Lijo, abogado de Milei, no vaya a ser cosa que…
Milei dijo, en la frase fundacional de su mandato, que “no hay plata”. Cuánta verdad: cada día eso es más cierto. Durante el primer trimestre, la pobreza infantil en el conurbano trepó al 77%. Glup. Pero ese fenómeno es contemporáneo con otro: la Argentina se ha vuelto el país más generoso del mundo. Un exótico panelista de TV llegó a presidente, una repostera y tarotista es la persona más poderosa del Gobierno, y el juez más denunciado por corrupción está cerca de ser ministro de la Corte Suprema. Glup, glup, glup.
Ninguno de los tres soñaba con semejante cosa; no en vidas anteriores, sino hasta hace unos meses. Esta semana la noticia fue Ariel Lijo: pasó de defenderse para no ir preso a defender su nominación al máximo tribunal del país. “¡Será justicia!”, dice por los pasillos del Senado, muerto de risa. También podría aducir, con toda razonabilidad, que por qué reparan en él si Alberto Fernández fue presidente de la Nación. Le dejo la respuesta al profesor: “La gente que me votó no sabía que yo tomaba, facturaba y pegaba. En cambio, a vos te conocemos muy bien, Arielito querido”. No pienso meterme en esa pelea: temo salir con un ojo morado y los bolsillos vacíos.
La generosidad de nuestro suelo hace generosos a sus hijos. Cristina bendijo a Alberto, Alberto delegó el mando en Massita, Massita hizo posible a Milei y Milei nominó a Lijo, acaso con la intención de que un día proteja en la Corte a Cristina, Alberto, Massita y, si hiciera falta, también a él. Pragmático como es, Javi suele bromear con eso: “Ya lo dijo el Viejo Viscacha: más importante que tener un buen boga es que el juez te deba un favor”. Pero ¿acaso el Presi puede terminar adentro de un expediente? Obvio que no, jamás de los jamases. Lorenzetti, puro y casto miembro de la Corte, lo convenció de lo contrario. Le hizo ver que hay mucha gente mala capaz de inventarle causas. “¿A mí? ¿Quién me haría eso?”. “A ver… –lo despertó Lorenzetti–. Alguno de mis amigos”.
“O de los tuyos”, agregó enseguida. Porque nunca se sabe. Tampoco se sabe si por una firma apurada, un asuntillo vidrioso o un colaborador desprolijo caés en las garras de desalmados tipo Hugo Alconada Mon o Diego Cabot. Tengo para mí que Javi pensó en esos escenarios cuando propuso a Lijo. Cómo no valorar a un juez de criterio amplio y conocimiento de la naturaleza humana. ¿Entra en consideración que, además, le salga la plata por las orejas? Por supuesto. Tiene las necesidades básicas satisfechas.
En una Argentina dadivosa, la nota discordante acaban de darla los diputados: le amarretearon a Santi Caputo 100.000 millones de pesos. Con ese aumento presupuestario, Santi, un samaritano, se propone ir al rescate de uno de los sectores más golpeados por la crisis: los fondos reservados de la SIDE. De paso le da sustento a la flamante Agencia de Ciberseguridad, instrumento imprescindible en un mundo donde el delito heavy se esconde en las pantallas. El problema es el instrumentador: Santi no estaría resultando del todo fiable. Los diputados sospechan que la plata iría a parar, entre otros destinos subterráneos, a las huestes libertarias de “John” y sus amigos, militantes de la nueva insurgencia: terrorismo tuitero. Muchos afirman que quien está detrás de esa cuenta de John, comandante del troll center, es en realidad Caputo. Y muchos otros, que Caputo es John. Quiero decir: mirá si los 100.000 palos para combatir el ciberdelito terminan en manos de ciberterroristas. En ese caso, habrá que reaccionar rápido e ir a fondo. Que los investigue Lijo.
El Congreso tampoco le abrió la mano a Santi en la Comisión Bicameral de Control de los Organismos de Seguridad e Inteligencia, para la que él postulaba como presidente a un cibersenador amigo. Lástima: le corrieron la silla. Martín Lousteau se hizo de ese cargo gracias a su segunda alianza con el kirchnerismo. En la primera, crujió el país. Debajo de él figuran Moreau y Parrilli. ¿Qué va a controlar este colorido grupete? Que los espías no los espíen; que a Martín no le saquen fotos en el auto. La cosa puede resultar divertida; especialmente, cuando Parrilli salga de una reunión de la comisión, corra a contarle a Cristina y al llegar no se acuerde. Lindo triunvirato para supervisar la seguridad y la inteligencia. Otra vez: qué país que da y da sin pedir nada a cambio. Lousteau, él sí un soñador, ya se mandó a hacer las tarjetas, y como el nombre de la comisión es larguísimo, solo quedó: “Martín Lousteau, Presidente”.
Es probable que Caputito –así lo llaman cariñosamente para distinguirlo de su tío Luis, el ministro– supiera que iba a perder estas dos batallas cruciales y tomó distancia: se fue a refugiar al sur. ¿O Javi le pidió que descanse unos días? Las salvajadas que tuitea John, ahora desde Cumelén, hablan de una cabeza perturbada, al borde del estallido. Y todo esto mientras arrecian las peleas entre libertarios, en la Casa Rosada, en el Congreso, en los ministerios… Gente de pocas pulgas, evidentemente. Raro, con la paz que irradia el Presi.
Suelo generoso engendra hijos generosos: Fabiola perdió su teléfono.ß