Llamá ahora, ¿qué esperás?
Los programas de la familia Call TV llegaron a la medianoche de los canales con la misma rapidez con la que se fueron; la pregunta es: ¿alguien ganó alguna vez?
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Y un día los desvelados se encontraron con un programa de TV nuevo. A la medianoche, con el fin de transmisión ya anunciado, los canales de aire daban lugar a un género novedoso: los Call TV. Eran ciclos que consistían en entretener con la propuesta más económica de la que se tenga registro en la historia de la televisión.
Parados delante de un croma (es decir, un telón verde al que se le cambiaba el fondo por diseños psicodélicos y estridentes), una pareja de conductores -Emiliano Rella y Carla Conte, los más reconocidos en ese estilo que asomaba- proponía un juego a los televidentes. Siempre era la misma consigna: adivinar qué palabra se formaba con las letras que aparecían en pantalla. Por ejemplo, se mostraban las letras B-O-E-T-L-L-A y el televidente tenía que llamar y acertar para llevarse el premio. Con cada intento erróneo, se sumaba más dinero al pozo.
¿Qué hacían mientras tanto los conductores? Repetían hasta el infinito la consigna, el número de teléfono y alentaban a los televidentes a llamar. Se podía escuchar un loop de media hora de ambos diciendo: “Llamá ahora, ¿qué esperas? Mil pesos en juego. ¿Cuál es la palabra? ¿te lo vas a perder? Mil pesos, llamá ahora, mil pesos en juego, llamá. ¿Cuál es la palabra?”. No tenían otra cosa que decir o qué hacer. El estudio, si se podía llamar así, no se terminaba de dimensionar pero debía ser apenas más grande que un baño químico. No había ni sillas para que se sentaran, ni escritorio, ni utilería. Eran ellos frente a una sola cámara, codo a codo por la falta de lugar, alentando al llamado de los trasnochados.
Es verdad que así contado no parecía ser muy atractivo, pero para aquellos desvelados que ya se habían cansado de ver los programas de TV Compras y que no habían encontrado ninguna película decente, aquello era una compañía impensada. Era un programa para dejar de fondo, sin prestar demasiada atención, porque la respuesta era obvia (para el que no lo sacó, era BOTELLA) y porque muy poca gente salía al aire a responder. Los llamados que se atendían -uno quisiera pensar que era gente auténtica y no actores, productores o similares- arriesgaban opciones que no tenían nada que ver con lo que se veía. Con las mismas letras de BOTELLA decían: “¿La respuesta es TOALLA?”. Y entonces el conductor, en tono compinche y lastimoso, respondía: “No, qué pena, no es”. Y automáticamente contaba que el pozo sumaba más dinero y, obviamente, repetía otra vez el mismo speech: “Llamá ahora, ¿qué esperás? Mil doscientos pesos en juego. ¿Cuál es la palabra? ¿te lo vas a perder? Mil doscientos pesos, llamá ahora, ¿Cuál es la palabra?”. Incluso, a veces, ante reiterados intentos erróneos, cambiaban la palabra a adivinar sin dar la respuesta de la consigna. Y no era lo único: en otras ocasiones las mismas letras podían formar varias palabras diferentes, por lo que la respuesta correcta quedaba a criterio de la producción.
¿Cuál era el negocio detrás de todo esto? Que uno llamara al teléfono en pantalla, por el cual se cobraba un minuto de línea más caro. Así, mientras más se esperaba para salir al aire, más se facturaba. También se alentaba a los televidentes a mandar mensajes de texto (eran los albores del 2004, donde las publicidades para descargar ringtones, fondos de pantalla o recibir chistes se repetían sin cesar) para tener “doble o triple chance de participar”.
Sin embargo, todo se termina, y así como llegaron, sin que nadie los esperara, un día los Call TV se fueron (por las dudas nadie preguntó a dónde ni si iban a volver). Poco a poco empezaron a desaparecer de las pantallas esas consignas obvias y las voces de los conductores se fueron apagando. Algunos afirman que antes de que la imagen se fuera a negro, se escuchó por última vez: “Llamá ahora, ¿qué esperás? Mil doscientos pesos en juego. ¿Cuál es la palabra? ¿te lo vas a perder? Mil doscientos pesos, llamá ahora, ¿Cuál es la palabra?”.