Llegó la hora de aprender del futuro
¿Es posible aprender del futuro? ¿Qué implicaría? "Aprender del futuro parece algo paradójico e imposible, pero eso es exactamente lo que necesitamos", dice el filósofo español Daniel Innerarity en su reciente Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI. Para él, los desafíos con los que se enfrenta la humanidad -el cambio climático, el impacto de la inteligencia artificial, la inmensa responsabilidad que conlleva la capacidad de modificar genéticamente una especie- han trastocado la relación entre tiempo y conocimiento.
Innerarity lo ilustra con un toque de ironía: antes al sabio se lo representaba como una persona mayor rodeado de jóvenes que aprendían de él. Su sabiduría era el producto de décadas de experiencia; era sabio porque había acumulado pasado. Hoy, en cambio, esa persona necesita de la ayuda de los jóvenes para entender las tecnologías básicas para la vida cotidiana. El punto es que la experiencia del pasado sirve cada vez menos como herramienta para el presente. Por eso, dice, debemos desarrollar la habilidad de anticipar escenarios, cultivar el pensamiento estratégico y la gobernanza anticipatoria; la capacidad de incorporar los retos del futuro en el proceso de toma de decisiones de hoy.
En su Tecnología y las virtudes. Una guía filosófica para un futuro que vale la pena desear, Shannon Vallor señala que la incapacidad de vislumbrar el futuro vuelve a los dos paradigmas éticos de la modernidad, el kantiano y el utilitarismo, insuficientes para responder a los dilemas que se avecinan.
Para Kant, ante una determinada acción, uno debe preguntarse qué pasaría si todos actuaran igual. Por ejemplo, si uno miente para sacar una ventaja, no sería grave, pero si todos lo hicieran, se crearía un mundo invivible. Esto lo sabemos porque hemos mentido y por ende podemos universalizar las consecuencias de esa acción. El pasado sirve como referencia. Ahora, ¿cómo opera el kantiano si no existe tal referencia? Tomemos un caso del futuro: ¿en que nos basaríamos para desear un mundo donde todos pudiesen transformar sus cuerpos a través de la tecnología? ¿Cómo podríamos anticipar de qué modo eso afectaría a la humanidad en el largo plazo? Según Vallor, no tenemos experiencias que permitan extrapolar respuestas a estos interrogantes. Al utilitarismo le pasa algo similar, es imposible elegir la acción que lleva a la mayor felicidad para el mayor número de personas cuando carecemos de una referencia en que basarnos para pronosticar las consecuencias hacia el futuro.
Vallor no deja afuera de su análisis a los fundadores de las escuelas éticas clásicas: Platón, Aristóteles, Aquino, Confucio, el Buda. Ellos también asumían que las condiciones de vida que conocían eran relativamente estables y que el pasado era anticipatorio del futuro. No vislumbraban grandes transformaciones en la constitución de la sociedad o de nuestra humanidad. Hoy, sin embargo, se espera cada vez más disrupción e inestabilidad.
La socióloga Ruha Benjamin ofrece una pista de cómo se puede aprender del futuro. Ella resalta que quienes trabajan en campos donde la ciencia y la tecnología se cruzan, como la inteligencia artificial o la biotecnología, no limitan su imaginación a proyectos que parecen posibles o realistas; mas bien todo lo contrario. Por ejemplo, Internet y el teléfono inteligente empezaron como un salto de imaginación; hoy son una realidad. La capacidad para modificar genéticamente organismos, incluso seres humanos, y de combinar el ADN de seres humanos con otras especies, también empezó como un salto de imaginación. Nuevamente, hoy ambas cosas son una realidad. Manipular el cerebro de un ratón para que vea objetos que no están presentes nació como un salto de imaginación; hoy es una realidad. Cultivar en un laboratorio células cardíacas y trasplantarlos a un paciente empezó como un salto de imaginación y es otra realidad.
La ciencia y la tecnología se guían por la imaginación y por la razón. La imaginación permite romper los límites de lo que parece posible y así, trabajando con la razón, traer el futuro al presente. Eso es aprender del futuro. Lo que está pendiente, dice Benjamin, es aplicar la misma ambición rupturista que se encuentra en el desarrollo de la tecnología a cuestiones sociales, éticas, económicas y políticas. En esos rubros seguimos pensando con las categorías de siglos pasados. Y el atraso conceptual acarrea problemas: democracias alejadas de la ciudadanía, batallas ideológicas estériles, modelos sindicales y laborales que atrasan. Para Innerarity hace falta una "huida hacia adelante en lugar de estudiar un manual de historia como si fuesen las instrucciones para desenvolverse en el mundo actual". Sospecho que no muchos países tienen mayor necesidad de huir hacia adelante que el nuestro.