Lecciones de la "década ganada" en Turquía
El 27 de mayo pasado, mientras menos de doscientos ciudadanos turcos protestaban en el Parque Gezi del centro de Estambul contra el plan gubernamental de transformación de la adyacente plaza Taksim en un centro comercial, el economista Jeffrey Sachs ponderaba en un artículo el éxito de su modelo. En menos de una semana, el gobierno se endureció verbal y materialmente, desatando una represión que hirió a más de mil y encarceló otro tanto. La tensión creció, y al menos 300 policías fueron heridos también. Las protestas tomaron escala nacional, y se extendieron a 60 de las 81 provincias en que se encuentra dividido el país. Las protestas crecieron además en intensidad: lo que comenzó como un reclamo básicamente por espacio público verde acabó en una exigencia por la renuncia del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan. ¿Cómo se llegó en pocos días a tan altos niveles de inestabilidad política y agitación social? ¿Cuáles son las raíces, causas y lecciones de la crisis en Turquía?
Luego de una marcada caída del PBI en el período 1999-2001, que culminaría en un colapso bancario, la economía turca ha crecido al 5% anual de 2002 a 2012. La gestión del primer ministro Erdogan lleva una década ganada, desde marzo de 2003. Se redujo la desigualdad y el partido gobernante –AKP, Partido de la Justicia y el Desarrollo– ganó tres elecciones generales consecutivas, en cada una de ellas obteniendo una proporción mayor del voto popular.
Su estrategia se concentró en la reconstrucción del sector bancario, el control del presupuesto y el aumento del gasto público en áreas estratégicas: infraestructura, educación, salud y tecnología. Turquía es uno de los mercados emergentes globales y una potencia ascendente regional, además de Estado pivote del sistema internacional. Es uno de los principales destinos turísticos internacionales, con infraestructura moderna y compañías competitivas a nivel global. Pero si bien las políticas públicas pueden alcanzar éxitos económicos, no bastan. Son condición necesaria, pero no suficiente.
Demanda y protesta
Después de etapas de alto y rápido crecimiento, es necesaria una institucionalización para consolidarlas en el largo plazo. Los cambios económicos que se dan dentro de las estructuras sociopolíticas llevan a una demanda por el cambio en esas mismas estructuras de representación, que por el propio éxito ya son insuficientes para contener las demandas de libertad, expresión, asociación y representación para esta polis ampliada. El gran politólogo Samuel Huntington lo explicaba muy bien cuando analizaba la relación entre instituciones y participación. Descubrió que cuando el ritmo de la movilización socioeconómica y la participación política es elevado, el de la organización e institucionalización políticas es bajo. Cuando ello ocurre, el resultado es la inestabilidad y el desorden. Las instituciones políticas deben desarrollarse para garantizar los cambios económicos y sociales. El orden es un punto de partida descriptivo y a la vez es un valor prescriptivo. Ya que –como el propio Huntignton nota– se puede tener orden sin libertad, pero no se puede tener libertad sin orden. Y para poder tener un orden de calidad, es preciso poder ponerle límites, para lo cual es necesaria la institucionalización de la autoridad.
El proceso de institucionalización fija además las reglas de juego, lo que da al sistema político todo mayores niveles de previsibilidad. En sistemas sociales complejos, de las interacciones entre los elementos surgen propiedades nuevas, que no estaban presentes antes de la interacción y que no pueden explicarse a partir de las propiedades de los elementos aislados.
Así, un sistema aparentemente económicamente exitoso y políticamente estable como el turco recibe un inesperado shock a partir de una protesta por una plaza. El Parque Gezi funcionó como catalizador de tendencias dispersas. Ambientalistas y secularistas, islamistas y kurdos, izquierdistas y nacionalistas de derecha convergieron en una coalición ad hoc contra la retórica combativa y la soberbia personalista del primer ministro. El desencanto, antipatía y oposición a Erdogan estaban presentes en una parte –minoritaria– de la sociedad. Pero las diferencias que separaban las agendas de cada grupo habían imposibilitado el surgimiento de un punto focal de acción organizada. Tampoco deben compartir una agenda positiva. Esto sería necesario para construir poder. Para desestabilizar al gobierno, solamente fue necesario compartir el rechazo, al mejor estilo "que se vayan todos". Todavía ningún partido político ha capitalizado el descontento social. Sin embargo, la protesta ha debilitado fuertemente al primer ministro.
La teoría de la complejidad advierte que es imposible hacer predicciones sobre su comportamiento futuro sobre la base de los datos existentes, ya que la magnitud del "efecto amplificador" no se puede saber de antemano. Aquí es donde entraron las redes sociales, que permiten compartir información, agregar intereses y crear organización espontánea en tiempo real. Los cacerolazos en Ankara, Estambul e Izmir, los estudiantes que se unían a las manifestaciones y los voluntarios que atendían a heridos en las mezquitas lo hicieron todo a través de este soporte virtual, un espacio de convergencia de la demanda política y la protesta social.
Garantizar el orden social no es una imposición reaccionaria que cercena derechos y libertades. Más bien es un contrato social básico y la precondición de cualquier comunidad política. El personalismo puede ser legitimado por los resultados. Pero cuando los resultados no acompañan, el sistema y la persona se deslegitiman a la vez, poniendo en riesgo la estabilidad y continuidad del sistema. Sin institucionalización, se acaba en la inestabilidad política y el "pretorianismo de masas". La extensión de derechos sociales reclama en última instancia una transformación del sistema político en el que se dieron. Y eso implica resignar las ambiciones personales de corto plazo para consolidar el legado en el largo plazo.