Leyes raciales, memoria de un pasado ominoso
Por Néstor Tirri Para LA NACION
ROMA
Fuera de Alemania y aun antes de que estallara la guerra, la persecución de judíos en tiempos de Hitler se desarrolló en varios países europeos como muestra de adhesión incondicional a los dictados de la jerarquía central del nazismo.
La que se emprendió en Italia en 1938 fue, por diversas razones, especialmente flagrante, y mueve críticamente las conciencias de los dirigentes actuales, aun los de la extrema derecha. Es un espejo interesante para confrontar con políticos y pensadores argentinos que en estos días, a través de argumentos jurídicos, enfrentan el proyecto esclarecedor de un sector mayoritario del oficialismo y se resisten a revisar la represión y los crímenes de un pasado reciente.
La grave estigmatización de los judíos italianos es un hecho que registraron empecinadamente no sólo la crónica periodística y los historiadores: también la literatura y el cine se erigieron en espacio de testimonio vivo y particular. Un libro presentado hace unos días en esta ciudad, a propósito de un film de Ettore Scola, actualiza el tema: Una giornata particolare. Incontrarsi e dirsi addio nella Roma del 38 (Ediciones Lindau, con el patrocinio de la Comuna de Roma).
La publicación coincide con el aniversario de aquellos acontecimientos funestos: precisamente hoy se cumplen 65 años de la promulgación de las tristemente denominadas leyes raciales. Con ellas, Benito Mussolini -refrendado por el rey de Italia- emprendió una inesperada persecución que culminó con la deportación de ciudadanos de origen hebreo a los campos de confinamiento.
El Duce y su amante
Fue inesperada, en efecto, porque en el sustrato cultural italiano no anidaba un espíritu antisemita. Más aún, el propio Mussolini había albergado en sus equipos a colaboradores de origen judío. Años antes, sectores burgueses de la colectividad judía del Norte se habían entusiasmado con el megalómano sueño expansionista del Duce, como se advierte en uno de los relatos de Storie ferrarese , del judío boloñés -ferrarense por adopción- Giorgio Bassani (1916-2000): la trasnochada ilusión de una Italia imperial, en la campaña fascista de 1935, había seducido, exceptuada la izquierda, a sectores muy diversos de la sociedad.
Y, ya en el terreno de la intimidad, había algo más: se sabía que, hasta ese fatídico 1938 y antes de la inesperada sanción de las leyes, la amante oficial del Duce era la escritora e intelectual judía Margherita Sarfatti.
La disposición generada en el seno del fascismo por estricta adhesión a Hitler fue firmada por el rey Vittorio Emanuele III, error histórico que deparó una mancha que hasta hoy ensombrece a los sobrevivientes de esa dinastía: cuando en mayo de este año los Saboya fueron autorizados a abandonar el exilio e ingresar en territorio italiano, el Vittorio Emanuele actual (nieto del rey de los años treinta) intentó entrevistarse con Amos Luzzatto, presidente de la Comunidad Hebraica Italiana, para expresarle su "desacuerdo histórico" con el decreto firmado por su abuelo. Pero todo acabó en un confuso episodio de malentendidos y la formalización del tardío arrepentimiento se frustró.
Lo cierto es que en julio de 1938 los diarios de la península publicaron un documento tristemente célebre: Il manifesto della razza , en el que se declaraba: "Los judíos no pertenecen a la raza italiana". El 2 de septiembre emana la definición jurídica, "perteneciente a la raza hebraica", con medidas de segregación que comienzan por la exclusión de chicos judíos de las escuelas estatales.
Desde diciembre, nuevas leyes separan a los judíos de los empleos públicos y los limitan en derechos de propiedad y del matrimonio. En febrero de 1940, finalmente, Mussolini comunica a la comunidad hebraica que "todos los judíos deberán abandonar la península italiana dentro de pocos años", un paso que va acompañado por confinamientos en los campos alemanes y polacos.
La deportación y el cautiverio (casi 8600 personas integraron sucesivos contingentes) han dado lugar a una importante producción de piezas literarias, como las de Carlo y Primo Levi (algunas llevadas al cine, como Cristo se detuvo en Eboli y La tregua ), así como del mismo Bassani, cuyo relato El jardín de los Finzi Contini filmó Vittorio De Sica en 1970.
La cuestión de las limitaciones comerciales y de propiedad ocupan un lugar significativo en la primera parte de la exitosa (y polémica) La vita é bella , de Roberto Benigni, cuyo protagonista, propietario de una librería, trata de explicarle a su pequeño hijo Giosué, con eufemismos, por qué en algunos negocios está vedado el acceso a perros y a judíos; registros fotográficos de la época documentan que muchos comercios ostentaron orgullosamente el anuncio que decía: "Este negocio es ario".
Otro film reciente, llamado Competencia desleal ( Concorrenza sleale , 2001), de Ettore Scola, reasume el tema de la incidencia de las leyes segregacionistas en la cotidianeidad civil.
El libro que acaba de aparecer en Roma -en coincidencia con la restauración del film de Scola Un día muy particular , en una edición al cuidado de Tullio Kezich y Alessandra Levantesi- analiza a través de varios ensayos las circunstancias de ese año "muy particular" en el que transcurre el relato del film: el encuentro fortuito de un ama de casa, Antonietta, y un homosexual, Gabriele (Sophia Loren y Marcello Mastroianni), que viven en el mismo edificio, en el marco de un día histórico, aquel 6 de mayo de 1938, jornada en la que se consumó el pacto del fascismo italiano con el nazismo alemán con la visita de Hitler a Roma.
Uno de los ensayos del libro -el de Enzo Bettiza- advierte que el encuentro de los dos jerarcas señaló "un punto de partida para efectos que se sentían como inminentes y, por cierto, irreversibles".
El efecto inmediato de esa súbita nazificación de Italia sería el estímulo del racismo, con la sanción de leyes discriminatorias y una política que se pondría en marcha cuatro meses después, y que habría de dejar una marca indeleble en la historia del país.
Hoy hasta los mismos políticos de la neofascista Aleanza Nazionale, que integra la derechista coalición gobernante (comenzando por el viceprimer ministro Gianfranco Fini), revisan y condenan esa historia ominosa. En la Argentina, en cambio, hay políticos y también intelectuales empeñados en argumentar que si no se sepulta en el olvido un tramo tumultuoso y sangriento de nuestro pasado es difícil construir el presente. Sin embargo, no se entiende hasta dónde es posible construir sobre cimientos atestados de injusticias, de torturas y de muertos, hechos insuficientemente juzgados y que el insobornable ejercicio de la memoria se resiste a enterrar.