Libros. La aventura de escribir en un idioma ajeno
A lo lejos, novela finalista del Premio Pulitzer, lleva la firma de Hernán Díaz, un argentino que reside desde hace años en Nueva York y se suma al puñado de autores latinoamericanos que se decidieron a contar sus ficciones en inglés
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El lenguaje literario contiene siempre –o para decirlo con menos ingenuidad u optimismo: debería hacerlo– una búsqueda de iluminación. Se trata de un hallazgo, que en la suma de sus componentes produce algo nuevo; un descubrimiento de sí mismo, a través de la mirada singular de cada escritor: su modo de traducir el mundo, de interpretarlo, donde el qué y el cómo componen un núcleo indivisible. ¿Pero qué ocurre cuando ese descubrimiento se da en una lengua adoptada, un idioma que no es el materno y tuvo que ser conquistado?
Sobran desde luego en la literatura universal ejemplos de autores que por razones de toda clase debieron o se impusieron cambiar de lengua. El de Joseph Conrad (1857-1924) tal vez sea uno de los casos más célebres: el hombre que, en esa transición –del polaco al inglés–, confirmó la elección de un nuevo oficio y un nuevo modelo de vida. Entre los más citados también están los casos del filósofo rumano Emil Cioran (1911-1995), que mudó al francés su insobornable pesimismo existencial. O el de Vladimir Nabokov (1899-1977), que se consagró en inglés con Lolita no sin haber autotraducido antes buena parte de su profusa y previa obra en ruso. Más recientemente, la angloindia Jhumpa Lahiri (1967) optó por cambiar de lengua a contracorriente –abandonó el inglés por el italiano– acaso para ser fiel a su nueva cotidianeidad en el país europeo, donde vive.
Para un escritor latinoamericano, esa suerte de metamorfosis no implicaría solo una apropiación sino además un reposicionamiento; es –o al menos conlleva la ilusión de ser– la posibilidad mucho más tangible de acceder a un espacio en un mercado con otras proyecciones, pero asimismo otra influencia. Las más de las veces es, sin embargo, consecuencia de una migración que ni siquiera se ha elegido, sino heredado.
El recorrido del argentino Hernán Díaz (1973), autor de la recientemente traducida A lo lejos, resulta, por cierto, particular. Aunque nació en Buenos Aires, su familia se mudó a Suecia cuando tenía dos años, por lo que al margen del castellano que fluía en su casa el sueco fue –como él mismo precisa– “su primera lengua social”. A los diez años retornó a la Argentina pero, sintiéndose en cierta medida extranjero, una década más tarde decidió irse primero a Londres y luego a Nueva York, donde vive desde hace veinte años. Podría decirse que con naturalidad escandinava adoptó definitivamente el inglés en el que escribió A lo lejos, una novela fascinante no solo por cómo se involucra con ciertos temas conocidos y por su inolvidable protagonista –la traducción de Jon Bilbao es tan dúctil que hace olvidar el salto de una a otra lengua–, sino porque en su morosidad, en el modo en que imperan el silencio y la introspección, en la omnipresencia de la naturaleza anida una fervorosa fe en las armas específicas de la literatura.
A propósito de las “armas”, la crítica ha mencionado con insistencia la familiaridad que tiene la novela de Díaz con el western, cuyas resonancias provienen para nosotros del cine o la televisión mucho antes que de la literatura. No hay duda de que comparte con ese género un imaginario y que trabaja con algunos de sus elementos (como la conquista de tierras indómitas); de todos modos, conviene pensar –muy parcialmente– en las formas más pacientes o riesgosas del género, aquellas en que la acción irrumpe solo en pequeñas dosis como Más corazón que odio (The Searchers), el clásico de John Ford. Más pertinente parece relacionar la aventura solitaria y extrema de Håkan Söderström –un adolescente sueco que viaja a Estados Unidos en busca de fortuna, pierde a su hermano en el camino y pasa la mayor parte de su vida en medio de la nada, sin hablar ni entablar relación con nadie– con las aventuras obsesivas escritas por Herman Melville o Nathaniel Hawthorne. O definitivamente en sintonía con los personajes aislados y ascéticos de Jack London, con aquellas características peculiares o limitaciones que les imponen un sentido y casi siempre un destino, y que en todos los casos entablan una relación profunda –con frecuencia fatal– con el espacio.
Otros escritores latinoamericanos contemporáneos que escriben en inglés han elegido, a diferencia de Díaz, narrar conflictos actuales, que en mayor o menor medida reflejan la propia experiencia desde una perspectiva más cercana. Es el caso del peruano Daniel Alarcón (Lima, 1977), que pese a emigrar a Estados Unidos a una edad muy temprana ha dedicado buena parte de sus ficciones a los temas y los conflictos de su país de origen, como en los notables volúmenes de cuentos El rey siempre está por encima del pueblo y Guerra a la luz de las velas (este último, sobre los años de Sendero Luminoso).
La mexicana Valeria Luiselli (1983), por su parte, escribió recientemente en inglés y luego tradujo al castellano su novela, Desierto sonoro. El eje protagónico, los niños que migran por la frontera entre México y Estados Unidos, despertó la atención en el ambiente literario estadounidense y llevó a que la autora escribiera asimismo un ensayo sobre el tema.
El dominicano Junot Díaz (Santo Domingo, 1968), autor de la extraordinaria La maravillosa vida breve de Óscar Wao –con la que ganó el Pulitzer, premio del que Hernán Díaz también fue finalista con A lo lejos–, no solo se ha involucrado en su obra narrativa con los conflictos que atraviesan los inmigrantes latinos en Estados Unidos sino que ha intentado darles entidad desde el particular cruce de registros –mezcla de inglés y español– que puebla sus libros. Y es el lenguaje también un aspecto medular de la novela de Hernán Díaz, dado que su personaje es alguien que se ve privado de él casi toda su vida, y ese aislamiento –del que a veces no es del todo consciente– moldea su carácter y su existencia.
Desembarcar en otro idioma es un acto de una relevancia difícil de calcular. Quizá se podría pensar si de verdad hay algo que se pierde en el camino, o que se gana, o si simplemente es cierto que toda experiencia se torna, al fin y al cabo, intraducible. Mientras tanto, A lo lejos permite disfrutar del enigma sin la necesidad de resolverlo.
A lo lejos
Por Hernán Díaz
Impedimenta. Trad.: Jon Bilbao
340 páginas. $1450