Literatura: del silencio de un jardín a la palabra poética
Mientras el Museo Emily Dickinson recupera su vínculo con la botánica, escritores actuales reivindican el poder inspirador del verde
Cuando tenía 14 años, la poeta norteamericana Emily Dickinson prensó y secó 424 plantas que luego colocó clasificadas con amor y prolijidad en un cuaderno organizado con etiquetas escritas a mano, nombres botánicos y pasión. Ese herbario se guarda hoy en la Universidad de Harvard. La botánica no sólo ocupaba las horas de la poeta, sino también su universo literario. El jardín era su reino.
Algunos guardan el Sabbath concurriendo al Templo/
Yo lo guardo quedándome en mi Hogar/
Con un Bobolink como Director del Coro/
Y un Huerto, por Cúpula
A veces, si se reconstruye un jardín, se revelan secretos de una poética. Pasó con el de ella. Dicen los expertos que más de un tercio de sus poemas y casi la mitad de sus cartas aluden a las flores. Ella murió en 1886. Treinta años después, lo que había sido un esplendoroso jardín familiar sufrió cambios: desde césped en lugar de árboles frutales hasta una cancha de tenis y un huracán que lo devoró todo. Pero hace un par de años, algo reverdeció: el Museo Emily Dickinson se propuso restaurarlo, recuperar los helechos, los jazmines, volver a darle vida a ese lugar que inspiró a una de las poetas más importantes. Hace menos de un año, el diario The New York Times informaba que la tarea progresaba de manera exitosa. Todo, su herbario, su refugio en el mundo vegetal y ese reverdecer contemporáneo se vuelven metáfora. En su poesía ganaban las rosas, pero había espacio para el diente de león, el trébol y las margaritas. De todo eso deja constancia Judith Farr en su libro Los jardines de Emily Dickinson. Pero no sólo en ella el mundo vegetal abrió una ventana a un universo poético vivo y genial. La botánica y la poesía cruzan sus raíces, se enredan, y en muchos casos producen obras luminosas, flores que son fuertes porque crecen donde no es fácil brotar. ¿Qué universos poéticos abre la botánica? Para quienes se dejan atrapar por su savia, todos los posibles, y muchos más.
Plantas y textos
"La palabra botánica es de un verde oscuro como el fondo de las lagunas, y los poemas de Emily son teoremas del infinito donde los jardines comienzan a fundarse", dice Diana Bellessi, poeta que se nutre de jardines y que se define a sí misma así: "Nací y crecí en el campo, soy una criatura del verde y voy tras él. Al conocer mi casa en el centro de Buenos Aires, hace muchos años, un alumno me dijo: «¿Dónde están las garrafas?» Y comprendí su chiste de inmediato. Todo se convierte en una casa de campo y no me mudo sola, me mudo con el verde. A veces, un yuyito iridiscente en el asfalto se convierte en un bosque encantado. No podemos vivir sin las escamas del verde y nuestros jardines son tumultos que retozan en el aire. Ni renacentistas ni barrocos, como el que fundo ahora aquí, en el pueblo de Zavalla. Agreste y salvaje, con plantas que reconozco desde la lejana infancia, con aquel olor a glicinas y ligustrinas y el asalto de las ipomeas azules en los cercos, tan hermosas".
Bellessi dice un yuyito y fue eso, un simple yuyito en una esquina de Liniers y Castelar en Bahía Blanca, el que destrabó todo un universo en el poeta Mario Ortiz en el volumen VII de los Cuadernos de Lengua y Literatura. Líneas de pensamiento que se disparan de los brotes flacos y sencillos de una planta muchas veces menospreciada. "Día a día pasaba por esa esquina en bicicleta y por un momento mi mirada se detenía allí donde un conjunto informe de yuyos secos, papeles y polvo se amontonaban formando un escenario no precisamente pintoresco -dice-. Sin embargo, en ese momento de sequía ambiental y creativa algo me atraía; algo ocurría ahí hasta que en cierta oportunidad vi que desde esos tallos resecos brotaban unas florcitas amarillas. Me puse a escribir sobre eso y de algún modo, retrospectivamente, imaginé que ese yuyito me estaba curando de la imposibilidad de escribir." Para el poeta, detener la atención en las plantas y sus flores "habilita el despliegue de un mundo fascinante en el que se anudan fenómenos biológicos, culturales, lingüísticos y estéticos" que hace que las palabras comiencen a abrirse "como flores que emiten su polen".
La contemplación de la vegetación, sus cambios, sus derrotas han conmovido a cientos de poetas. Pensemos en Arnaldo Calveyra ("Escribir de árboles, los árboles de un jardín, escribirse uno con los árboles, sentarse a escribir un día un libro de poemas a ellos destinado"), en José Watanabe ("La madreselva se cerró al amanecer/y yo, sin su perfume, seguí creyendo en la poesía"), en tantos otros. Imposible abarcar ramas que van tan atrás en el tiempo, tan acá, como Manual de jardinería, de José Ioskyn.
No abundan ahora, pero la ciencia y la poesía han forjado lazos fuertes a lo largo de la historia. Goethe, por ejemplo, era otro apasionado por la botánica. Por la ciencia toda, en realidad, pero la botánica era uno de sus amores. Intento de explicar la metamorfosis de las plantas (1790) aportó tanto a la disciplina como su Fausto a la literatura. Fue por esa pasión que sintió conexión inmediata cuando conoció al naturalista Alexander von Humboldt. En una parte del libro La invención de la naturaleza, Andrea Wulf habla de esa amistad y pone el énfasis en la influencia que tuvo Humboldt no sólo en el mundo de la ciencia sino también en el mundo literario. Su biógrafa dice: "Humboldt insistía en que necesitábamos usar la imaginación para entender la naturaleza. A diferencia de otros científicos de su tiempo -y de estos días- , a menudo describía la naturaleza como si fuera un poeta. Combinó descripciones evocativas con observaciones científicas. Llevó a sus lectores por las selvas tropicales llenas de vida, por montañas nevadas, por encima de cascadas estupendas y a través de enormes desiertos. Para él, la naturaleza era una pintura dibujada en un lienzo de observación empírica, pero infundida con los colores mágicos de la poesía, la imaginación y la percepción subjetiva." La influencia de Humboldt, asegura Wulf, llegó incluso a uno de los poetas más importantes del romanticismo inglés. Según ella, William Wordsworth usó casi literalmente la descripción de la expedición al Orinoco para sus sonetos en el río Dudden.
"¿Es similar la relación que tenemos con las plantas a la que tenemos con los animales? -reflexiona Ortiz-. ¿Sintonizamos de la misma forma? Evidentemente, estas preguntas no tienen una repuesta unívoca, pero permiten, creo, entrever una serie de cuestiones. Los animales tienen temperamentos, explosiones de afecto e irritabilidad peligrosa; pueden ser compañeros incondicionales o criaturas impredecibles y enigmáticas; se mueven, se expresan, aúllan, ladran, están al borde del grito, casi próximos al lenguaje, a lo que hemos sido en las cavernas; por esto, como señala Bataille, en las primeras edades de la humanidad, el hombre no establecía un abismo diferencial con los animales. Nada de eso ocurre con las plantas, o al menos no ocurre de un modo inmediato: su movimiento es en la quietud; su lenguaje existe pero es mudo, cromático y odorífico. Me atrevo a hacer una analogía acaso caprichosa y brutal: si lo planteamos en términos visuales, los animales estarían asociados al movimiento del cine; las plantas, a la fijeza de la fotografía y el dibujo."
El dramaturgo y ensayista belga Maurice Maeterlinck fue otro de los que cayó rendido ante los misterios de la botánica y lo expresó en su ensayo La inteligencia de las flores (1907), donde escribió: "Ese mundo vegetal que vemos tan tranquilo, tan resignado, en que todo parece aceptación silencio, obediencia, recogimiento, es por el contrario aquél en que la rebelión contra el destino es la más vehemente y la más obstinada. El órgano esencial, el órgano nutricio de la planta, su raíz, la sujeta indisolublemente al suelo. Si es difícil descubrir, entre las grandes leyes que nos agobian, la que más pesa sobre nuestros hombros, respecto a la planta no hay duda: es la que la condena a la inmovilidad desde que nace hasta que muere". Cuando leyó ese libro, Ortiz quedó fascinado. "Se me abrió un texto fascinante tanto en el plano de la forma como del contenido - dice-: una textualidad a medio camino entre la información y la poesía, un verdadero estallido de los géneros literarios pero muy delicado y sutil, tanto como esas plantas que, bajo la palabra de Maeterlinck, adquieren comportamientos, revelan una inteligencia peculiar que acaso las vinculan a algo superior, una especie de inteligencia universal o espiritual. Ése es el costado más (por decirlo de algún modo) «esotérico» del poeta belga, el que lo lleva a plantear cuestiones sobre el tiempo y la cuarta dimensión."
El mundo vegetal, silencioso y obstinado, persiste en encantar a los autores. Hay libros que dan más pasos hacia la botánica, como Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal, de Stefano Mancuso y Alessandra Viola (Galaxia Gutenberg). Hay libros y autores que tensan sus raíces en lo poético. Diana Bellessi asegura: "Los escritores que he amado vienen en el verde, y los dibujantes también. A veces pienso que somos lo único del reino animal que podría sobrevivir sin el verde, sin el susurro de la naturaleza, pero es un reino zombi. La vida está en el verde. Y la poesía en la vida".