Libertarios y macristas: un matrimonio por conveniencia que podría terminar mal
“No nos une el amor, sino el espanto”, decía Jorge Luis Borges en su poema “Buenos Aires”. La frase célebre podría servir para definir el ya previsible acuerdo entre La Libertad Avanza y el sector mayoritario del Pro, liderado por el expresidente Mauricio Macri. El espanto es el posible retorno del kirchnerismo al poder y en eso saben que hoy cuentan con el apoyo mayoritario de una sociedad cansada de ese modelo populista y prebendario que fracasó. Pero es sabido que en una parte del Pro no gustan las formas del Gobierno, sus ataques virulentos al Congreso con agravios injustificados y generalizados.
Del mismo modo que lo hacía Cristina Kirchner contra el Poder Judicial, el presidente Javier Milei se quiere aferrar a su dogma “anticasta” que le sirvió para llegar al poder, a pesar de que comparte gran parte de éste con ella, disparando verbosidad al bulto. Hoy circula la idea en su entorno de inaugurar el período legislativo hablando en la calle, de espaldas al Congreso, como hizo el día de su asunción. Si ocurre, estaríamos frente a un hecho de desprecio institucional sin precedentes en la democracia moderna que podría marcar un punto sin retorno en la convivencia política.
Así como Milei hace la vista gorda para revisar su gabinete, minado de casta política, en el Pro eligen mirar para otro lado su comportamiento ecléctico: “son los modos del Presidente que nosotros no compartimos, pero estamos de acuerdo en la propuesta de cambio que eligió la sociedad”, repiten los dirigentes amarillos sin admitir que es muy notorio que jamás hubiesen dejado pasar gratuitamente a Cristina Kirchner o al mismo Alberto Fernández el hecho de tratar de “delincuentes” y “traidores” a gobernadores y legisladores con la misma legitimidad de origen que tiene el Presidente, ni tampoco permitieron el trato autoritario contra el periodismo crítico a quienes los libertarios, sin pruebas y sin personalizar, trata de “ensobrados”. Así, al igual que el kirchnerismo, lo que busca el presidente Milei es abusar de su credibilidad para poner a la sociedad en contra de quienes se atreven a criticar o señalar sus errores y permanentes contradicciones, sean políticos, periodistas o referentes sociales.
La selectividad se lee claramente en la disyuntiva amigo-enemigo, no hay lugar para analizar la opinión contraria en la conversación pública que ofrece el oficialismo. La intención es imponer y apagar el debate, no se trata de debatir logros que redunden en beneficios colectivos sino de contraponer ideas buenas o malas en manos de personas “de bien o de mal”. Nunca, durante la presidencia de Mauricio Macri y en el ciclo de Cambiemos, se promovieron esas divisiones conceptuales.
Hoy el gobierno celebra conseguir un superávit financiero del 0,2%, muestra orgulloso un número azul al lado del histórico rojo. El mismo se consiguió ajustando la economía por inflación, que en enero volvió a superar el 20%, y porque se suspendieron las transferencias a las provincias, entre ellas los fondos educativos, que ponen en riesgo el inicio del ciclo lectivo. Se anuló la obra pública y se ajustó salvajemente sobre el sector previsional, el transporte y las universidades. En los balances familiares, el rojo está más fuerte que nunca, mientras que aquella “casta” que iba a pagar el ajuste sigue gozando de buena salud. Esto debería ser un llamado de atención para los libertarios y para sus posibles futuros socios del Pro. La gente está comenzando a notar que o los confundieron con la casta o les mintieron, porque por ahora el ajuste lo están pagando los sectores medios y bajos.
La que se sintió desafiada fue Cristina Kirchner, que esta semana publicó un duro e insostenible documento de 33 carillas contra el gobierno de Javier Milei, a quien acusó de showman. Y fue aún más dura con su ministro de Economía. También dijo que era un gobierno que sumaba “fracasados”, un tiro por elevación que, sin nombrarlo, también estuvo dirigido a su excandidato y amigo Daniel Scioli. La “jefa” pensaba hasta hace poco, cuando la CGT convocó al paro general, que era prematuro salir con los tapones de punta, que había que esperar a que la gente notara la delgadez de su bolsillo y los reclamos comenzaran de abajo hacia arriba y no de la mano de los dirigentes. Pero la posibilidad de que el Gobierno formalice una alianza con el Pro, y la incomodidad que sienten sus exsocios de Juntos (UCR y Coalición Cívica), que quieren ayudar pero no coinciden en muchas cosas con el Presidente -que además los detesta- le dejó la puerta abierta para evitar la invisibilidad e intentar mostrarse como líder de la oposición, pero sobre todo del peronismo, que no sabe si juntar fuerzas o negociar fondos para cada una de las provincias que gobierna, atomizando a toda la fuerza política de un partido que cuando pierde el poder entra en pánico rápidamente.
En La Libertad Avanza creen que un acuerdo con el Pro les puede garantizar un caudal superior al 50% en las elecciones del año que viene y nutrir así al Congreso de representantes fieles, en el Pro no todos aceptan reducir el acuerdo a una alianza parlamentaria, sobre todo luego de la experiencia vivida en el tratamiento de la ley ómnibus: “Salvo dos o tres, el resto de los diputados de Milei se la pasaban sacando selfies y subiéndolas a redes en lugar de trabajar para que el proyecto se apruebe”, decían enojados legisladores del Pro.
Aún falta amor en esa relación, más coincidencias. Unirse solo para evitar el regreso del enemigo en común puede ser un buen fin, pero para gobernar este momento tan complicado resulta al menos insuficiente. Y, como suele pasar en la vida, puede afectar el futuro de un trato basado en acuerdos, pero fundamentalmente en esa conveniencia.