Lo que nos enseña Neuquén
Neuquén acaba de dar una importante lección a todo el país, de cara a las elecciones. ¿De qué se trata? Muy simple: nos enseña cómo poder llegar a hacer un cambio en lugares donde parece que nunca cambia nada, donde gobiernan siempre los mismos. Y esta es la lección: en lugares donde gana siempre el mismo partido, probablemente la derrota la provoque alguien que sale de ese esquema y se anima a luchar desde afuera. El conurbano bonaerense debe ser de los lugares más necesitados de esto que trajo la elección neuquina.
Vivimos tiempos de crisis. La desesperación lleva a muchos a vociferar sus ideas como si fuesen grandes verdades reveladas. Todos gritan: unos que les saquen el Estado de encima, otros que el Estado no los deje caer. Unos piden más política. Otros piden menos. Aparecen outsiders y fórmulas mágicas para resolver todos los problemas en dos patadas. Muchas veces son ideas drásticas que no convencen y además generan miedo en personas que, mal que bien, tienen todo un esquema de vida armado y quieren cuidarlo. En el Gran Buenos Aires, por ejemplo, es comprensible que quienes tienen su sustento, su cotidianeidad y sus afectos en actividades que tienen cercanía con el Estado (empleados públicos, clubes de barrio, beneficiarios de planes sociales, etc.) escuchen estas cosas con preocupación. Y eso le permite a los que gobiernan siempre y no resuelven los problemas poner a toda esa gente de su parte para que siga todo igual.
Rolando Figueroa pudo llevar a los neuquinos la promesa de un cambio con certeza. Y esto se debe a que él combina la medida justa de lo nuevo y lo disruptivo con lo que es más conocido y estable para su ciudadanía. Fue vicegobernador, es conocido por los neuquinos y él a su vez los conoce bien. Conoce al Estado y a las comunidades. Conoce el andamiaje de la sociedad que lo acaba de elegir para gobernar. Pero, al mismo tiempo, se animó a desafiar lo establecido. Compitió por fuera de su partido histórico, desafío la modorra de esa fuerza política que alguna vez fue grande en Neuquén pero que evidentemente ya no alcanza para satisfacer las demandas de la provincia. Tomó una decisión arriesgada: salir de la comodidad de esa estructura viciada para apostar por una renovación. Un cambio con permanencias, con certezas. Un cambio y no un salto al vacío.
Hay que entender que el voto a Figueroa fue un voto de renovación, no un voto en contra del Movimiento Popular Neuquino. Figueroa lo dijo abiertamente: él es del MPN, se hizo en ese espacio y se siente parte de lo que este representó para los neuquinos por más de medio siglo en que gobernó casi sin interrupciones. No fue un voto antipolítica: él fue vicegobernador y la gente lo sabe. Él no lo esconde.
Figueroa ganó porque conoce el aparato de poder del MPN desde adentro. Sabía cómo reordenar los grupos internos que estaban disconformes con la conducción y proponerles, desde sus valores partidarios históricos, una nueva idea sobre cómo cambiar la provincia. Esto es importante decirlo porque siempre que se habla del desencanto con la dirigencia política se piensa sólo en los ciudadanos que están, en su mayoría, desvinculados de la política partidaria. Rara vez se considera a quienes participan más de cerca: desde militantes a personas que trabajan en comedores y referentes comunitarios, por decir algunos. El malestar en ellos es cada vez más grande, porque no sólo padecen las insuficiencias de gobierno como ciudadanos sino que además deben poner la cara y el cuerpo en su nombre, cada vez con menos convicción. A esas personas también hay que representarlas. Darles certezas y algo en qué creer.
Todo eso es algo que Figueroa lo entendía porque vio a la estructura de su partido y de gobierno enviciarse con los años, algo que está pasando en todas las provincias, en los municipios y también a escala nacional. Y le propuso a la sociedad, no venir a cambiar todo de raíz, no quemar todo para empezar de cero, sino trabajar con lo que hay. Mejorar lo que está bien y sumar lo que falta. Eso explica también el tercer elemento que fue decisivo en su victoria: la transversalidad. Mientras que en el resto del país nos matamos entre tribus políticas, Comunidad, el espacio nuevo del gobernador electo de Neuquén logró integrar en la diversidad. En él confluyeron el radicalismo, el socialismo, el peronismo y también el PRO. Hay que ofrecer un horizonte común, respetando las diferencias.
La provincia de Buenos Aires, a nivel general, y las intendencias en particular necesitan poder mirarse en el espejo de Neuquén. Para eso se requiere de liderazgos nuevos que se animen a desafiar las estructuras actuales. Tienen que salir de adentro, como Figueroa salió de adentro del MPN y de la maquinaria de gobierno. Ser astilla de ese palo. Conocer el Estado, a las personas que trabajan en él. Saber qué les preocupa, qué quieren y cómo ayudarlos a mejorar sus vidas. Conocer a los actores clave de la comunidad, trabajar junto a ellos. Solo mostrando esa combinación de lo nuevo y lo conocido la gente estará dispuesta a acompañar la renovación que siempre esperamos y nunca sucede.