Lio, queremos verte sonreír
Si gana la Argentina, buenísimo, pero muchos queremos ganar este mundial por vos
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BARCELONA
Lionel, esta no es una columna en un diario, es una carta de agradecimiento. Te escribo desde la ciudad que te vio crecer centímetro a centímetro. Sos el fruto de mil inyecciones y de un puñado de esperanza apretado en tus pequeñas manos. Gambeteaste a tus propias hormonas y te le escapaste a tus huesos que te agarraban la camiseta y te querían frenar.
Desde el principio, la vida misma y tu cuerpo te pusieron en duda. Fuiste un niño que creció aferrado a un sueño casi imposible y no lo logró. Porque, seamos sinceros, no lograste ser un buen jugador de fútbol. El fútbol en tus pies tiene otro nombre. Lo que vos hacés no se llama fútbol, es una rama del arte, es un placer estético de otra estirpe. Por eso, también disfrutan de verte aquellos a los que ni siquiera les gusta el fútbol. Hay algo hipnótico en tus pies cuando la pelota los acaricia. Ella te busca, sabe que la tratás mejor que el resto.
Las retinas de medio mundo se relajan al ver tus pases de ballet. Es difícil descifrar si volás o corrés.
Te vimos pintar acuarelas que deberían estar en el Louvre. Te vimos fotografiando escenas de defensores despatarrados y contando historias de ciencia ficción en las que tus adversarios se caen sin que los toques. Vos jugás a diario entre la realidad y el metaverso.
No hay récord que no hayas quebrado. Te vimos cotidianamente haciendo lo imposible.
Pero hay algo más hermoso. Te vimos reír infinidad de veces cuando todavía eras un adolescente y jugabas con extraterrestres como ese tal Ronaldinho. Reían juntos y nos hacían sonreír. La belleza lo inundaba todo. Y no, eso no era sólo fútbol, no nos mientan. Era placer, desparpajo, fiesta.
Y acá llego a mi punto: queremos verte sonreír, Lio. Sonreír como Julián el otro día cuando corría hacia el gol. ¿Se puede, acaso, correr en una semi del mundial y sonreír? Sí, has encontrado a tus aliados que entienden la diferencia entre practicar fútbol y “jugar” a la pelota.
Queremos verte sonreír como te sonríen iluminados esos niños antes de entrar a la cancha. Te les acercás sonriendo sabiendo que es importante para ellos, que podés hacerlos felices con ese roce de manos. En un país mesiánico como el nuestro, en este territorio de caudillos prepotentes, nada en vos es narcisista. A los argentinos, nos hacés mejores.
Nunca escuchamos a tus labios pronunciar que sos el mejor del mundo. Jamás. No fueron pocos los que criticaron esa humildad auténtica que tenés, pero vos no te transformaste en lo que te pedían. Es difícil mantenerse siendo uno mismo cuando cada folículo de tu piel es fotografiado 150 veces por segundo. Vos lo conseguiste. La fama no te comió el alma.
Hay una distancia infinita entre hacerse el humilde y serlo. Tu autenticidad nos fue conquistando junto con tu fútbol. Creyente, como sos, cuando te compararon con Dios, te incomodaste. A Dios lo que es de Dios y a Messi lo que es de Messi.
No te subís al tren del ego con purpurina que te proponen los periodistas para lograr titulares rimbombantes. No caes ni en las comparaciones ni en las trampas. Sos sabio: sabés que el egocentrismo no lleva a ningún lado.
Durante años, con impaciencia y triunfalismo argento fuimos cargándote con nuestra ansiedad y borrando tu sonrisa. Te fuimos demandando a vos todas las alegrías que no podíamos construir como sociedad. Fuiste nuestro chivo expiatorio más de una vez.
Te vimos festejar goles con bronca, descargándote. Te vimos frustrado, profundamente triste, y así y todo te pedimos siempre más, como si un solo hombre pudiera salvar al mundo. Te vimos llorando como un niño. Derrotado.
Ahora nos volvimos a ilusionar. El domingo es tu segunda final del mundo. Pasaron ocho años desde la anterior y ya nadie, absolutamente nadie, puede seguir diciendo de este capitán las barbaridades que se decían por entonces: “nunca consigue hacer en la selección lo que hace en el Barça”, “el grupo no les responde”, “es español”, “no canta el himno”, “le pesa a camiseta”.
Como otros, vos podrías señalar tu nombre en la espalda para enrostrarles cada gol. Pero tus pies son los que hablan, no tus labios. Pacientes e insistentes, han dejado al mundo mudo y reverenciando sólo tu nombre: “Messi, Messi, Messi”, gritan las gradas.
Hoy, Lio, sos una cosa rara para nosotros, una especie de estrella cercana: somos millones los que creemos que te conocemos, que somos tus amigos. Con tu tranquilidad, tu pausa y tu silencio, nos hiciste un poco tuyos y te hicimos todo nuestro. Borraste con tus botines superpoderosos incluso nuestra grieta. Gracias.
Ya está. Pase lo que pase este domingo contra Francia, nos rociaste de alegría. Nos hiciste felices.
Es loco, a muchos, ya casi no nos importa que gane la Argentina. Queremos que ganes vos, queremos verte sonreír, queremos que levantes tu copa.
Filósofo, PhD, coach ejecutivo y especialista en Storytelling