Libro álbum: leer palabras, leer imágenes
Hijo de la cultura visual, el libro álbum propone una experiencia lúdica y sensorial de lectura que desafía los parámetros tradicionales de la literatura infantil
Cuando nuestras abuelas leían cuentos a nuestras madres y nuestros padres, seguramente lo hacían de libros ilustrados. Hechas con plumín y en tinta china -como las de John Tenniel para la primera edición de Alicia en el país de las maravillas, en 1866- o a todo color y en diseños actuales, las ilustraciones de los libros infantiles siguen al pie de la letra lo que la historia narra en palabras. Y el niño que aún no sabe leer sigue en imágenes lo que el texto cuenta.
Pero el libro álbum es otra cosa. En este formato la imagen dice mucho: a veces dice incluso más que las palabras, o las discute, las parodia o las ridiculiza. Hasta las puede dejar de lado: libros a pura ilustración, para leer sin texto. Con la ilustración y el diseño puestos en lugares decisivos, el libro álbum diversifica sus estrategias narrativas y encuentra cada día nuevos lectores.
Si se tienen en cuenta los datos de venta, el crecimiento del libro álbum es innegable. En nuestro país, el rubro de la literatura infantil y juvenil, al que pertenece, fue el único segmento del sector editorial que tuvo un crecimiento sostenido en los últimos cinco años: desde 2011 acumula un incremento del 15 por ciento, y en el último año -un año "estancado" según la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP)-, la venta de títulos para chicos y jóvenes creció un 5,5 por ciento. Además, el segmento de mayor crecimiento fue el de aquellos libros que se dirigen a niños de 5 a 10 años, rango de edad al que las editoriales orientan el libro álbum.
Síntoma de este crecimiento es también la feliz aparición de editoriales que se dedican al género. Así lo señala Silvia Aristimuño, bibliotecaria y responsable de Libros del Vendaval, una librería dedicada al libro álbum, inaugurada en 2010: "Hace unos años comenzaron a aparecer editoriales locales que publican este tipo de libros. Y hay muchas ahora: Calibroscopio, Limonero, Ediciones del Eclipse, Una Luna, Pípala (de Adriana Hidalgo), Pequeño Editor, La Brujita de Papel y Del Naranjo tienen títulos muy interesantes y de calidad", señala la experta. En esta última década, el libro álbum dejó de ser un lujo importado (de México, de España usualmente) para convertirse en un producto nacional de carácter y creatividad genuinos. "Vivimos en una cultura visual y el libro álbum es hijo de eso", reflexiona la bibliotecaria, que comenzó con ventas por Internet y hace poco inauguró salón de exposición en el living de su casa.
¿Género o formato?
De tapa dura o blanda, de grandes tamaños o en dimensiones muy pequeñas, a todo color o en blanco y negro, con mucho, poco o nada de texto, el libro álbum despliega un contrapunto indisoluble de imágenes y palabras.
"Las imágenes tienen una gran voluntad narrativa y pueden por sí solas contar eficazmente una historia. Un libro álbum cuenta con una preeminencia del lenguaje visual, pero la comunicación se da en su alternancia con el lenguaje escrito. Esto genera un metalenguaje muy propio de esta época, porque nuestra formación cultural nos encuentra haciendo ese ?salto' intermitente entre la imagen y el texto para llegar a destino: basta prender una computadora para atravesar íconos y palabras sin distinguir demasiado unas de otras. Lo mismo ocurre en una ciudad y, por supuesto, en un libro álbum", dice Daniela Kantor, integrante de la cátedra Daniel Roldán de la materia Ilustración (Facultad de Diseño Gráfico, UBA). En esta materia, los alumnos analizan y trabajan diversos aspectos de la gráfica que se ponen en juego en la producción del libro álbum: maqueta, ritmo y recursos narrativos de la imagen, tipografías, estilos, paleta de colores, entre otros.
"Un libro álbum apela al tacto, a la percepción de colores, de formas, a las evocaciones y sonidos de las palabras, que promueven un complejo discurso que resuena y construye modos de leer. Un libro álbum permite lecturas diversas y genera un lector que queda desbordado frente a una propuesta estética diferente. El tiempo de lectura y el tiempo del lector parecen detenerse ante un libro álbum y leer se convierte en retornar sobre él una y otra vez para disfrutar de la aparente sencillez del discurso verbal y de la profusión de las imágenes", definen Mariel Rabasa y María Marcela Ramírez, autoras de Desbordes. Las voces del libro álbum I y II, (Ediuns), dos tomos que recopilan investigaciones académicas sobre este género.
Como la poesía, como la pintura, el libro álbum despliega (y requiere) un tiempo de observación y lectura que detiene el agitado ritmo de lo cotidiano. Y en la tensión que establecen entre ilustraciones, diseño y palabras puede contar muchas cosas: historias de amor, de dolor, de pérdida; historias policiales, poesías, parodias de cuentos tradicionales y un sinfín de etcéteras. "Yo lo llamo macrogénero, porque involucra, cruza y recibe a varios géneros. Además, el libro álbum no viene de la literatura para adultos, sino que va hacia la literatura para adultos. Porque el mercado editorial los propone generalmente para chicos pero, aun aquellos adultos que sostienen que los libros con ilustraciones son para chicos, se ven atraídos e interpelados por estos libros: frente a ellos se sienten otra vez con ganas de ser niños. En realidad, los libros álbum vinieron a sacudir la idea de que hay una edad para leer determinados libros", afirma Cecilia Bajour, magíster en Literatura Infantil.
Zona de juegos
Además del cruce, simbiosis o metalenguaje que las palabras e imágenes componen, el libro álbum ancla su dinámica narrativa en el juegos. "Como las nanas o los limericks, en el libro álbum hay mucho juego: las imágenes y los textos juegan a las escondidas -al dilatar la resolución de una intriga, por ejemplo- o a las adivinanzas, cuando postergan una respuesta o dan pistas con las imágenes de lo que las palabras no dicen. Otras veces, las imágenes amplían la información que está en el texto, o la contradicen, y en este caso se establece una relación irónica entre ambas. También la imagen puede parodiar historias clásicas, exagerar o recortar una parte de lo que dicen las palabras o reírse desde la ilustración de lo que el texto cuenta", señala Bajour, que en su libro La orfebrería del silencio. La construcción de lo no dicho en los libros-álbum (Comunicarte) analiza recursos retóricos puestos al servicio de esta nueva narrativa.
Juegos de imágenes y palabras abundan en autores como el inglés Anthony Browne (que tiene más de veinte títulos), Lane Smith (autor de ¡Es un libro!), el mexicano Juan Gedovius (dibujante y autor de Trucas), Maurice Sendak, (Donde viven los monstruos), Istvan Banyai (autor de Zoom), Gilles Bachelet (Mi gatito es el más bestia) y muchos otros.
Autores que también se la juegan: "Cuando pienso un libro me obsesiono con este poder generador de múltiples lecturas cruzadas, por eso me gusta pensarlo como objeto, me gusta que el lector se vea desafiado a poner el cuerpo para descifrarlo, tenga que moverse, comprometerse con ese otro cuerpo que es el libro, moverlo, darlo vuelta, descubrirlo, desconcertarse", dice Istvansch, autor e ilustrador local con más de veinte libros álbum publicados.
"Mis libros tienen algo irónico, algo un poco salvaje," reflexiona Isol, cuya obra mereció el Premio Astrid Lindgen (casi el Nobel en Literatura Infantil) en 2013. A tal punto llegan su desparpajo e ironía que no duda en ilustrar sin matices la furia de una madre (El globo), la extrañeza que genera en un niña su propia familia (Secretos de familia) ni la pérdida de cabezas en un reino muy especial (La bella Griselda), todos publicados por Fondo de Cultura Económica, entre otras osadas aventuras.
"En general, los libros álbum son libros abiertos, con muchas interacciones, que revelan un lector polisémico y con mayor juego intertextual. El libro álbum integra al lector desde diversas perspectivas, con textos e imágenes que invitan permanentemente a volver sobre ellos, pero no siempre desde el mismo lugar ni con las mismas estrategias lectoras. En este sentido, además, están generando un lector doble: niño y adulto", dice la especialista Mariel Rabasa.
Pero el juego, el color, la experimentación física y lectora requieren de un ritmo, una dosificación de la información, zonas de silencio insoslayables para que el lector pueda construir su lectura. "En los libros álbum interesantes hay siempre un espacio de lo no dicho. Los buenos libros álbum son aquellos que de manera muy sutil despliegan el arte de crear este silencio. Y a partir de este silencio, el libro álbum atenta contra lo explicativo, algo que con bastante frecuencia se presenta en los libros infantiles", señala Bajour, que a la vez cita algunas "manías" propias del libro dirigido a chicos y jóvenes: "Sobredecir, explicar, repetir ideas, poner un narrador que guíe el relato y otros procedimientos retóricos suelen indicar el significado de hechos o personajes. En esos casos no hay lectura, sino un sentido impuesto que presentan los adultos. En esta actitud proteccionista, en realidad, los adultos están colonizando sentidos, no dejan leer", dice Bajour.
A contramano de esta tendencia, el libro álbum invita a leer de manera autónoma, incluso a aquellos lectores que no decodifican la palabra escrita: "Cuando las imágenes crean lazos de complicidad con el lector más allá de las palabras que lee el adulto, le otorgan un poder al chico, el poder de leer", dice la especialista. Entonces el lector puede armar su propio recorrido: lee y es libre.
En compañía
El libro álbum -en su gran despliegue visual y lúdico- invita a la lectura compartida. No sólo padres y chicos -generalmente antes de dormir- se encuentran para la ceremonia de leer, sino que también muchas escuelas multiplican sus grupos de lectores, que comparten miradas, lecturas, interpretaciones. En Sobre- líneas. El libro álbum en la escuela (Ediciones Del Dragón), María Cristina Thomson narra su experiencia como formadora de clubes de lectura en escuelas primarias. "Quise observar cómo responderían a este tipo de libro lectores alfabetizados de quinto grado. Comencé llevando imágenes, reproducciones de cuadros de Magritte, de Archimboldo, y luego agregué una selección de libros álbum. Más que proponer un entrenamiento especial para decodificar estos libros, me propuse ofrecerles un menú rico y variado de lecturas, y la posibilidad de poder comentar con pares y docentes sobre ellos", dice Thomson.
En una escuela de Balvanera y otra de Núñez surgieron lectores, activos y motivados, que generaron intensos debates. "La experiencia socializadora de lectura permite un intercambio valioso que favorece tanto la escucha como la comunicación. Los lectores afinan sus conceptos, debaten, escuchan. Cuando se hace una lectura solitaria, el libro álbum desafía y amplía la posibilidad de lectura. Pero cuando la lectura se hace grupal, se suma un intercambio más fuerte, la conversación se torna una estrategia de comunicación y aprendizaje. Es muy enriquecedor ir buscando y dando voz a las diferentes miradas", resume Thomson una experiencia en la que surgieron aguerridas discusiones y originalísimas lecturas. ¿Quién da más?
Mientras padres y maestros se quejan de la profusión de pantallas, el libro álbum -silenciosamente- se abre paso. ¿Cuál es su futuro? En la cátedra de Ilustración de Diseño Gráfico dicen: "Es una feliz paradoja que en medio de la avalancha digital haya una dimensión sensorial en el material impreso que es irreemplazable. Contar historias a los niños es una actividad tan arcaica que tiene una fuerza propia que le garantiza supervivencia por un largo tiempo".
Objeto estético, lectura lúdica que permite recorridos de ida y de vuelta (y nuevas vueltas de lectura): los libros álbum desafían al lector a probar otras formas de leer. Sin fronteras de edad, invitan a disfrutar de la lectura desbordada.
Algunos imprescindibles
Emigrantes, de Shaun Tan (Arcos de la frontera, España)
El globo, de Isol (Fondo de Cultura Económica).
Voces en el parque y En el bosque de Anthony Browne (Fondo de Cultura Económica).
Zoom, de Istvan Banyai (Fondo de Cultura Económica).
Mi abuelo, de Catarina Sobral (Limonero).
Mi pequeño, de Germano Zullo y Albertine (Limonero)
Candombe, de Bianki (Pequeño editor)
Los misterios del Señor Burdick, de Chris Van Allsburg (Fondo de Cultura Económica)
La verdadera historia de los tres cerditos, de Jon Scieszka (Thule Ediciones)
Cocorocó, de Didi Gru y Christian Monenegro (Pequeño editor).
Hay días, de María Wernicke (Calibroscopio)
Puatucha Rentes, la leyenda olvidada, de Istvansch (Calibroscopio)
Detrás de él estaba su nariz, de Istvansch (Libros del Eclipse)
Donde viven los monstruos, Maurice Sendak (Alfaguara)
Prohibido ordenar de Mario Mendez y Mariano Díaz Prieto (Pequeño editor)
Día de pesca, Laurent Moreau (Adriana Hidalgo - Pípala).
Dónde conseguirlos. Librerías con libreros que saben
Libros del Vendaval (Gral. Enrique Martínez 836)
Donde viven los libros (Puertas adentro mediante cita por mail)
Librería Iupi (Formosa 561, 2084-3399
Los libros del oso (Alberdi 901,Olivos)
El libro de arena (Aráoz 594)
El cubo (libros y amor) (Belgrano 38, Chascomús)