Leandro Pinkler: "Es un problema que el mundo occidental hoy ignore todo sobre la religión"
Para este estudioso de la Antigüedad clásica, el pensamiento actual es "débil e individualista", excesivamente volcado al cliché, y está inmerso en una sociedad donde el consumo supera a la reflexión
Estudioso de la lengua y la cultura griegas, Leandro Pinkler (Buenos Aires, 1956) se dedica desde hace tiempo al pensamiento filosófico. Más que un cambio de intereses, esta progresión no es para nada insólita en el campo de las ideas. Tradujo dos de las grandes obras de Sófocles sobre el poder, Antígona y Edipo rey, y Las dionisíacas, de Nono de Panópolis. Fue investigador del Conicet y en la actualidad da clases en la Academia del Sur, la Fundación Centro de Estudios Psicoanalíticos, la Universidad de Palermo y el Malba; en este último espacio brinda un seminario online sobre el Renacimiento, la cosmología y la alquimia en Giordano Bruno, Pico della Mirandola y William Shakespeare.
Para Pinkler, los intelectuales y pensadores tienen que examinar acontecimientos (como el de la pandemia) en el marco de un horizonte histórico e interpretarlos sin caer en clichés ni repetir guiones. Por otro lado, le resulta evidente que la situación actual exige la intervención de los Estados en el cuidado de la salud, la educación y la justicia social, cuestiones que, en su opinión, "no pueden quedar libradas a un laissez faire aunque resurjan los espectros de Ayn Rand y su virtud del egoísmo". Próximamente, en la editorial El Hilo de Ariadna publicará La fuente sagrada, sobre los cultos y rituales místicos de la Antigüedad y sus vínculos con el cristianismo.
¿Cómo observa esta circunstancia inédita de la cuarentena que se vive actualmente?
Se trata de un tiempo de devastación, de crisis tremenda. Y los momentos críticos pueden despertar una capacidad de transformación muy grande o llevar a la destrucción total. Por eso se recuerda la sentencia del poeta Hölderlin: "Cuando crece el peligro, también crece lo que salva". Es una circunstancia que nos interpela a todos. Pero se dan ejemplos lastimosos de lo que José Ortega y Gasset llamó "la hemiplejia moral", determinada por una mirada mezquina centrada en los propios intereses, que no está a la altura de la situación. Otros auguran la intervención de una solidaridad a nivel internacional, como si eso fuera posible. Puede ser un deseo ingenuo o una hipocresía, pero no una realidad política humana. En mi vida individual, puedo aprovechar mi tiempo y sigo trabajando. No creo que sea momento de quejarse por incomodidades cuando mucha gente se está muriendo.
¿Y el prolongado aislamiento social, que fue criticado por algunos intelectuales y científicos?
Todo reside en ver qué sentido tiene. Si uno comprende que tiene un verdadero sentido, puede dejar de lado su malestar y abrirse a la percepción realista de que la cuarentena es absolutamente necesaria para el conjunto social. Por supuesto que uno sufre al ver las consecuencias terribles que tiene para tanta gente que no puede trabajar. Pero la multiplicación de la muerte es un costo mayor que no soluciona la economía. La disyuntiva planteada por algunos opinionmakers entre una vigilancia totalitaria y la libertad ciudadana, entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global es totalmente irresponsable o malintencionada.
¿Qué papel desempeñan los filósofos en esta situación y de cuáles de ellos se siente más cerca?
En principio me resulta más efectivo hablar de pensadores en lugar de filósofos porque la palabra está cargada del ocaso de una cierta forma de hacer filosofía que es propia de la Modernidad. En términos auténticos, puede surgir un pensador desde otra disciplina que no sea estrictamente la filosofía académica. Entendemos que la función del pensar es poder manifestar el significado de los hechos y su carácter histórico en un horizonte profundo, más allá de las elucubraciones pragmáticas y los vaticinios más inmediatistas. Y esta búsqueda del sentido está ausente en la mayor parte de los referentes contemporáneos. Por ejemplo, Slavoj Zizek insiste en videos y en su ebook Pandemia en predecir "el fin del capitalismo del desastre" reemplazado por "un comunismo" forzado por la necesidad de una cooperación internacional. Resulta increíble que el supuesto transgresor Zizek postule una cooperación que nunca existió. La tesis principal del best seller Yuval Noah Harari, en Homo Deus, se centró en que la estirpe humana está superando los males del hambre, la guerra y la peste. Una superación que se circunscribe a una nueva especie, surgida no por una evolución genética sino por la biotecnología y la plutocracia. Y si puede parecer realista que una porción de la especie humana goce de una vida excelente a expensas del resto, esto no constituye ninguna profecía futurista sino algo que viene ocurriendo hace tiempo. Pero la broma de mal gusto de la victoria sobre la peste ha sido ahora refutada por hechos lamentables. Y eso no impide que el autor, que ha sido calificado como "el intelectual mascota de Silicon Valley", siga siendo consultado en los medios como el gran visionario del futuro de la humanidad. Y así el marxista Zizek y el dataísta Harari se exhiben en las cámaras comentando cosas mordaces y recibiendo aplausos.
¿Los pensadores están en déficit y solo repiten sus guiones?
El pensar no puede ser narcisismo, porque el que lo ejerce tiene una deuda con la colectividad. El pensador tiene que llegar a ser, como lo expresó el joven Nietzsche, "el médico de la cultura". En las presentes circunstancias existe una responsabilidad muy grande para el intelectual. Tiene que transmitir algo que a la gente le sirva para recordar el sentido trascendente de la existencia humana. La dimensión trascendente no significa un abandono de la cuestión política sino una metapolítica existencial. Por metapolítica se entienden los fundamentos de una política auténtica, más allá de los especuladores de turno, que involucra esencialmente una justicia social. Uno no puede dejar de expresar un sentimiento de rechazo ante la indigencia general del pensamiento actual, la avidez de influir en la opinión pública y la proclamación de una libertad mal entendida que consiste en emitir juicios terminantes acerca de lo que no se tiene conocimiento. En un contexto en el que se ponen como referentes a Harari, que no es un filósofo, y las elucubraciones de Sloterdjik, Zizek, Agamben y otros, se extraña la potencia de un pensamiento más esencial. Soy consciente de que en los autores mencionados hay muchas diferencias de nivel, pero todos se mueven en un repertorio que no llega a penetrar la coraza externa del comentario de los hechos.
¿Usted se considera un filósofo?
No soy un filósofo sino un profesor y una persona de estudio que confía en la formación y en la búsqueda de conocimiento, no en las opiniones. Uno siente cercanía con la obra de los grandes del siglo pasado: con la mirada de René Guénon, de Carl Gustav Jung, de Ernst Jünger, del mismo Martin Heidegger, de todos aquellos que han sabido percibir que la raíz de lo humano solo puede crecer en el suelo de lo sagrado. Y que su olvido lleva necesariamente al extravío.
¿Qué diferencia específica introducen los intelectuales en la conversación pública?
El problema reside en que habitualmente no cumplen con esta diferencia específica y devienen una mezcla de epidemiólogo con especialista en los big data, conocedor de las relaciones comerciales internacionales y la tasa del PBI. El pensador tiene que articular los acontecimientos en un horizonte histórico, interpretar los hechos sin caer en clichés, no crear clichés nuevos. En el filósofo Markus Gabriel se pueden encontrar notas de una mirada más abarcadora, al expresar que antes de la explosión de la pandemia la situación de la vida humana ya era absolutamente alarmante, por lo que el retorno a esa "normalidad" no es algo deseable.
¿Sobre qué cuestiones habría que mantenerse alerta?
El peligro del hipnotismo colectivo en los términos de un mundo gobernado por los multimedia, en el que cientos de millones de seres en décimas de segundos pasan a repetir como autómatas las mismas sandeces, y las llevan a sus vidas sin ninguna reflexión ni criterio, es una de las cuestiones más alarmantes. Siempre existió la manipulación porque es connatural a la sugestionabilidad humana, pero hoy se encuentra en su punto más alto. La pérdida de las identidades nacionales en el desenvolvimiento de la llamada globalización tiene como natural consecuencia el desvanecimiento de la identidad individual y social en el que la persona solo es operativa como consumidor. No solo se trata de cómo es reconocido el individuo en el llamado "sistema", sino además de cuál es la relación de cada persona consigo misma, la falta de interioridad. El predominio de la mente mecánica anula todo tipo de elección auténtica. Toda posición es respetable, pero el horror comienza cuando se descubre que detrás de tanta opinión no hay una verdadera posición, que el único "sujeto" es un ser dormido.
¿Cuál es el lugar reservado a las religiones?
Hace ya más de diez años tuve oportunidad de escribir y compilar el libro La religión en la época de la muerte de Dios. La intención fue mostrar que la expresión de Nietzsche acerca de "la muerte de Dios" es muy veraz en la crítica a la civilización occidental, en la que la presencia de Dios se ha borrado de la vida de los individuos. No significa que haya más o menos seres humanos que profesen una religión, sino que se vive lo sagrado en falso. No ocurre lo mismo en el islam, donde los problemas son otros. Cuenta con más de mil quinientos millones de creyentes y la vida devocional permanece como base principal de los lazos sociales. El problema reside en que en el mundo contemporáneo la ignorancia acerca de la religión es total. Y hablar mal de la religión resulta socialmente correcto. Pero en verdad la fuerza de la religión, cuando está viva, infunde un sentido auténtico a la existencia y una justicia social que ninguna teoría intelectual puede lograr.
Ha estudiado la obra de Byung Chul-Han, ¿por qué cree que su pensamiento resulta tan atractivo hoy?
En gran parte se debe a que escribe libros cortos y en un lenguaje comprensible. Tiene una buena formación en la filosofía germánica y produce un diálogo con la tradición filosófica en sentido fuerte, Hegel y Heidegger, y a la vez con autores de referencia en las últimas décadas como Foucault, Deleuze, Agamben, Derrida. Presenta además una mirada sobre la estética contemporánea y una interesante raigambre oriental. Sus libros describen la sociedad tecnologizada contemporánea, la paradoja de la exposición personal y el aislamiento psíquico de las redes sociales, los nuevos dispositivos de poder de los big data. El núcleo central de su pensamiento revela que el dispositivo de sujeción predominante en la actualidad es un hechizo de la libertad: los individuos, al creerse más libres, cada vez obedecen más a una matrix consumista y autoexigente. En la concepción de Han lo que él denomina el neoliberalismo se introduce en la psique misma para producir sujetos autoesclavizados que se creen cada vez más libres, mientras responden automáticamente al imperativo de la época. Plantea el paso de un paradigma inmunológico, propio del siglo XX y el sida, a un paradigma neurológico propio del siglo XXI y la excitación del sistema nervioso. Por supuesto que actualmente tuvo que rever este abandono de lo inmunológico por la pandemia. Ante los hechos actuales, Han previene acerca del peligro de un retorno a la sociedad disciplinaria ya superada, y se posiciona en defensa de una revolución representada por individuos racionales, sin especificar muy bien el uso de la palabra "revolución". En resumidas cuentas, vemos que no se aparta del pensamiento débil, individualista, de las últimas décadas, y que muy frecuentemente se mimetiza con aquello que critica. Sus textos pueden ser sugestivos para la visión del transhumanismo tecnológico y la idiosincrasia de las sociedades europeas, pero no para las de América Latina, y poco tienen que aportar a una visión más abarcadora.
¿Hay amenazas a la libertad de pensamiento en la actualidad?
Siempre existen restricciones a la manifestación de ciertas ideas. La supresión de voces incómodas opera especialmente por el hecho simple de no darles cabida en los principales canales de difusión. Por otra parte, la confusión total de la diseminación de ideas demenciales por las redes es algo indominable. Entendemos que el tema fundamental es la responsabilidad de los medios de difusión en su colaboración con lo colectivo. Por cierto, soy consciente de que esto es una expresión de deseo y no algo realizable.