Llega el Filbita: puentes de libros para construir un "nosotros"
Con el eje en "literatura y migraciones", el Filbita 2016 pone el acento en las historias como un refugio y un lugar de encuentro
"No soy de aquí", dice Eloísa y el aquí es una ciudad habitada por bichos que asisten a clase, que hacen las compras, que salen a pasear. Ella, humana, en esa ciudad de cascarudos, hormigas y abejorros, es la recién llegada. La que por alguna razón tuvo que migrar. El libro se llama Eloísa y los bichos, es del colombiano Jairo Buitrago y se ha convertido en un clásico a la hora de ver de qué hilos puede tirar la literatura infantil para hablar de migración. Hay otro libro igual de potente y también latinoamericano: Migrar, de los mexicanos José Manuel Mateo y Javier Martínez Pedro. Realizado en papel amate, se despliega como si fuera un acordeón y a lo largo de un solo dibujo extenso cuenta la historia de un niño que junto con su hermana y su madre dejan México para cruzar a Estados Unidos en busca de su padre y de un futuro mejor.
Al leerlo, en 2011, Elena Poniatowska escribió en el diario La Jornada: "¿Qué significa subirse a un tren a escondidas? ¿Por qué hay que dejar la tierra e irse al otro lado? Algunos niños que ni saben leer se van solos, con apenas una dirección, un teléfono imposible de marcar o unas señas que a nadie ni a nada responden. Viajan ilusos a un país en donde todo los margina. Lo único que sí saben es que hay que ocultarse". Hablaba de los 20.000 niños mexicanos repatriados cada seis meses; también, de todos los otros: esos ojos asustados que van y vienen y se mueven por las sacudidas del mundo adulto. Veintiocho millones de chicos en el mundo, según Unicef, han abandonado sus países y hogares a la fuerza, escapando de la violencia y la inseguridad.
La migración es uno de los grandes temas de nuestro tiempo. Por eso, el Festival de Literatura Infantil Filbita (del jueves al domingo próximos) recoge el guante y se estructura a partir de ese eje. Abre así la oportunidad de pensar qué nido teje la literatura infantil para hablar de ello.
Niños sirios que cruzan el mar para llegar a Europa; niños latinoamericanos que atraviesan el desierto para llegar a Estados Unidos. Por trabajo, para buscar sueños, a veces vencidos de antemano. En la Argentina viven 182.349 niños y adolescentes que nacieron en otros países. Son tiempos difíciles para ser "el otro", y el "nosotros" es cada vez más arisco. Carola Martínez es especialista en literatura infantil y juvenil y flamante autora de la novela Matilde, que desde la mirada de una niña chilena reconstruye los años de terrorismo de Estado y exilio. Martínez dice que éste es un momento especial: "Es parte de la conversación. No es gratuito que salgan tantos libros sobre esto al mismo tiempo. La inmigración engloba un montón de cosas: pobreza, desarraigo, discriminación. Todas cosas muy terribles y todas muy literarias".
Ser migrante
La migración es un elemento más de esa brasa ardiente que es el mundo actual. Los niños no son ajenos. Por eso, dice Larisa Chausovsky, coordinadora del Filbita, decidieron que era momento de incluirlo en el Festival: "Es un fenómeno constitutivo del ser humano. Históricamente las personas se han movido en busca de nuevos destinos, o del bienestar, o por motivos ajenos a sus deseos, y es, al mismo tiempo, un fenómeno de absoluta actualidad que nos atraviesa a todos. La literatura y la actualidad de las migraciones nos abren las miradas hacia los otros, y queremos rescatar que eso es una oportunidad y no una amenaza".
Martínez señala la importancia de que los libros sobre migración lleguen a los niños que reciben a los migrantes porque ahí se produce el cambio, la integración. Coincide con la mirada del Grupo de Investigación de Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad Autónoma de Barcelona, donde estudian las maneras en las que la literatura puede aportar a la identidad cultural y brindar a los docentes los recursos para hacer más amoroso ese encuentro. La literatura contribuyó a la identidad nacional y ahora es el turno de contribuir a las diversidades culturales, aseguran en el libro que editaron, La literatura que acoge: inmigración y lectura de álbumes, coordinado por Teresa Colomer y Martina Fittipaldi.
¿Qué se deja atrás? La novela de Carola Martínez lo muestra bien. No sólo son los afectos, la tierra, la tibieza de saberse seguro. A veces, parte de la identidad resiste en una valija que va y viene o en un par de llamadas telefónicas. Aunque, en su caso, lo político maneja el timón y la migración tuvo el trasfondo de la dictadura pinochetista, hay miradas que trascienden: "También es la historia de una nena a la que nadie le cuenta nada, que está a merced de las decisiones de un montón de gente no se toma el trabajo de explicarle", dice. Y apunta a una zona agria: los niños no se mudan; son mudados.
El lenguaje también sufre los coletazos del desarraigo. Hay golpes suaves, que apenas rozan, un "galletita" por un "masita", supongamos, cuando se viene del interior a la gran ciudad, y hay topetazos bruscos, que ponen en jaque el modo de conectar con el mundo. Cuando ni el alfabeto es familiar, la poesía y la ilustración son brazos abiertos en los que refugiarse. Lo dicen los holandeses Marije y Ronald Tolman, autores de La casa en el árbol, que, realizado por padre e hija, prescinde de las palabras para narrar los encuentros, las idas y venidas que se dan en una casa construida sobre un árbol. Ambos también hicieron La isla, donde un oso sale a recorrer distintos mundos. "Cuando la comunicación es difícil entre los diferentes idiomas, la ilustración sin texto puede ser el comienzo para escuchar a los demás", dice Marije, antes de venir a la Argentina para participar del Filbita.
La poeta Mar Benegas también vendrá al Festival. Con la idea de que lo poético alumbra cuando el mundo cambia, asegura: "En ese vértigo en lo que todo sucede tan rápido pero nada parece cambiar, la que nombra sin palabras ni lenguaje, las que nos hace y construye, es la poesía. Por su propio código, abierto, flexible y en comunión con la experiencia vital, va de la experiencia íntima y personal a lo colectivo". Para la autora de 44 poemas para leer con niños, "el poético es el lenguaje del exilio", por eso es clave para hablar de migración.
Prosa, poesía, ilustración, los libros que encaran el tema son varios. Aunque siempre estuvieron ahí (Heidi, de la suiza Johanna Spyri, o Marco, de los Apeninos a los Andes de Edmundo de Amicis, hablan del destierro, la sombra del mundo nuevo y su lado luminoso) en los últimos años han salido libros como El color de la arena, de la española Elena O'Callaghan i Duch, que cuenta la historia en un campamento de refugiados a través de Abdulá, o Lucía no tardes, de Sandra Siemmens, que narra tres momentos en la vida de una chica que atraviesa las distancias de un mar que es abismo y silencio.
Es esa cuestión de la migración como herencia la que retoma Cecilia Pisos en la novela Como si no hubiera que cruzar el mar, que tiene como protagonista a una chica de 14 años. Cuando la comenzó a escribir, ella misma estaba en situación de mudanza desde la Argentina hacia México, fusionó su experiencia con la de su bisabuela inmigrante y logró algo más: "En estos temas, el discurso de la literatura va por un camino diferente del discurso periodístico, del académico y del de la propaganda, porque contiene una persona hablando en voz baja con otra, en una comunicación secreta y personal, de corazón a corazón", dice la autora.
Raíces y derechos
En respuesta a las olas de refugiados de África y Medio Oriente que llegan a la isla de Lampedusa, en Italia, se creó en 2012 el proyecto "Libros silenciosos" que dio lugar a la primera biblioteca para niños locales e inmigrantes. El objetivo fue tender puentes. Crear un tejido desde lo literario. Parte de ese espíritu coincide con la mirada del Filbita de este año. "La literatura y la migración son derechos de todas las personas y entre todos debemos ocuparnos de abrir los espacios, de encontrar la palabras y propiciar las situaciones para que todos tengan acceso a esos derechos", dice Chausovsky.
En la Argentina, la Comisión Argentina para los Refugiados y Migrantes (Caref) trabaja con niños y jóvenes para buscar herramientas que renueven el sentido de las historias migratorias. Hace poco comenzaron a explorar las posibilidades que ofrece la literatura y este año se articularán con el Filbita para realizar un trabajo en el Centro de Salud n° 19 del Bajo Flores. Todo surgió de una idea simple: aprovechar los minutos de espera en las salas donde a diario aguardan familias para recibir leche, para ser atendidas por algún médico. Así, iniciaron una búsqueda para, como dice Laura Paredes, del área de Capacitación de Caref, "transformar esa ?espera' en una oportunidad de reconectar con cuentos, con leyendas y con historias, con relatos de nuestra tierra". Una apuesta, dice, "por la integración de las personas migrantes y en defensa de su derecho a recuperar, resignificar y compartir su legado".
En la Ley Nacional de Educación, la "diversidad cultural" y el "respeto por la diversidad" son subrayados, pero los docentes deben resolver en la práctica los desafíos que surgen de los grupos multiculturales. Carola Martínez señala: "Los docentes no están formados, aunque todo siempre es relativo, para los chicos de hoy. Siguen formándose como hace cincuenta años y las marcas de innovación no se notan. No están preparados para aulas en la que el 60 % de la población es migrante, para niñas trans, para hijos de padres homosexuales. Recién se está empezando a hablar de todo eso".
¿Qué papel jugaría la literatura infantil? Mar Benegas dice que serviría para no dejarlos "a la intemperie del ignoto camino del lenguaje". Y Martínez indica: "Los niños están creciendo tremendamente solos en un mundo en el que los adultos no podemos darles ninguna respuesta. Educar chicos en este momento es complejo porque mi sensación es que todo se desmorona. Como las cosas se caen, quienes escribimos para chicos tratamos de decir a través de los libros: 'Sí, se está cayendo todo a pedazos pero no estás solo'. Es como hacerles un mimo. Es decirle al niño que lo que le pasa a él, les pasa a otros y por eso soy capaz de escribirlo". Quizá porque siempre hay un desierto o un mar que atravesar, y crecer es parte de ello, la literatura sigue ahí, disponible para cobijar o remendar los sueños que habitan en la infancia.
Para agendar
El Filbita tendrá lugar entre el 10 y el 13 de noviembre, con entrada libre. Aquí está el programa. Las actividades se realizarán en el Centro Cultural de la Cooperación, el Espacio Cultural del Sur y el Parque Avellaneda.