Limar asperezas a los golpes
Párense de manos fue un espectáculo de boxeo celebrado a fines de 2023, con el Luna Park lleno y picos de 410 mil espectadores por streaming, que se convirtió hace unos días en telón de fondo para una inusual plataforma política, a partir del desafío del vicerrector de la UBA al vocero presidencial a un combate de puños para limar así sus asperezas personales (todo parece indicar que más del primero hacia el segundo) a raíz de diferencias con motivo de ciertas decisiones del gobierno.
El asombro y la indignación por la propuesta violenta “refinada” de un funcionario público a otro, ante una pregunta esperada y lo que parece una respuesta premeditada, eclipsa el oscuro contenido filosófico que aquella encierra, que es mucho peor de lo que aparenta.
La escena, se quiera o no, instala la pésima idea del valor de la fuerza y que “todo vale” para el más fuerte o, lo que es lo mismo, que impera un estado de anomia que la mayoría creíamos superado. Lo anterior marca la histórica dicotomía entre el derecho de la fuerza, frente a la fuerza del derecho: si ganase la velada boxística el retador... ¿tendría derecho a imponer su punto de vista? Posiblemente no, pero el exitismo y la victoria podría hacer pensar a muchos que sí. Típico de las acciones agresivas, brutales y salvajes que se imponen por vía de hechos consumados: cuando ocurren, siempre hace falta una lucha cruda en el plano legal para, después de mucho, caer en la cuenta que el violento carecía de argumentos.
El rol de la educación queda también desdibujado en la afrenta, pues flaco favor hace la autoridad universitaria al enaltecer la solución de un diferendo por fuera del intelecto, la razón y la ciencia. Máxime cuando desde larga data circulan en la opinión pública serias y fundadas sospechas de adoctrinamiento en el ámbito educativo. Es evidente que en una universidad así el conocimiento cedería su lugar (como ya ha ocurrido a veces) a la compulsión, ya que pocos darían un paso al frente para manifestar sus desacuerdos ante semejante quiebre del diálogo. ¿Qué lugar quedaría para el espíritu crítico en claustros donde el jab y el uppercut, o la “bajada de línea”, se imponen a la evidencia y la discusión académica?
En paralelo, el silencio sepulcral de las demás autoridades de la UBA y afines (léase sindicatos docentes y sectores políticos alineados con el retador), (no) llama la atención, pues la falta de rechazo a determinada situación ha funcionado siempre como una forma retorcida (y en cierto punto cobarde, por qué no) de reivindicar, por vía oblicua, aquello que es funcional a ciertas estrategias de acción de determinados actores sociales, pero inconveniente aceptar en público por el indudable repudio que podrían generar.
El papel de los posicionamientos partidarios, políticos e ideológicos cuando se es funcionario público, también toma un cariz especial, porque es evidente que, antes que ellos, son los escrúpulos los deben guiar su actividad, mucho más todavía en ámbitos encaminados a la formación de la ciudadanía que luego, se supone, sostendrá el Estado de Derecho, la instituciones de la República y la Democracia.
Aunque mitigado por el uso de ciertas reglas (las boxísticas) el hecho representa una nueva variante moderna del uso de la violencia para fines políticos, a pesar que la historia ha demostrado una y mil veces el efecto devastador del empleo de medios compulsivos a la hora de actuar en sociedad. Ese es el gran peligro que subyace al espectáculo en ciernes, en caso de ser protagonizado por funcionarios y bajo la impronta que delineó Emiliano Yacobitti.
Bajo ese prisma, predicar con el ejemplo violento es un mensaje que hiere sin dudas las bases fundamentales de la sociedad, y a eso corresponde decir: “paren la mano”.