Límites y contradicciones en el giro pragmático del Gobierno
El cambio del oficialismo como consecuencia de la hecatombe de las PASO, ¿es una jugada táctica o un realineamiento estratégico que da más peso a los líderes territoriales del PJ?
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Cuando se analiza el volantazo que pegaron CFK y el FDT como consecuencia de la hecatombe electoral de las PASO, permanecen demasiados interrogantes sin respuesta. ¿Se trata de una jugada táctica o de un realineamiento estratégico, de un nuevo balance de poder que otorga más peso relativo dentro de la coalición a los líderes territoriales del PJ (gobernadores e intendentes)? En el caso de que CFK pretendiera recuperar la influencia perdida y preservar espacios en la estructura del Estado (tanto en la Nación como en la provincia de Buenos Aires) para asegurar la preservación y la reproducción de La Cámpora, ¿qué grado de receptividad y comprensión encontraría en estos caudillos provinciales y del conurbano devenidos virtuales interventores? ¿Pueden esperarse rupturas “por izquierda”, como en su momento ocurrió con el Grupo de los 8, que lideró Carlos “Chacho” Álvarez, en un peronismo tan acostumbrado a contorsiones ideológicas variopintas?
Algunos consideran que una improbable victoria el 14 de noviembre mejoraría de forma casi mágica la convivencia interna entre socios tan disímiles y enfrentados (lo que Sergio Massa denomina “la unidad en la diversidad”). Basta observar las pujas y divisiones dentro de JxC para comprobar que ni siquiera un triunfo tan contundente como inesperado atenúa las pujas personales, que, incluso, se acentúan ante la sensación de que la alternancia en 2023 es un escenario cada vez menos utópico. Para el FDT, el objetivo principal consiste en evitar una derrota similar o peor, acotar la brecha y arañar uno o dos senadores para que Cristina no enfrente su “rebelión en la granja”: la Cámara alta se convirtió en su zona de confort y la nueva correlación de fuerzas que podría surgir de esta elección, de confirmarse las tendencias de las primarias, implicaría el comienzo del fin del dominio peronista allí. Sin embargo, muchas voces, como la del intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk, reconocen –incluso en público– que la suerte está echada y que lo importante es reconstruir el vínculo con el electorado. Es el planteo más crítico que se haya escuchado hasta ahora: reconoce que la derrota se debe a las pobres prestaciones de los gobiernos nacional y de la provincia de Buenos Aires. A diferencia del exabrupto de la diputada Vallejos (una típica “sin tierra” que carece de responsabilidades ejecutivas), es un líder territorial que ratificó sus credenciales en los últimos comicios el que desnuda que la agenda del oficialismo estuvo disociada de las demandas de sus votantes y que la única manera de recuperar competitividad electoral consiste en gobernar con un plan y con objetivos muy diferentes. ¿Cuáles? Las principales preocupaciones de los argentinos son la inflación, los problemas económicos en general y la inseguridad. Lo primero requiere no solo un acuerdo con el FMI, sino también un programa de estabilización integral que este equipo económico, licuada su confianza dentro y fuera del FDT, no está en condiciones de implementar. ¿Permitirán el pragmatismo y la probada plasticidad ideológica de Cristina y sus seguidores semejante giro hacia la racionalidad? Parece muy improbable para alguien que considera que el papel del Estado es gastar no importa el contexto, las fuentes de financiamiento ni sus consecuencias.
¿Qué poder de veto retendrá el kirchnerismo puro si se ratifica la derrota en noviembre? No sea cosa que la propia Cristina deba mirarse en el espejo de Alberto Fernández, que prácticamente desapareció de la escena pública luego de cuasi monopolizar la vocería de su gobierno y sobreexponerse mediáticamente desde su triunfo, en octubre de 2019. O peor, en el de Macri, que observa impotente cómo el liderazgo emergente de la coalición que él mismo creó hace apenas 6 años y lideró sin concesiones los primeros 4 no solo lo ningunea, como hizo sin anestesia Martín Tetaz, sino que se pelea por ver quién lo desafía más. “Tú también, Marcos”, podría reprocharle a Peña, su ladero desde sus primeros garabatos en política en la casona de Lafinur, hoy nuevo asesor estrella de la campaña de María Eugenia Vidal para noviembre y, según aseguran en la calle Uspallata, de Horacio Rodríguez Larreta para 2023.
Otro enigma fundamental involucra la política exterior, que el Presidente, en un gesto de rebeldía inusual y extemporánea, pretende retener bajo su menguada influencia. Santiago Cafiero debería interpretar mejor que nadie (ciertamente mejor que su predecesor) las intenciones que habrían orientado la primera mitad de este mandato. ¿Acaso continuarán bajo la tutela de Manzur? Una de las viejas prioridades era el fortalecimiento de la Celac, donde Alberto Fernández buscaría el reconocimiento y la estima que perdió en su propio terruño. Como todo “pato rengo”, no tiene demasiado que hacer dentro del país: tal vez prefiera ausentarse para evitar la humillación de no ser invitado a las reuniones políticas que Manzur organiza en la Casa Rosada. Nadie es profeta en su tierra y es conocida su afinidad por esas cumbres de expresidentes que sirven como terapia ocupacional para quienes con suerte se convirtieron en “jarrones chinos” (muchos deben dar cuentas con pesadas causas en la Justicia de sus respectivos países).
El único inconveniente es que Juan Manzur (casi un síndico que tomó las riendas luego de una quiebra) tiene una visión diferente de la política exterior. Sus vínculos con Washington son demasiado estrechos y convencionales como para perder tiempo en los devaneos de AMLO. Eso lo debería llevar a avalar el papel de la OEA, cuestionada por el presidente mexicano y sus colegas bolivarianos. ¿Puede continuar, de ser ese el caso, Carlos Raimundi como embajador argentino ante ese organismo? Si Manzur quiere avanzar en un acuerdo con el FMI, que en poco tiempo podría quedar, de forma interina, a cargo de Geoffrey Okamoto (un exfuncionario del Departamento del Tesoro durante la administración Trump, institución clave en el otorgamiento del crédito de ese organismo a la Argentina en 2018), deberá modificar las inclinaciones y la narrativa de la administración que en la práctica conduce.
Los dirigentes territoriales del peronismo avanzaron tanto en el gobierno nacional como en el de la provincia de Buenos Aires para evitar que el colapso electoral comprometiera la supervivencia de sus liderazgos y el estatus del PJ como principal partido del país. No fueron a salvar al FDT por altruismo, sino para preservar de manera egoísta los mecanismos que hasta ahora explicaron su resiliencia y adaptabilidad a los contextos más cambiantes. Un plan de estabilización bien diseñado, implementado por un equipo económico profesional, experimentado y creíble, traería cambios fundamentales en materia ideológica y conceptual. Sin embargo, las experiencias de la región y del mundo sugieren que los gobiernos que logran bajar drásticamente la inflación son muy competitivos en términos electorales, a pesar de (o gracias a) las severas medidas que están obligados a tomar, incluida la corrección en las tarifas de los servicios públicos.
¿Cuál será el grado de audacia de esta nueva generación de peronistas tradicionales? Se animaron a tomar el poder luego de una estrepitosa derrota. ¿Estarán en condiciones de tomar las decisiones críticas que demanda un país a la deriva para competir en 2023? Tanto Manzur como Insaurralde, carentes de legitimidad de origen, tienen la chance de apalancarse en logros concretos, en legitimidad de ejercicio, para apuntalar sus respectivas candidaturas. Por eso, de los fundamentos y de los protagonistas que le permitieron al peronismo volver al poder podría quedar casi nada.