
Por eso, la cuestión fundamental no pasa por si un botarate –como diría el Coronel Cañones de su sobrino Isidoro- llegó a ser vicepresidente de la Nación, ni si usa las prerrogativas de su cargo para defenderse, emprendiéndola contra propios y extraños. Tampoco se trata de quiénes estaban en connivencia con él. Todo eso tiene que ser resuelto en el ámbito de la Justicia. El tema central es ser ahora capaces de mirar más allá, viendo lo que se esconde detrás de este escándalo.
La política es la forma en que la sociedad trata las cuestiones no zanjadas previamente, se hace preguntas nuevas e intenta darles respuesta. Pero para ello hace falta credibilidad. Lamentablemente, luego de cada crisis y ante cada nueva oportunidad de redimirse, la política vuelve a hacer méritos como para ser mal percibida por la sociedad. Apenas pasaron 12 años del "que se vayan todos", pero seguimos sin aprender la lección. Boudou no debe seguir siendo vicepresidente, y para ello se puede utilizar el juicio político, la renuncia o un pedido de licencia. Pero si queremos reformar las cuestiones de fondo hace falta mucho más. Sin política estaremos perdidos. Con esta política, también.