Lecturas de la semana: Suicidio, de Édouard Levé, y Diálogos medievales
Viaje a los misterios del corazón humano y al maravillosomundo de la Edad Media
A veces resulta imposible no asociar la obra con la vida: después de haber entregado el original de Suicidio (Eterna Cadencia) a su editor francés, Édouard Levé (París, 1965-2007) se quitó la vida. Es imposible, también, evitar en este caso la sensación de que, a partir de un momento impreciso (la frontera discursiva es difusa), la narración sostenida en segunda persona se desplaza de la evocación del joven amigo muerto (el tema aparente de la novela) al íntimo autorretrato del autor.
La obra se articula como un soliloquio ininterrumpido en el que Levé, con prosa sobria y precisa, traza un penetrante perfil psicológico de su personaje, de sus misteriosas motivaciones cuyo enigma todos tratarán de descifrar a posteriori, queriendo ver señales aun donde acaso no haya habido más que azar acumulado sin sentido.
El narrador no condesciende al lamento ni al dramatismo. Tampoco muestra compasión por las víctimas involuntarias del acto violento y final. Un pesimismo egoísta y hasta esnob aparece muchas veces, más allá de la desdicha, como el motor de los hechos. ("Reflexionabas sobre el psicoanálisis pero no lo practicabas. Pensabas que la terapia te habría normalizado, o habría banalizado la extrañeza que cultivabas"). A ese solipsismo emocional se suma una obsesión mortífera por la perfección.
El personaje de Levé pasa por la vida como una criatura de doble faz: es un fantasma para sí mismo -desasido de las cosas, despegado de los afectos- a la vez que un hombre fascinante y, por momentos, temible para los demás: "En los cafés, te bastaba con mirar unos segundos a la gente que pasaba para describirla con tres palabras incisivas. A partir de una persona o de un detalle acuñabas una categoría cruel [...] Tu evidente puntería asombraba de inmediato a tus interlocutores, y les provocaba una risa más maliciosa que la tuya. No eras ni cruel ni cínico, eras implacable".
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El lugar común atribuye a la Edad Media el imperio del atraso y el oscurantismo, pero afortunadamente los medievalistas -gente entusiasta si la hay- acuden a poner las cosas en su lugar, y en el campo en el que se hayan especializado (literatura, filosofía, arte) defienden y difunden los luminosos aportes del medioevo. En ese sentido se perfila Diálogos medievales (Universidad Nacional de General Sarmiento), compilación realizada por Susana G. Artal Maillie y María Dumas.
El libro reúne trabajos de investigación desarrollados en el ámbito universitario, organizados en cuatro secciones o tipos diferentes de "diálogos", según respondan a distintas cuestiones: los relatos insulares en la producción medieval -en los que los paisajes marinos se imponen a los tradicionales espacios que dominan las aventuras de los caballeros de la Mesa Redonda-, el vínculo entre palabra e imagen, los cruces intertextuales y la representación de seres y fenómenos sobrenaturales.
Una de las piezas destacadas de esta compilación es el artículo de Alain Corbellari, centrado en el modo en que la modernidad "leyó" la producción literaria medieval, y la serie de confusiones y de falsas verdades que el paso del tiempo y, en ocasiones, la voluntad de manipulación de los textos, cristalizaron en el transcurso de los años.
Más allá de los tecnicismos inevitables en este tipo de trabajo, el libro, tal como lo quieren sus compiladoras, ofrece páginas muy atractivas para un público amplio, no especializado pero sí interesado en los secretos de la literatura.