Lo difícil es decirle a la jefa que perdió
Son momentos de replanteos, eso explica el regreso de Antoni Gutiérrez Rubí a la estrategia proselitista; delimitar la responsabilidad del fracaso en las PASO es una obsesión para los kirchneristas
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Dentro del vip del Frente de Todos, pasadas las 20.15, el día de las elecciones, muchos se preguntaban quién se atrevería a decirle a Cristina Kirchner que la información que iba llegando había cambiado para peor y que, probablemente, se venía una derrota. Estaban mal los resultados de boca de urna. Veinticinco minutos antes, a las 19.50, Axel Kicillof y Victoria Tolosa Paz habían llegado a dar saltos de euforia en La Plata. Pero alguien entró con la mala noticia y tenían que decírselo a la expresidenta, que viajaba en ese momento desde Río Gallegos.
Lo que pasó después se vio esa noche ante las cámaras y en cada gesto sobre el escenario. Es natural que los primeros reproches internos, que en el espacio atribuyen a Máximo Kirchner, hayan caído sobre José Albistur. No tanto por el trabajo profesional desplegado sobre su mujer y candidata como por haberles dado crédito a esos primeros sondeos de boca de urna. Albistur es un histórico y experimentado publicista del peronismo. Dicen que empezó en la campaña de Luder-Bittel en 1983 y que desde entonces no faltó casi a ninguna otra. Los memoriosos lo recuerdan un verano en Cariló regalando en la playa alguna remera de “Menem 1995″. Es cierto que siempre le tuvo fe a Tolosa Paz. En privado la ha llegado a proyectar como presidenta. Por eso también es probable que el primer sorprendido haya sido él: ¿será por desconocimiento que, en las encuestas, el nombre de la candidata mida menos que la marca Frente de Todos?
Son momentos de replanteos. Eso explica el regreso del catalán Antoni Gutiérrez Rubí a la estrategia proselitista. En el Instituto Patria hay quienes empiezan a entender ahora qué se proponía Cristina Kirchner con su carta explosiva. Fue, dicen, un movimiento inverso al de la derrota de 2017, cuando ella advirtió que con su liderazgo no alcanzaba y decidió abrirse a otros espacios. Esta vez, agregan, la amenaza la obliga a replegarse, a cuidar sus votos en el conurbano. “Su 33 por ciento”, especifican. Parte de ese público no toleraría verla abrazada al FMI.
Delimitar la responsabilidad del fracaso del 12 de septiembre es una obsesión para los kirchneristas. Ella no perdió: sabía y no fue escuchada, distinguió Andrés Larroque hace dos semanas. La vicepresidenta lo plantea así en la carta. Este reparto de culpas incomoda a varios. A Massa, por ejemplo, que repite en la intimidad que, como él no armó las listas y sus intendentes afines tampoco llegaron a jugar a fondo porque ninguno estaba en condiciones de perder, sigue teniendo, intactos, los votos de 2013 y 2015. “Doce puntos”, calcula.
Es una discusión que el líder del Frente Renovador deberá dar en todo caso hacia 2023 y cuyo rumbo no tiene todavía claro. ¿Debería acercarse más a los jefes comunales, que ahora reclaman una modificación a la ley que él mismo impulsó en los tiempos de Vidal en la provincia y que les impide ser reelectos? Ariel Sujarchuk, el de Escobar, fue el primero en hacer público parte de ese malestar que, dijo, pertenece a muchos de sus pares. ¿O Massa deberá continuar su alianza con Máximo Kirchner, pese a que crecen los cuestionamientos al hijo de la ex presidenta? ¿Puede ser indiscutible el liderazgo de un dirigente que no contaba, por ejemplo, cuatro días antes, el viernes de la semana pasada, con algo tan elemental como que muchos de sus compañeros de bancada no podrían dar el martes quorum para la ley de etiquetado porque no tendrían tiempo de llegar desde sus provincias? Como con el boca de urna, algo se proyectó mal: los legisladores que viajaban debían llegar el lunes para primero someterse a hisopados, y tampoco alcanzaron los aviones de Aerolíneas.
No hay buen ánimo. Militantes con cargos intermedios en empresas estatales empiezan a temer por el futuro. Sobre esta plataforma resbaladiza debe hacer pie Martín Guzmán para una múltiple tarea que determinará el futuro del espacio: reactivar la economía, atenuar la inflación, acordar con el Fondo. ¿Está el organismo multilateral en condiciones de llegar a un entendimiento con un funcionario que no puede prometer ni aun las medidas más elementales? Luis D’Elía, la CTA y varios movimientos sociales organizaron una marcha para el 13 de este mes en la puerta del Congreso contra el presupuesto, que se presenta ese día. “No estamos contra el Gobierno, al contrario –explicó D’Elía anteayer en su programa de radio Rebelde–. Queremos darle al Gobierno el respaldo popular para sentarse con los buitres internacionales. El problema no es el 14 de noviembre, es marzo del año que viene: Macri firmó para entonces una cuota de 20.000 millones de dólares para pagarle al Fondo. ¿De dónde lo vamos a sacar, eso? Estamos acorralados: la única salida es el pueblo en las calles”.
La ausencia de una idea unificada sobre temas medulares es una novedad en un gobierno kirchnerista. El martes, en la Rural, ante la Cámara Argentina de la Construcción, Guzmán insistió en la necesidad de la inversión privada. “Sin el Estado no se puede, pero con el Estado solo no alcanza”, dijo. Pero anteayer el diputado Carlos Heller, demiurgo del impuesto a la riqueza, volvió más atrás en la discusión: “¿Es posible tener servicios públicos que son derechos humanos prestados por empresas cuyo objeto es la máxima ganancia?”, se preguntó en Radio del Plata. Algunos asuntos de gestión siguen paralizados. “Parece la transición entre una administración y la siguiente: cuando un gobierno perdió las elecciones y hay que esperar a que venga el otro”, describió un sindicalista. Hace varias semanas, por ejemplo, que Edesur se queja de que el Ente Nacional Regulador de Electricidad no le aprueba el uso de dos oficinas para atención al cliente que abrió en Lanús y Avellaneda. “Invertimos 65 millones de pesos y no nos dan ninguna respuesta”, dicen en la distribuidora.
Pero son detalles de una inquietud más abarcadora. Hacía tiempo que entre los empresarios no se percibía tanto pesimismo. No solo por la dirigencia política: advierten que, de tan hastiada, la sociedad argentina no estará por muchos años en condiciones de soportar decisiones impopulares. Un reciente sondeo de la Universidad Austral muestra además un significativo desprecio por el sector privado. “¿Usted cree que es preferible un país donde la mayor parte de las acciones provengan del Estado o de las empresas privadas?”, se pregunta, y el 62% de los consultados opta por el Estado. En el sector ABC1, donde se supone que debería haber menos inclinación por la asistencia pública, la respuesta llega al 54%. Hay que ir al universo de mayores de 60 años del total para encontrar, con lo justo, la única ventaja en favor de la actividad privada: 44% contra 41% de la estatal.
Tal vez sean solo declamaciones. Pasa en muchos ámbitos. El de la salud, por ejemplo: más del 70% de los pacientes se atiende en el sistema privado. Hasta la ministra. Días atrás, internada en el Sanatorio Otamendi para ser operada del apéndice, Carla Vizzotti requirió que lo hiciera el mismo cirujano que, hace un año, también ahí, había operado a Mauricio Macri de un tumor benigno en el intestino grueso. No pudo ser. Ironías del plan de vacunación: el doctor, una eminencia en este tipo de intervenciones, había viajado a Estados Unidos para aplicarse la tercera dosis de Pfizer.
“Yo imagino una decadencia perpetua”, concluyó ante La Nación el líder de una cámara empresarial. Aquella fantasía del miércoles de las renuncias –un presidente abroquelado en derredor del peronismo y de Guzmán para una administración alejada de Cristina Kirchner– duró apenas esa tarde. Massa se lo viene anticipando a sus confidentes de modo drástico: “Ella es impredecible, no hay opción para romper: se la van a tener que fumar a Cristina en todo”. Es entendible que, con tantos reparos, hasta los más experimentados se hayan querido pasar la pelota para evitar decirle a la jefa lo peor: que perdió.